A vista del Águila

La calle Convento

  • Otra de las vías históricas de la ciudad, la calle Convento, experimentó profundos cambios en los años en que Miguel Ángel Del Águila la fotografió

El camino de Málaga.

El camino de Málaga. / Miguel Ángel del Águila

Junto con la plaza Baja, esta calle aún innominada es la que aparecía más definida en el plano de la nueva Algeciras trazado en 1724, como lo demuestran las amplias viviendas que la flanqueaban, propiedad de Melchor Romero, Melchor Lozano, Antonio de Ontañón o Sebastián de Velasco.

Seguía la dirección de una de las vías de entrada a la ciudad, las cuales partían de las antiguas puertas de la muralla medieval: al oeste, donde comenzaba el camino de la Trocha, se ubica la calle de los Guardas, que enlazaba a través de San Isidro con la de Jerez hasta la plaza Alta; al sur, frente a la puerta de Tarifa, la vía homónima que llevaba hasta la plaza Baja; al norte, junto a la puerta del Fonsario o de Gibraltar, esta otra travesía. En los extremos de cada uno de estos ejes se localizaban sendas posadas, utilizadas como hospedaje por los viajeros que arribaban desde cualquier punto cardinal.

La actual calle Convento ha tenido también que convivir con los rigores de la historia. Orillada por destacados edificios del poder civil y religioso, recibió el pomposo topónimo de Imperial y aunque hoy posee el oficial del monarca que conquistó la ciudad en 1344, se conoce popularmente por el del cenobio mercedario erigido en la antigua casa de Antonio de Ontañón. Miguel Ángel Del Águila la fotografió en pleno proceso de cambios.

El camino de Málaga

El camino de Málaga. El camino de Málaga.

El camino de Málaga. / Miguel Ángel del Águila

Mediodía de junio de 1975. El fotógrafo se desplazó hasta la plaza Alta y tomó esta imagen de la embocadura de la calle Convento. El sol, alto y pleno, apenas dejaba sombras. Solo los balcones de forja, los toldos y el nuevo edificio del casino proyectaban las suyas bajo un sol claro de poniente en calma.

El objetivo enfocaba la casa decimonónica que sustituyó a la dieciochesca de Melchor Lozano abierta al salón de la plaza. Combadas rejerías de pecho de paloma, rebajados arcos escarzanos, sobrios muros de cal en la planta alta. En la baja, la esquina del Mercedes se abría con blancas ventanas de guillotina protegidas de la humedad por gruesas losetas de azulejo hidráulico. El toldo intenta resguardar vacíos veladores con metálicos sillones que dejaban rosadas marcas en la tersa piel de tiempos perdidos. Escasos viandantes se concentraban, mientras la joyería mantenía entornadas sus puertas. Solo algunas farolas y luminosas papeleras barruntan tiempos de cambios. La señal indica la dirección a Málaga desde el corazón de una ciudad que aún no había sido peatonalizado y la calle mantenía su función de salida hacia destinos foráneos, aunque el asfalto apenas fuera transitado y los vehículos aparcaran cómodamente a la sombra.

Nuevas posadas

Nuevas posadas. Nuevas posadas.

Nuevas posadas. / Miguel Ángel del Águila

La dieciochesca casa de don Sebastián de Velasco acabó albergando el hospital Militar, junto al que se erigieron nuevas dependencias castrenses, que lindaban con la posada que ofrecía sus servicios a todos los viajeros que arribaban a la ciudad desde el norte y se adentraban en ella por esta calle. El derribo de algunas de esas nobles construcciones dejó como legado un amplio solar que durante décadas se abrió a los cielos. Su vasta extensión hizo que tuviera varias funciones, como la de improvisado taller y lugar de almacenaje de las carrozas que participaban en las cabalgatas de feria. De allí salieron bateas con efímeras estructuras encoladas y cubiertas de adornos desde las que se lanzaban serpientes de ilusión y confetis de colores.

Con el tiempo, el solar fue urbanizado y el fotógrafo no dudó en enfocar con gran angular las nuevas construcciones del viejo espacio: tiendas de decoración, de juguetes educativos, joyerías, ocupaban los bajos sobre los que se alzaron viviendas enfundadas en quebradas barandillas de inclinados barrotes. Un cartel luminoso señalaba un establecimiento hotelero de postín que se inauguró a mano izquierda. La calle ya no tenía la condición de salida de una ciudad en crecimiento, la cual había perdido la memoria de los antiguos albergues. Una impensada revancha histórica pareció impulsar la construcción de un hotel junto al lugar donde antaño se alzaba la antigua posada, aunque los caminos se habían asfaltado y los viajeros eran diferentes.

El Ayuntamiento

El Ayuntamiento. El Ayuntamiento.

El Ayuntamiento. / Miguel Ángel del Águila

Tanto esta palabra como Consistorio poseen una etimología paralela: lugar de reunión. A falta de un edificio específico, tras el proceso desamortizador, las estancias donde se congregaban los munícipes de Algeciras eran las dependencias del antiguo convento de la Merced, que le dio nombre a la calle y llegaba hasta el espacio desde donde Miguel Ángel Del Águila tomó esta fotografía en marzo de 1983. El proyecto de las actuales casas consistoriales fue firmado por Amadeo Rodríguez y se inauguraron en 1897, en una sesión plenaria presidida por el entonces alcalde Rafael Del Muro Joaristi.

El diseño inicial de la construcción era ecléctico y ambicioso, pero fue sustancialmente alterado y la fachada acabó encajonada entre edificios que rompieron pretéritas armonías. En la imagen aún pervive parte del muro de la aledaña y perdida casa de los Muñecos, formado por un ajedrezado de azulejo hidráulico sobre el que se sostiene una moderna farola. La portada del edificio municipal no mostraba muchos signos de cuidado: bastantes ladrillos rojizos de su fachada habían perdido su volumen, los cristales emplomados de su espléndido salón de plenos habían sido sustituidos por lisas superficies vítreas, mientras impostadas antenas se adherían foráneas al remate de piedra con el escudo de la ciudad. Sin embargo, se observan restos de pasadas actuaciones, como el cuadro religioso de azulejos que presidía la puerta o los venerables faroles de hierro que la flanqueaban. Un coche oficial y los policías sugerían alguna visita de rango, mientras unos ciudadanos se apostaban frente a la puerta y un sol débil de primavera temprana se proyectaba sobre rejas, remates y ladrillos haciendo invisibles las impostadas antenas.

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