Campo chico

A cuenta de la casa de don Enrique Recagno del Pino y del artículo de Pérez de Vargas

  • La nieta del orfebre, relojero y óptico gibraltareño responde en una carta al director de Europa Sur a una crónica del colaborador de este periódico en la que hacía alusión a su abuelo

  • Pérez de Vargas le replica en otro escrito que reproducimos a continuación

Anuncio de la relojería de Enrique Recagno del Pino, en 1945.

Anuncio de la relojería de Enrique Recagno del Pino, en 1945.

Muy Sr. mío:

Me dirijo a Ud. como nieta de Enrique Recagno del Pino. El motivo es un artículo escrito por Alberto Pérez de Vargas en el periódico que usted dirige, de fecha 14 de febrero pasado.  El citado columnista habla de mi abuelo en unos términos inapropiados para mí y mi familia, por no decir otra cosa. Añade además una serie de imprecisiones sobre nuestra antigua casa familiar.

La casa descrita era nuestra vivienda familiar desde 1878 hasta el fallecimiento de mi abuelo el 10 de diciembre de 1972. Mi abuelo fue un caballero de nacionalidad británica, respetado en Algeciras y Gibraltar por su educación y discreción.  Siempre  mantuvo una postura independiente respecto a la política española de la época y jamás fue afín o quiso agradar al fascismo, como se desprende  de la columna. No intervino en la Guerra Civil, manteniéndose al margen como británico y residiendo durante la misma en Gibraltar.

De la familia Recagno en esta zona puedo decirle  que llegan en 1802 desde Génova a Gibraltar. Eran comerciantes e industriales, alternaban sus domicilios y negocios entre Gibraltar y la comarca.

Uno de esos domicilios era la casa de Cánovas del Castillo, desde 1878 adquirida por su tía abuela Irene Recagno Ramayón y heredada luego por él. Esta calle hasta 1897 se llamaba Real y el número de la casa era el 12. A partir de esa fecha pasó a llamarse Cánovas del Castillo y se le asignó a la vivienda el número 11. En agosto de 1923, creo que por dividirla en dos tramos, Eduardo Dato y Cánovas del Castillo, se le asigna el número 1 de Cánovas del Castillo que mantuvo hasta los años 70, cuando fue demolida una vez muerto mi abuelo.

A la calle Eduardo Dato se le cambia el nombre en 1936 por José Antonio. No tiene ningún sentido pretender asignar a la casa ese nuevo número y menos en los términos que pretende el columnista. Nadie que lo conociera imagina a D. Enrique Recagno, como le decía todo el mundo, en una madrugada con un bote de pintura pintarrajeando su fachada en un arranque pro fascista. Siempre conocí el número 11 tallado en la clave de piedra del portón. Mi abuelo era orfebre, relojero y óptico, le encantaba aprender. Su amigo el dr. Power le enseñó esta última profesión. Pero se jubiló joven y dejó el negocio a uno de sus hijos que marchó a Tánger en el año 1956.

Le he hecho una pequeña semblanza de mi querido abuelo y mi familia, británica y algecireña. Le ruego rectifique las inexactitudes en los datos y la afinidad con el régimen franquista vertidas por su columnista,  al que no logro entender. Pérez de Vargas vivió unos números más abajo de mi casa y su padre regentaba un bar un poco más arriba, en resumen, vecinos. Hace algunos años me comentó esa historia y se la desmentí amablemente. Hoy vuelvo a hacerlo.

Atentamente,

Irene Salvo Recagno

Réplica de Alberto Pérez de Vargas

He leído y releído el párrafo de mi artículo publicado el pasado domingo día 14 de febrero, al que alude mi amable interlocutora, doña Irene Salvo Recagno, tratando de encontrar en él algo que pudiera ser ofensivo para su abuelo, don Enrique Recagno, orfebre, relojero y óptico, de ascendencia genovesa, como la mayor parte de los habitantes de la colonia, al que conocí personalmente y por el que siempre sentí un gran respeto, como lo tengo a su memoria.

No he encontrado nada ofensivo, ni nada que pudiera aludir a sus preferencias ideológicas. No obstante, no descarto que doña Irene haya podido interpretar mis palabras de un modo que nada tiene que ver con mi intención al escribirlas. No entro en la integridad de don Enrique ni, por añadidura, dudo de ella. Lo que relato me lo contó un pariente suyo, cuyo nombre debo reservarme, y me lo han ratificado media docena de personas de la época; de hecho, era entonces casi de domino público.

Donde doña Irene –según dice– veía el número once todos vieron el número uno. La acción de don Enrique se describe en términos de preferencias por razones comerciales y no de otro tipo, si bien la imaginación de doña Irene la ha conducido por otros derroteros que nada tienen que ver con mi intención, puramente anecdótica e intrascendente.

Los gibraltareños, a los que conozco bien, sobre todo a los de esa época, no les sorprendería algo así como lo que supone el relato; siempre fueron hábiles comerciantes. Salir una noche sin luna a poner un uno junto a otro uno, sugiere un gran sentido del humor y aprovechar una oportunidad que ofrecía el azar y las circunstancias. En esos tiempos, créame, hasta los yanitos que vivían en España y tenían un negocio que explotar procuraban contemporizar con el mando, como es natural. No se trataba de identificarse sino de no ofender y de caer simpático.

Verá, doña Irene, no sé si se ha fijado en el anuncio publicitario que acompañaba al artículo en la web del periódico; es de suponer que lo insertó don Enrique, pues bien, es de 1945 y en él se sitúa la relojería en el número 1 de la calle Cánovas del Castillo. Eso no contradice mi teoría y sí la suya en la que asegura que se le asignó el número 11. En cualquier caso, reciba mis disculpas. Y quédese tranquila, poner un 1 en una fachada no creo sea, en ningún caso, “pintarrajear las fachadas” en un “arranque pro fascista”. Hoy día no suena bien eso de fascista, pero entonces se llevaba mucho. No puedo negar lo que he escrito, pero no deseo, de ninguna manera, que erosione lo más mínimo, la memoria de un paisano tan respetable.

Alberto Pérez de Vargas

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