A vista Del Águila

En torno a la Navidad

  • Las semanas de Navidad eran fechas de intensa vida social: sorteos y encuentros, competiciones y fiestas retratadas por la cámara de Miguel Ángel Del Águila

El baile de Nochevieja de 1969,  en los salones de la parroquia del Carmen.

El baile de Nochevieja de 1969, en los salones de la parroquia del Carmen. / Miguel Ángel del Águila

Los días que flanqueaban la Navidad en Algeciras estaban llenos de actividades: los comercios aprovechaban el tirón de la temporada para publicitar sus marcas con sorteos que hoy podemos contemplar con la afabilidad comprensiva de lo pasado; llegaron a la ciudad competiciones deportivas que se abrían hueco al amparo de capitalinos prestigios y se celebraba el fin de año con veladas y cotillones que hoy vemos con la delicada ternura de los inicios sin maldad.

Eran tiempos de ilusionantes cambios, de capítulos nuevos en libros que muchos estaban dispuestos a redactar sin pasar por talleres de escritura; tiempos de espontaneidad sin imposturas, de acciones que importaban por sí, por encima de las imágenes forzadas o el impacto de las redes sociales; tiempos en que se dieron por acabados los silencios y había una necesidad desvelada por hacer, por vivir y por abrirnos a costumbres de un mundo que entonces parecía más ancho y más cercano; mundo que los ciudadanos de una Algeciras cada vez más abierta a los nuevos aires estábamos dispuestos a explorar y compartir.

Navidad en los comercios. Navidad en los comercios.

Navidad en los comercios. / Miguel Ángel del Águila

Navidad en los comercios

Corría un mes de diciembre de principios de los setenta cuando en las céntricas Galerías Villanueva tuvo lugar la entrega del premio que ponía colofón a su campaña de Navidad. Nuestra sociedad había dado los primeros pasos hacia un desarrollo que tenía en el coche un particular instrumento con el que soñaban familias enteras. En los tiempos en los que el seiscientos era algo más que una marca, los almacenes de la calle Ancha sabían cómo llegar a los afanes de tantos clientes anónimos y sorteaban uno cuya entrega se convertía en todo un acontecimiento y en particular reflejo de muchos hábitos.

Toda la familia al completo acudió a recoger el galardón y se plantaron ante el fotógrafo con la espontánea frescura de quien había posado poco: jóvenes madres con sus hijos en brazos miran a puntos distintos enfundadas en vestidos de confección por encima de la rodilla y rebecas de punto; niños con flequillo largo y pantalones de peto a cuadros no saben adónde mirar; mujeres con cardados de peluquería y abrigos oscuros miran de reojo; un empleado con impecable terno negro da la espalda al objetivo; un hombre agachado exhibe sonriente su flamante cámara con flash incorporado; otro más mayor apenas abre los ojos. Solamente la abuela dirige su mirada honda y sabia al objetivo con un sobrio rictus de vivencias contenidas. Tras ella, los jóvenes del fondo muestran abiertas sonrisas en la entrega del flamante automóvil que permanece encarado a la entrada de los almacenes, frente a las puertas de una calle Ancha por la que aún se podía circular.

La San Silvestre algecireña. La San Silvestre algecireña.

La San Silvestre algecireña. / Miguel Ángel del Águila

La San Silvestre algecireña

Hacía poco más de un día que había entrado en vigor nuestra constitución democrática. Algunos ciudadanos se atrevieron a salir a la calle la última mañana de 1978 desafiando una inclemente tanda de frentes atlánticos para correr la San Silvestre local. A imitación de la famosa carrera madrileña, que años antes había perdido su carácter profesional y se había abierto a participantes de toda condición, en Algeciras se quiso implantar tan sano y vistoso evento.

Las calles del viario urbano se vieron pobladas de participantes que la mañana del treinta y uno recorrían despejados tramos de asfalto. Apenas una docena de corredores fueron captados por Miguel Ángel Del Águila aquella lluviosa mañana por un paseo Marítimo donde aún quedaban solares libres y en otros se construían edificios con preconstitucionales carteles de promociones del antiguo régimen. Entre el autobús de la CTM, un 127 en función de coche escoba y una mediana de césped salpicado de ágaves, yucas y carrizo de las pampas, los participantes en la prueba se afanan en hacer kilómetros.

Calzonas de Mérida, bañadores Meyba, camisetas de andar por casa, tenis de troteo, pantalones de chándal, dorsales al pecho; poca sofisticación, nula tecnología; brazos sin digitalizar y escaso culto a cuerpos normales poco acostumbrados a bebidas energéticas, sesiones de gimnasio y alimentos hipocalóricos. Correr, solamente correr, en lluviosa soledad o en gozosa compañía con abrazos compartidos y sonriendo a la cámara a la espera de las uvas.

Los bailes de Nochevieja. Los bailes de Nochevieja.

Los bailes de Nochevieja. / Miguel Ángel del Águila

Los bailes de Nochevieja

Último día de 1969. Fue el año del terremoto, el año en el que el Apolo XI llegó hasta la Luna y en el que Salomé ganó Eurovisión viviendo cantando en el Teatro Real. No sabemos si sonó esta canción en el picú que amenizaba los bailes que organizaba Stella Maris en los flamantes salones de las nuevas instalaciones de la parroquia del Carmen, entre el Secano y la araucaria de los Bandrés, frente al Florida.

En este local, impulsado por la iniciativa del padre Cruceira y el padre Llanes, tuvieron lugar encuentros festivos a los que acudían numerosos jóvenes de entonces. Alcanzaron especial notoriedad los que se celebraban en fin de año. Aquella noche sonaron los foráneos estribillos de Los Beatles, Led Zeppelin y Roberta Flack; se bailaron los más familiares acordes de Mike Kennedy o Los Payos y se escucharon las afrancesadas letras de Mari Trini que muchos se sabían de memoria.

Bajo bolas que colgaban del techo con cintas de espumillón, la juventud baila: chaquetas de paño, finas corbatas, trajes de franela y jerséis de cuello alto envuelven rostros imberbes, sonrisas de gozo, ostentosos saludos, risas desenfadadas y alguna mirada de soslayo en busca de alguna ausencia. Todos parecen disfrutar sin vasos de cubalibres ni tabaco de contrabando, aunque nadie puede barruntar la gran riada que dos semanas más tarde penetró en la ciudad entre la araucaria de los Bandrés y el Florida; pero eso es otra historia.

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