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Los conventos Mercedario de Algeciras y Capuchino de Casares

  • El 1725 fue el año clave en la trayectoria del capitán Antonio de Ontañón y Rodríguez, pero le quedaban aún cinco años para que dejara esta mortal vida

Plano del siglo XVIII, de la serie Verboom, mostrando la posición del domicilio de Ontañón, donde posteriormente se levantó el convento de La Merced

Plano del siglo XVIII, de la serie Verboom, mostrando la posición del domicilio de Ontañón, donde posteriormente se levantó el convento de La Merced

Poco antes se había casado en 1728 por poderes con Gregoria de Moctezuma y Loaysa, hija de los señores de Arriate y viuda del marqués de Casa Tavares, sí era descendiente del emperador azteca Moctezuma, como ya dijimos en la anterior entrega. De ella sabemos que, en el lecho de muerte del capitán, el 15 de enero de 1730, estuvo acompañada por dos de sus hermanos: Diego Luis, que vino para acompañarla y a quien le diera el capitán su poder para casarse con ella en 1728 y otro que era religioso trinitario. La enfermedad que lo separó de la vida sólo se manifestó 40 días antes y se agravó en los últimos 15 días. La causa de su muerte fue probablemente un cáncer de próstata, ya que murió de “la enfermedad del útero”.

La esposa quedó de nuevo viuda y él sin herederos legítimos, aunque, como sabemos, había procreado cinco ilegítimos: tres varones Luis Antonio, natural de Gibraltar, Francisco Javier y Antonio María naturales de Tarifa y dos hijas que profesaron en el convento de clarisas de Santa Isabel de Ronda: Isabel María de Santa Rosa y Sebastiana José, pero aún quedan personajes por conocer.

En vida el afamado capitán fue un hombre piadoso y prueba de ello es que, cuando vivía en Tarifa, compraba una buena porción de bulas (documentos eclesiásticos, que previo pago, permitían comer carne a su comprador, en fechas determinadas en las que estaba prohibido su consumo), que repartía, todos los años, entre los pobres expatriados de Gibraltar, porque para él esta ciudad siempre fue su preferida y a los tarifeños que les pedían igual trato, les respondía que, si sobraban, se las daría. Esta predilección tiene su causa en que su caudal lo había conseguido, con diferencia, en la ciudad de Gibraltar, y por ello también quería dejar su fundación (el convento), en Algeciras porque según él, en ella se encontraba el mayor número de los hijos de Gibraltar, trasladados a las ruinas de Algeciras cuando se perdió la plaza, algo que siempre se ha discutido.

Fachada de la iglesia del convento, vista desde la calle San Antonio. Fachada de la iglesia del convento, vista desde la calle San Antonio.

Fachada de la iglesia del convento, vista desde la calle San Antonio.

Sólo a los cinco años de la pérdida física del capitán, en 1735, se expidió a favor de los mercedarios la licencia para la reedificación del convento mercedario, que se llevaría a cabo en la nueva Gibraltar, entendiendo como tal a la renacida Algeciras. Y esto se mantendría así incluso si se devolviera Gibraltar y para ello preveía que se sacara todo lo que se pudiera del convento que quedó atrás (ahora en manos inglesas), como una imagen de la virgen que se encontraba en Málaga, en manos del último comendador del convento gibraltareño, fray Juan Jiménez.

El proyecto del convento algecireño comienza a concretarse a partir de 1724, pero sobre él ya se ha hablado en extenso, ahora sólo vamos a desvelar algunos datos significativos, como que el 3 de octubre de ese año fray José Baz, lector y regente de estudios del convento de Sevilla y autor de las trazas del convento algecireño, recibió la autorización de fray Gabriel de Barbastro, Maestro General de la Orden y señor de Algar y Escaller en Valencia, para que en nombre de la orden pudiese negociar con el pío capitán. El convenio se firmó el 31 de marzo de 1725. Para esa fecha ya había obtenido el permiso del obispado y estaba a la espera de obtener el del Consejo de Castilla, pero la intervención interesada de terceros, dilatará el proyecto de esta fundación.

Entre 1725 y 1728 habría que situar la intromisión del marqués de Monreal, gobernador del Campo de Gibraltar, que, al dilatarse la llegada de la licencia real para la fundación, quiso que ésta recayera en la orden trinitaria descalza, de la que su padre era miembro. Fue tal la presión que el capitán, firme en sus convicciones les dijo que de ninguna manera estaba dispuesto a ello y que, si no se hacía con quien él quería, no fundaría nada, porque era libre de hacer lo que quisiera con su capital.

Aquí estuvo situada la fachada del Convento hasta su destrucción en el siglo XX. Todo ha cambiado excepto el trazado de las calles. Aquí estuvo situada la fachada del Convento hasta su destrucción en el siglo XX. Todo ha cambiado excepto el trazado de las calles.

Aquí estuvo situada la fachada del Convento hasta su destrucción en el siglo XX. Todo ha cambiado excepto el trazado de las calles.

También lo intentaron los vecinos de Tarifa, pero tampoco lo consiguieron.

En la escritura a favor de la orden mercedaria figuraba el nombre del maestro albañil Gabriel Rodríguez, como el ejecutor de la obra.

