A vista del Águila

La feria de Algeciras en Las Palomas

  • En estos días de Feria Real sin feria real, recordamos cómo era la de hace medio siglo a partir de las imágenes de Miguel Ángel Del Águila

Panorámica nocturna de la feria de Algeciras en 1979.

Panorámica nocturna de la feria de Algeciras en 1979. / Miguel Ángel del Águila

Desde su promulgación por real cédula en 1850 hasta la segunda mitad de los sesenta del siglo pasado, la feria de Algeciras se celebraba en los terrenos que cerraban la ciudad por el norte pertenecientes al antiguo cortijo del Calvario y aledaños. El proyecto de derribo de la antigua plaza de Toros de la Perseverancia, lugar sobre el que giraban desde sus inicios buena parte de los festejos, la urbanización de los tramos finales de la Avenida y la construcción del nuevo coso de las Palomas determinaron la  amplio espacio fuera del perímetro urbano, en la margen izquierda de la nacional 340 en su salida hacia Málaga.

Los primeros fueron años de zahorra y lejanía; de una amplitud lejana y desacostumbrada; de bordes abiertos, taludes de arcilla y escalinatas sin concluir. Poco a poco altos edificios flanquearon los grandes espacios y encauzaron ecos de música y jolgorio. Era una feria nocturna, de amplias casetas con farolillos de propaganda, de coronaciones en el Parque, de carrozas por el centro, de misas en el Corpus, de llenos en la Plaza, de mañanas en el Cristina y largas madrugadas en el real hasta ver salir el sol. La cámara de Miguel Ángel del Águila, como siempre, estaba allí.

Tarde de Coronación

Al igual que ahora, el primer acto oficial de la feria era la coronación en un escenario que se levantaba en la rotonda central del parque María Cristina. El fotógrafo tomó esta imagen en 1976. Tras la verja entornada se divisa el perfil de Alfonso el Onceno entre palmeras, yucas, galerías traseras, volutas de hierro y espacios sin edificar. De blanco algodón posan formales las damas y la reina juveniles que escoltan a un profesor que aquellos años era el encargado de la organización del acto.

Damas de la feria de 1976 con José Joya. Damas de la feria de 1976 con José Joya.

Damas de la feria de 1976 con José Joya. / Miguel Ángel del Águila

Por unos días, don José Joya alternaba sus clases de Lengua en el Instituto con los ensayos en el decimonónico jardín y su experiencia teatral impregnaba de especial solemnidad al acto, que se iniciaba con los parsimoniosos sones del coro de esclavos de Nabucco. Al compás de Verdi desfilaba un surco de blancos pespuntes, de blancas costuras, de faldas blancas, de pulseras finas, de medallas de oro. Lazos de raso contenido a la espera de las bandas, los besos, las coronas.

Carrozas por el centro

Dos años antes, Miguel Ángel Del águila tomó esta foto de la carroza comercial ganadora en la cabalgata de 1974. Hasta entonces se montaban en un amplio y profundo solar que se abría al final de la calle Convento y realizaban un recorrido que incluía las vías del Centro. En la imagen se comprueba su paso por el primer tramo de la calle Ancha, tras subir por Santísimo desde la plaza Alta. Al fondo se observa el anuncio luminoso de una papelería que se ubicaba junto a una recordada sociedad de pesca deportiva.

Ganadora del trofeo a la carroza comercial de 1974. Ganadora del trofeo a la carroza comercial de 1974.

Ganadora del trofeo a la carroza comercial de 1974. / Miguel Ángel del Águila

Exóticos elefantes de cartón piedra, falsos colmillos de marfil, recién cortadas hojas de palmera, rostros con betún y faldas de rafia pasan frente a los concurridos balcones de la casa de los Valdés con su indisimulado perfil art decó. En sus bajos convivían peñas taurinas y escaparates donde muchas miradas se habían agolpado ante las primeras pantallas de televisión. Allí, bajo sobrios quicios y curvilíneas barandillas, se vieron bodas reales, partidos internacionales, capítulos de Bonanza y series con elefantes en blanco y negro cuidados por Daktari. 

La feria de noche

En 1979, fecha en la que se tomó esta fotografía, la feria estaba perfectamente asentada al pie del nuevo coso: calles urbanizadas y apenas sombreadas con palmeras datileras que no sobrevivieron al tiempo. Entonces se iba de noche. Por esta razón, la luz era una de sus señas de identidad. Grandes bombillas de cristal cubiertas de polvo formaban guirnaldas de gruesos alambres atados a postes de madera que olían a zahorra y fritura; a relente y vino de Jerez.

Vista de la feria en 1979. Vista de la feria en 1979.

Vista de la feria en 1979. / Miguel Ángel del Águila

Desde lo alto de la escalinata que llevaba a la plaza de toros, arcos de luz se repiten formando aéreas perspectivas de sirenas, altavoces y jolgorio. Formaban un techo de filamentos bajo el que discurría una multitud entre puestos, apreturas, roces y reclamos. Marcaban la cuadrícula de un recinto donde las casetas convivían con las atracciones y los puestos con los farolillos. Eran una cubierta eléctrica de luces rota por el círculo vertical de la noria: caparazón de vatios y de fiesta que deslumbraba frente a las escasas ventanas encendidas de la comandancia y la horizontal línea de puntos titilantes en la orilla de levante de la bahía. La feria era luz, una luz sonora y festiva, una luz que dibujaba un aura anaranjada en las breves noches de junio. 

La portada de la feria

Siempre se cuidó la entrada al real. Fueron famosas portadas como la del pandero, la del cortijo del Calvario o la de arcos árabes en los difíciles años de posguerra. En aquellos en los que Miguel Ángel Del Águila fotografió la ciudad también era así. Lejos de diseños seriados, se encargaban cada año a artesanos locales que buscaban ideas personales y se inspiraban en la geografía más cercana.

