Historias de Algeciras

El padre Cruceyra: un hombre para la eternidad

  • El padre Cruceyra supo gestionar el Comedor el Carmen a la par que puso en marcha la construcción de una residencia de estudiantes en la ciudad

  • Siempre contó con numerosos colaboradores y el cariño del pueblo de Algeciras

Francisco María Cruceyra Sánchez durante una procesión del Domingo de Ramos.

Francisco María Cruceyra Sánchez durante una procesión del Domingo de Ramos.

Pocas veces se me ofrece la oportunidad para la elaboración de un documentado relato el no acudir a la obligada cita con viejos expedientes, ni tampoco abrir polvorientas cajas o solicitar a colegas de otros municipios la oportuna información sobre el asunto a tratar. En este muy entrañable y especial caso solo me basta la memoria como instrumento, dado mi personal conocimiento del protagonista y el anual recuerdo coincidente con el carmelita mes de julio como sentimental motivación.

Nacido en el seno de una familia cañailla con posibles, vino al mundo Francisco María Cruceyra Sánchez durante la década en la que un ex vecino de nuestra ciudad apellidado Primo de Rivera, regía los destinos de España. El padre Cruceyra tras vivir su infancia en su ciudad natal de la Isla de León (San Fernando), marcharía al seminario de Cádiz.

Finalizado su periodo en la conciliar casa fue destinado a otras poblaciones y parroquias de la diócesis, forjándole aquella experiencia la obligada y necesaria personalidad para afrontar un gran reto: asumir el algecireño templo de Ntra. Sra. del Carmen. Si bien en un primer momento, la local impresión fue la visión del sustituto del mítico gran sacerdote, como lo fue, el siempre recordado y admirado Padre Flores, en poco tiempo su carisma también demostró que si en ambos párrocos el evangélico objetivo era coincidente, también no era menos cierto que los inescrutables caminos hasta llegar a Él podían ser dignamente diferentes. Y así fue; en poco tiempo y desde el respeto más profundo supo ganarse su sitio, su lugar en el complejo “universo especial”.

Y así en aquella “miguelinista” Algeciras, donde triunfaban ante los micrófonos de la emisora local la pareja compuesta por los locutores Maruchi Bedriomo y Agustín Moriche en un popular programa titulado Mesa Revuelta, estando al mando del control José González; Cruceyra se puso manos a la obra para terminar en pocos años lo que su paisano y muy estimado hermano en la fe había comenzado pocos tiempo atrás.

Tal fue su recuerdo y reconocimiento hacia la figura del Padre Flores, que no descansó hasta hacer posible -años después- que los restos de aquel tan querido sacerdote, descansaran para siempre en el templo que con tan escasos medios iniciara con la ayuda de los voluntariosos y siempre solidarios algecireños. Gracias a ambos, la Algeciras de la siguiente década de los setenta contaría con una iglesia totalmente terminada, moderna y en línea con las directrices del Concilio que presidió Pablo VI; dando respuesta a las exigencias de una población en desarrollo como era nuestra ciudad de entonces. El aún joven cura estaba suficientemente preparado y dispuesto para afrontar los cambios políticos, sociales y económicos que estaban por llegar y de los cuales -sacerdote y parroquia- serían protagonistas.

Hombre de gran talla humanista, contaba entre sus cualidades “el saber rodearse de las personas necesarias y adecuadas en función de los objetivos propuestos”. La simple apertura del parroquial club, no fue tan solo un gesto de acercamiento hacia la juventud de la época. Su obra necesitaba de jóvenes colaboradores preparados y comprometidos. De aquel crisol juvenil surgieron elementos que brillantemente y desde diversos campos profesionales, sirvieron al desarrollo de la Algeciras postconciliar.

Aquella nueva juventud “especial”, fue la que protagonizó una no muy conocida anécdota acontecida en el parroquial patio y que definía con toda la perfección posible la realidad histórica y social de nuestra ciudad y la comarca. Todo surgió cuando un mal entendido en el protocolo, dispuso que el por entonces Príncipe de España esperase obligadamente la llegada del resto de autoridades para la inauguración de la Escuela de Maestría Industrial. En un momento dado, el futuro Rey sacó un paquete de cigarrillos de la popular marca Ducados, siéndole ofrecido por uno de los jóvenes presente su paquete de Chesterfield adquirido de estraperlo. Aquella era la realidad de la época: el histórico contrabando frente a la nueva conformación política que se pretendía implantar tras el programado fin de la dictadura; y teniendo como telón de fondo el cercano y traumático cierre de la verja de Gibraltar. Clausura aquella que no conseguiría se dejase de fumar rubio americano en la comarca por muy Plan de Desarrollo que se pusiera en práctica. Y todo ello, recordemos, ante quién en pocos años ocuparía la más alta dignidad de la nación. Desgraciadamente las autoridades presentes no supieron ver ni mucho menos analizar, el descriptivo futuro que ocultaba aquel simpático gesto del joven algecireño. Algeciras representada en la figura de tan solidario fumador, habría de hacerse -como aún lo pretende- así misma.