Tal como tenía él mismo preveía, en 1728 la licencia a favor de los mercedarios fue denegada ante la duda de qué pasaría si se recuperaba Gibraltar y por ello en 1729 se decidió a hacer una nueva escritura, esta vez a favor de las Escuelas Pías, pero lamentablemente dejó este mundo antes de poder ver la fundación hecha realidad. Pero volvieron las tornas. La licencia a favor de los escolapios fue denegada, esta vez, por el obispo de Cádiz, por oposición de la orden mercedaria, que es quien consiguió finalmente la licencia en 1735, siendo su primer comendador fray José Espinosa.

Antes de los mercedarios, Ontañón lo intentó con los franciscanos, pero no se llegó a un acuerdo al no cumplir éstos con las obligaciones previstas por el capitán, que eran una misa claustral todos los lunes del año, ni las clases para enseñar gramática, filosofía y teología. por lo que los desechó y se decantó por los mercedarios.

Retrato de un caballero de la orden de Santiago, obra de Van Loo, conservada en el Museo del Prado. Retrato de un caballero de la orden de Santiago, obra de Van Loo, conservada en el Museo del Prado.

Retrato de un caballero de la orden de Santiago, obra de Van Loo, conservada en el Museo del Prado.

El que eligiera a los mercedarios pudo ser porque era una orden militar, que además de cumplir con su misión tradicional de rescate de cautivos, también se dedicaba a fomentar la educación, también por consejo del regidor y confidente de Ontañón, Sebastián de Velasco y Sepúlveda y quien sabe si fue también por efecto de la presión de fray Alonso Guerrero para restablecer la orden en la zona.

Su preferencia por los mercedarios la mantuvo a pesar de la intromisión del marqués de Montreal, sólo la denegación de la licencia por el Consejo de Castilla le hizo decantarse por los escolapios. En vista del problema de las licencias, también con los esculapios, dejó claro en su testamento que la fundación se le adjudicaría a la orden que la obtuviera y si no lo obtenía ninguna de ellas la fundación recaería en quien determinara Melchor Lozano de Guzmán, uno de sus albaceas, que lo hizo siguiendo la voluntad del capitán. Esta fundación pronto suscitó interés entre los más acaudalados de la población, por lo que se vio favorecida por otras donaciones como la Alejandro Bretón que la dejó heredera de sus bienes en 1727, con la condición de que, si en el espacio de 10 años, contados desde el día de la fecha, no fundaren dicho convento, su heredera sería la iglesia parroquial de Algeciras.

Pero entremos en la sorpresa:

Al poco de morir Ontañón, Francisco Sánchez Zarco, uno de sus albaceas, hizo pública la idea que tuvo, según él, el pío capitán de fundar un convento en Casares. Para Prudencio Pinilla, proveedor del Campo de Gibraltar y presidios de África, uno de los testigos en la probanza que se llevó a cabo ante la Chancillería de Granada para averiguar la razón de esta cuestión, Sánchez Zarco le contó que antes de morir el capitán le dijo que cogiese 22.400 pesos para fundar un convento de capuchinos o franciscanos descalzos en Casares, y que dos días antes de que muriese llevaron la suma a la población en compañía de dos testigos, vecinos de la villa, regresando con el recibo de la entrega del dinero en la misma.

Este relato, cuando se supo, causó extrañeza en el entorno del difunto capitán. Los más allegados desconocían este propósito, comenzando por la propia viuda y el otro albacea testamentario Melchor Lozano, que estuvieron junto al moribundo desde 15 días antes de su fallecimiento. A todos les pareció extraño, como poco, porque el capitán sólo podía comunicarse por señas, porque no podía explicarse de otra manera. Abunda en la extrañeza de este relato que Zarco y compañía salieron de la casa del moribundo cubriendo los talegos del dinero en los cantos de sus capas, sin que persona alguna los viese, con cómplice sigilo por tanto y se fueron a la casa de Sánchez Zarco. Por lo que a todos les resultaba extraño que Ontañón no lo hubiera comunicado a otra persona para evitar semejante lío, ya que los presentes se quedaron pasmados, admirados y extrañando lo que estaban escuchando.

Convento Capuchino de Casares. Convento Capuchino de Casares.

Convento Capuchino de Casares.

La idea de la fundación casareña parece que ya la venía mascando Sánchez Zarco, porque según el alcalde de esta villa, Ontañón tenía separadas una cantidad de dinero para fundar dicho convento, según le dijo Zarco, que era originario de esta villa y conocía al presidente del hospicio de Casares, el capuchino fray Carlos de Marchena. Además, quién iba a sospechar de él, con todas las referencias positivas. Su buen nombre estaba avalado por las propias autoridades del corregimiento, caso del teniente corregidor de Algeciras, Juan Alonso de Velasco, para el que era un sujeto de la mayor integridad y confianza, así del dicho D. Antonio Ontañón como de toda la ciudad de Gibraltar.

Este convento capuchino fue el último creado por la orden.

Pero la historia de los pesos llevados a Casares es bastante curiosa. Estuvieron depositados en la casa del cabildo en un arca pequeña de 5 llaves, con una porción de piedras para simular el aumento de su peso y esta a su vez en otra más grande con una llave, en un cuarto con encargo que se le hizo a el velero para que si oyese o presumiese algún hecho de que pudiese resultar alguna extraña acción, tocase a arrebato para que se acudiese a su defensa. Esos dineros eran imprescindibles para el propósito de la fundación del convento y en ello había muchos implicados, como podemos ver.

Toda una historia rocambolesca, que tuvo como fruto la más que probable fundación del convento capuchino de Casares, con parte de la fortuna de nuestro hidalgo capitán y caballero de la Orden de Santiago. Todo un episodio digno del mejor guion.

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