Portada de la feria de 1985. Portada de la feria de 1985.

Portada de la feria de 1985. / Miguel Ángel del Águila

En 1985 se diseñó una que recogía tres espacios relevantes de una ciudad que comenzaba a reivindicar su pasado: una fachada de arquitectura popular que recreaba el antiguo patio del Cristo enlazaba con el perfil neoclásico del puente viejo sobre el río en la embocadura de la calle del Ángel y, en el extremo más apartado al nuevo bloque de viviendas, la reproducción de la torre de la Palma, habitual en el diseño de carrozas, fachadas y portadas. La imagen está tomada una mañana plomiza de Levante, con el suelo recién baldeado y con tráfico bajando por las arcadas de tableros y luces apagadas. La noria, vacía, refleja el sosiego de las primeras horas, el barco vikingo estaba aún amarrado a puerto y los toldos cubrían las tómbolas de la entrada, ante las que hay aparcado un seiscientos. 

Misa rociera

Aunque a la feria se acudía a la caída del sol, en los años setenta surgieron intentos para dar contenido a horas más tempranas. Hubo mañanas de palmas y baile en el hotel Cristina, por las calles del centro o en las umbrías del Parque; sin embargo, una actividad estuvo especialmente concurrida en los años de la Transición. El primer domingo de feria de 1975 acudió el fotógrafo a la iglesia del Corpus donde se celebraba una multitudinaria misa rociera, mucho antes de la fundación de la hermandad homónima con sede en la misma parroquia.

Misa rociera, en 1975. Misa rociera, en 1975.

Misa rociera, en 1975. / Miguel Ángel del Águila

Las familias acudían hasta el final del paseo Marítimo y bajaban el desnivel de tierra desde la carretera que llevaba hasta el Hoyo de los Caballos. Jóvenes vestidas de flamenca descendían terraplenes polvorientos de sol y cruzaban el bajo dintel de la iglesia de la Cuesta del Rayo, adonde había llegado un joven sacerdote gaditano que se muestra en la imagen dirigiéndose desde el púlpito a una multitud que llenaba un templo con paredes aún vacías. Lunares en las telas, collares de plástico, flores en las sienes, olas de volantes cubren los escalones del presbiterio bajo blancos manteles, bajo claveles blancos. Cuerpos muy jóvenes sin abanicos, sin sentir el calor que se intenta combatir con las ventanas abiertas. No hay palmas en la imagen, ni guitarras, ni rezos, solo la voz del padre Llanes aquella radiante mañana de domingo. 

Tarde de toros

Los toros han ido de la mano de la feria de Algeciras desde sus inicios: La Constancia, La Perseverancia y luego Las Palomas fueron cosos sobre los que se articuló incluso el urbanismo de los festejos desde 1850 hasta hoy: un coliseo siempre ha presidido el real desde los decimonónicos tiempos de los altos del Calvario. En junio de 1971, Miguel Ángel del Águila tomó esta imagen en el ruedo de la nueva plaza en el momento en que la reina juvenil y sus damas fueron llevadas allí, poco antes de que se dirigieran al palco de honor, donde presidieron la corrida. Acaban de descender de un coche de caballos de impolutas ruedas y ataviados cocheros: claveles en el pelo, largos pendientes, mantillas negras y blancas caen sobre vistosos estampados geométricos. Cuellos redondos y escotes que siguen fielmente la moda de aquellos tiempos de cambios en sordina.

La reina y las damas de la feria en la plaza de toros. La reina y las damas de la feria en la plaza de toros.

La reina y las damas de la feria en la plaza de toros. / Miguel Ángel del Águila

Un variado catálogo de charoles pisa el albero recién regado y todas posan con el sol de frente y los tendidos llenos a rebosar a sus espaldas. Imagen plenamente costumbrista: publicidad en las gradas sin reposteros, sin banderas; sombreros de paja, saharianas, mangas cortas, camisas claras, pocas corbatas bajo la mirada de la policía militar con casco y trincheras blancas y un policía local con el uniforme de verano. Vestidos pasados, cortes pasados, peinados pasados. Solo permanece el sol, los tendidos y el testimonio de las miradas jóvenes con toda una vida por delante.

Las casetas

Las casetas se ambientaban de noche cerrada. De 1978 es esta imagen donde el fotógrafo nos refleja la atmósfera de aquella madrugada de feria. Algunas bombillas ocultas entre hileras de blancos farolillos no debían de aportar mucha luminosidad a la escena, por lo que Miguel Ángel Del Águila tuvo que recurrir a técnicas que aportaran claridad. Nadie se fija en la cámara, sólo una mirada de soslayo. Sobre mesas de tijera, la botella vacía de un refresco, hito vertical de conversaciones y charlas. La pista de baile está repleta de parejas: pantalones de tergal, chaquetas de verano, vestidos de confección, estampados de manga larga.

Interior de una caseta, en 1978. Interior de una caseta, en 1978.

Interior de una caseta, en 1978. / Miguel Ángel del Águila

Al fondo, sin apenas focos, una escueta orquesta de tres componentes: flauta, guitarra y solista que interpretan una pieza lenta que bailan las parejas: ellas abrazando los cuellos, ellos enlazando los talles, los dos con pies acompasados. Apenas se observan trajes de flamenca; apenas vino; apenas cervezas. Niños, padres y abuelas comparten un espacio de altavoces y cadenetas, de toldos para el relente y música de otros tiempos que hoy seguimos oyendo con la añoranza que suele despertar el pasado recordando nuestros brazos en los talles y los pies no siempre acompasados.

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