Don Francisco no era hombre de aspavientos ni alharacas, seguidor del discreto y bíblico mensaje: No dejes que tu mano izquierda sepa lo que hace la derecha, no le faltaron ocasiones de ponerlo en práctica. La humana controversia surgía cuando los cercanos a “una mano” opinaban que la propuesta hacia la “otra” era mayor. Pese a todo y sin pararse a pensar si eran galgos o podencos, Cruceyra fue consiguiendo poco a poco acercar a toda la sociedad algecireña a los objetivos evangélicos propuestos como fueron, entre otros: el comedor social o la posterior residencia de estudiantes. Don Francisco, supo dar un paso hacia adelante cuando la Administración que miraba hacia otro lado, siendo su única propuesta ante la algecireña pobreza, la presencia de una sola asistenta social conocida popularmente como Doña Adelaida y la más que voluntariosa administrativa Cristina, ambas sin medios y básicamente sin recursos, hacían más -mucho más- de lo que la sorda y ciega Administración les pudiera exigir.

La tarea, nuevamente, contaba con no pocos obstáculos. En plena Transición cuando los nuevos aires políticos inundaban nuestra calles y plazas, pero no daban de comer, Cruceyra se encontraba con la obligación evangélica de ofrecer diariamente un plato de comida en el popular Comedor del Carmen.

Aquel cumplimiento -y de ello pueden dar fe no pocos algecireños- también le empujaba personalmente a comulgar con auténticas “ruedas de molino”; sacrificio que asumía sabedor de que aquel olvidado niño del Callejón de Amstrong (afectado según Baroja de la cándida inmoralidad que produce el hambre) o el humilde estudiante (quién para Cervantes el hambre no fuese tan uno) comieran ambos dignamente.

Hombre adelantado a su tiempo, el Padre Cruceyra entendía, y desde la más absoluta discreción, que la justa posición en la supuesta balanza social estaba justamente al lado de la persona que tenía el plato vacío. Y que llenando el estómago del necesitado se llegaría al fiel, mítico lugar desde donde se puede conseguir el equilibrio que genera la añorada paz social y el consiguiente progreso. Primum vivere deinde philosophare. En román paladino: come primero y después reflexiona.

La total integración del Padre Cruceyra en la población algecireña tuvo como reflejo, entre otros gestos, su elección para la bendición de la nueva plaza de toros Las Palomas (1969). Para entonces, el templo y la actividad parroquial estaba más que consolidada y respaldada con la conformación de un magnífico equipo de colaboradores donde destacaban apellidos como Gaggero, Pelayo o Bandrés, entre muchos otros.

Desgraciadamente eran tiempos de gran necesidad, y el -aún- humilde comedor ubicado en los bajos del antiguo edificio de los salesianos se estaba quedando pequeño. Aquel vetusto habitáculo seguía siendo un milagro diario; pero aunque la despensa estuviera vacía nunca faltó ni un solo día la posibilidad para que los más necesitados pudieran alimentarse en el Comedor del Carmen.

El padre Cruceyra, en el nuevo comedor del Carmen. El padre Cruceyra, en el nuevo comedor del Carmen.

El padre Cruceyra, en el nuevo comedor del Carmen.

Y entonces llegó la radio y con ella la posibilidad de proseguir su actividad evangélica. Nuevamente el destino pondría en el camino de Cruceyra a magníficos profesionales -en este caso del medio- para “hacer equipo” y triunfar con un programa de claro talante solidario que llevaría por título: Navidad con Amor. Apellidos, entre otros, como Ojeda, Narváez, Solís, Piñero o el propio director de la emisora Sergio González Otal (quién años después recibiría la Medalla al Mérito en el Trabajo), le hicieron ser merecedor de la Antena de Oro de Radio Algeciras de la Cadena Ser, dado el gran éxito del anual programa.

Gran devoto de la advocación titular de su parroquia, consiguió conjuntamente con las autoridades de la Comandancia de Marina destacadas en Algeciras y la también ayuda de la Junta de Obras del Puerto, dar un realce hasta entonces no alcanzado a la procesión de la Estrella de los Mares.

