A VISTA DEL ÁGUILA

Los hoteles del río de Algeciras

  • A principios del siglo pasado, una buena serie de hoteles se alzaron en la desembocadura del río de la Miel

  • Miguel Ángel Del Águila llegó a tiempo para fotografiarlos

Los hoteles del río

Los hoteles del río / E.S.

Con la llegada del siglo XX, Algeciras vivió un desconocido desarrollo alentado por su posición estratégica y la coincidencia de factores tanto privados como mundanos que tuvieron su momento climático con la Conferencia Internacional de 1906.

Los viajeros que tradicionalmente llegaban a la ciudad por vía marítima, por las entonces titubeantes nuevas carreteras o por tradicionales caminos como el de La Trocha, con los inicios del nuevo siglo vieron cómo junto a las viejas fondas y mesones se fueron alzando nuevos edificios de elegante factura, donde el alojamiento alcanzaba cotas cercanas al lujo.

La llegada del ferrocarril a un puerto que comenzaba a creer en sí mismo hizo que la zona más próxima a la desembocadura del río se convirtiera en el lugar donde comenzaron a levantarse construcciones icónicas de una ciudad tan falta de ellas. Setenta años más tarde, cuando Miguel Ángel Del Águila dejó testimonio gráfico de aquellos lugares, aún se erguía la totalidad de estos edificios en un espacio que muy pronto perdió el carácter cosmopolita y abierto que tuvo desde que unos raíles trajeron la modernidad y el dinamismo a la vieja ría.   

1. Los hoteles y su entorno

Los hoteles y su entorno Los hoteles y su entorno

Los hoteles y su entorno / E.S.

Cuando el fotógrafo tomó esta instantánea desde el último puente peatonal que cruzaba el cauce a la altura de la Marina, apenas habían pasado once meses de la riada de enero de 1970, que fue el hecho que empujó a las autoridades a decidir su desvío y soterramiento.

Esa mañana de levante y marea alta Miguel Ángel Del Águila captó aún vivo el antiguo curso con sus dos históricas orillas. En la banda del sur, tras unos cimbreantes camiones estacionados frente a una casa Alfonso que no se percibe, se alza el hotel Término, que ve pasar bajo su puerta el tráfico que iba camino del paseo de la Conferencia.

A su lado, con su indisimulado porte aristocrático, el edificio apaisado del hotel Anglo-Hispano y su característica marquesina en alto con forma de arco desde la que se controlaba el paso por el puente Nuevo que comunicaba con la calle del Ángel tras cruzar el paso a nivel. Junto a él se alzan los pilares de una ampliación nunca realizada y el amplio solar del cuartel de Transeúntes, que lindaba con la sólida edificación del hotel Octavio, moderno referente en la arquitectura local.

En la otra banda se distingue la valla que separaba las vías del tren de los adoquines de la calle que desembocaba en la entrada del puerto -entonces muy accesible-, donde se alzaba otro establecimiento señero: el Marina Victoria. Aquí pueden verse otros hitos de la hostelería algecireña: la interesante fachada con gablete curvilíneo y paramentos recubiertos de verdes placas de azulejos vidriados del hotel Madrid y junto a él el soberbio edificio diseñado por Emilio Antón para la familia González Gaggero en los años veinte que llegó a albergar en su segunda planta el Instituto Local de Segunda Enseñanza antes de ser reconvertido en hotel Sevilla.

En la imagen, acababa de ser demolido su característico torreón circular, gravemente afectado por el terremoto de febrero de 1969. En el centro, tras la capilla del Cristo, se alza la elevada construcción del edificio Llodra, testigo de los importantes cambios que se produjeron en la zona inmediatamente después de esta imagen.

2. El hotel Anglo

El hotel Anglo El hotel Anglo

El hotel Anglo / E.S.

Luz de tiempo detenido la que captó el fotógrafo en el patio central del hotel Anglo Hispano un claro mediodía de principios de los ochenta. Desde su construcción, a principios del siglo pasado, se convirtió en otro referente en la hostelería de lujo local.

En él se hospedó un remilgado Rubén Darío en 1903 y confesó con pesar en una crónica escrita en sus salones que todo lo que contemplaba allí era inglés: los diarios que tenía a mano; el tren del que se apeó en la puerta o el barco que tomó para ir a Gibraltar desde el muelle cercano.

Afortunadamente, todo lo que se contempla en la imagen se ha conservado hasta hoy: el arranque de las escaleras de mármol; el soberbio conjunto de barandillas de fundición pintadas de blanco; los corredores que encuadran el patio; las ventanas de medio punto que dejan pasar por sus vidrios emplomados los rayos del sol de mediodía; sin embargo, nadie ocupa unos sillones que reemplazaron los viejos divanes.

Ramos de flores adornan mesas nostálgicas de antiguos manteles de hilo que ondeaban al sol en una azotea desde donde se contemplaban calles, aceras y raíles llenos de vida junto a un río condenado a discurrir subterráneo y oculto.

3. El hotel Término

Hotel Término Hotel Término

Hotel Término / E.S.

De 1974 es esta imagen que Miguel Ángel Del Águila tomó de la fachada del hotel Término. Formó siempre pareja con el Anglo, cuya barandilla de forja se asoma por el extremo derecho de la foto, sobre el callejón que subía hasta la plaza del Coral siguiendo la estructura zigzagueante de las medievales puertas en recodo.

Frente a una acera despejada donde aún era posible aparcar, se muestran los modernos ventanales del comedor del que salían ruidos de vajillas y cristalerías de diario. Sobre la puerta por la que tantas cuadrillas de toreros cruzaron en busca del coche que los subiera hasta La Perseverancia, resisten las ménsulas que sostenían la terraza del primer piso, donde las pilastras y barandillas se adornan con geranios y gitanillas que sobrevivían a los levantes y a los ponientes sin tregua. Una marquesina de plástico sustituye a antiguos toldos que albergaron banquetes y homenajes; recepciones y despedidas.

El segundo piso mantiene el porte noble de las antiguas construcciones con el balcón corrido, las persianas mallorquinas y las habitaciones abiertas para ser ventiladas. Los dos últimos, de construcción más moderna, se cubren con una azotea de sábanas ondulantes de la que cuelga un andamio con el que se pintaban los muros de un color rosa apagado que pervive en la memoria. Dos rótulos con el nombre sin tilde identifican al edificio que vivía sus últimos años, antes de que el derrumbe de sus últimas plantas certificara la muerte del establecimiento y la progresiva decadencia del entorno urbano de la antigua ría, que llegó a ser punto de arribada o de partida de todo viajero de paso por la ciudad.

Los geranios, las pilastras, las marquesinas y hasta las palabras sin tilde, perdieron la partida con un tiempo que acabó con ellas, sepultándolas hasta la fecha en un solar baldío.   

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