Y si el compromiso para con la procesión de gloria de la Virgen del Carmen era de total entrega, el mismo empeño no fue menor con la casi desaparecida Semana Santa local. Durante años su procesión viviente del Domingo de Ramos mantuvo encendida, junto a otras escasas salidas procesionales, la llama de la Semana de Pasión algecireña. Y así, nuevamente el destino pondría en su camino a las personas necesarias para conjuntamente con los alumnos de la Escuela de Maestría Industrial, conformar un magnífico equipo compuesto, entre otros, por los apellidos: Buch, Bravo, Cano o Contreras, para hacer posible el renacer de la Semana Santa de Algeciras.

También y por aquella década, un nuevo y necesario objetivo marcó la actividad de Cruceyra: la construcción de un edificio que sirviera de residencia a los jóvenes estudiantes que, desde otras poblaciones, debían desplazarse hasta nuestra ciudad para cursar sus estudios. Aquel nuevo edificio, levantado en su imaginación primero, debería acoger -como así sería- un comedor amplio y bastante para las nuevas necesidades de los residentes y al mismo tiempo no olvidar a los más humildes que seguían llamando diariamente a las puertas del Comedor del Carmen.

Nuevamente la Divina Providencia puso los nombres adecuados al servicio de tan evangélica causa. Así apellidos como Cuello, Busch, Bandrés y Gaggero, entre otros, hicieron posible la realidad que hoy contemplamos construida junto al popular Secano.

En no pocas ocasiones -y de estos fuimos muchos los por entonces jóvenes testigos- llegaban camiones con materiales que una vez descargados el conductor rompiendo la factura informaba al Padre Cruceyra de que "según su jefe aquello ya estaba pagado". Durante la construcción de la nueva residencia y comedor la labor de dar de alimentar a los más necesitados no cesó. Si bien los gastos del tan necesario edificio eran altos, las comidas ofrecidas en un salón provisional habilitado en la esquina que conforman las calle Teniente Miranda y Castelar se siguieron dando. La generosidad del pueblo de Algeciras seguía haciendo posible aquel milagro diario. Y así se llegó a la finalización del tan ansiado y necesario edificio y su posterior inauguración. Por allí pasaron un buen número de estudiantes de fuera de nuestra ciudad, jóvenes -españoles y extranjeros- que de no existir la residencia levantada por el Padre Cruceyra, difícilmente hubiesen podido haber hecho realidad su sueño académico y profesional.

Don Francisco, en sus últimos años, pudo ver y sentir el resultado de su labor predicadora -dando trigo-, viendo hecho realidad el ofrecer a quién lo requiriese los servicios de aquel edificio. Posteriormente pasado el tiempo, y dadas las necesidades de una sociedad de nuevo en crisis económica, fue abierto el nuevo comedor en la Avd. Agustín Bálsamo que llevaría su nombre: Comedor Padre Cruceyra.

Para entonces había recibido distintos homenajes por parte de los algecireños, siendo merecidamente nombrado Hijo Adoptivo de nuestra ciudad. Sin perder su cañailla naturaleza, me consta que amaba profundamente a nuestra tierra.

Ahondando para finalizar en el personaje, en función de lo por mí vivido, recordar que entre sus aficiones -además de la pintura y fotografía- se encontraba el cine, siendo una de sus películas favoritas la titulada: Un hombre para la eternidad (Fred Zinnemann 1966). Amante de la música clásica, contaba con una magnífica colección en vinilo. En pintura (era licenciado en Bellas Artes por la Universidad de Sevilla), sentía predilección por Zurbarán; su programa favorito de TV, Informe Semanal. Gran lector de la diaria prensa que adquiría en el kiosco redondo de la plaza Joaquín Ibañez. Gustaba de tomar café en las terrazas de los vecinos establecimientos a la parroquia, como los bares Manolo o Avenida, con la constante presencia y demanda por los que le requerían. Difícilmente tenía un “no” en su boca y por ende en su bolsillo.

En horas intempestivas, y en no pocas ocasiones, el timbre de su puerta le reclamaba la oportuna ayuda. De todo lo cual bien daban fe los ladridos del Sherpa testigo canino de la solidaridad parroquial, cuya figura en piedra sigue vigilando el carmelita patio. Un día, a camino entre ambos siglos, fue llamado por el Altísimo para reunirse, entre otros, con los que fueron sus grandes coadjutores, los reverendos López y Blanco; uniéndose años después en la celestial casaotro gran representante de la Iglesia que es admirada, el Padre Llanes con quién compartió los primeros años de la que siempre sería su terrenal morada: la parroquia de Nuestra Señora del Carmen, donde y junto a los del Padre Flores, reposan sus restos.

(In memoriam)

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios