A Vicente Peña, 'in memoriam'

Obituario

"Siempre decías que te pasaste media vida construyendo iglesias, para dejarlas en otras manos que continuaran las labores evangélicas", recuerda el autor sobre el sacerdote fallecido

Pesar en Algeciras por la muerte del padre Vicente Peña, histórico párroco de San Antonio

José Juan Yborra y familiares con el párroco Vicente Peña.
José Juan Yborra y familiares con el párroco Vicente Peña.

Algeciras/Ha pasado más de medio siglo desde que llegaste a Algeciras para ocupar tu primer destino. A principios de los años sesenta arribaste a la ciudad con el encargo de levantar una parroquia en su extremo norte, tan al extremo que colindaba con la granja que el ejército poseía en unos terrenos rústicos rodeados de eucaliptos y tunas que eran conocidos por su nombre. Allí, en lo alto de un cerro que conectaba por detrás con la carretera vieja de Los Barrios, construiste sobre yermos y baldíos un edificio que aún domina el panorama urbano desde la desembocadura de la calle Ancha y sigue siendo el telón de fondo de la Avenida. La parroquia fue advocada a San Miguel y te encargaste de rematar sus obras con la entronización de una pequeña estatua barroca del arcángel que conseguiste de tu Ceuta natal. Por aquellos altos había espacio, ilusiones y aire puro, que aprovechaste para que muchos jóvenes se dedicaran por primera vez a un deporte que apenas se practicaba por estos lares. El Club Balonmano San Miguel tomó el nombre de la institución religiosa recién creada y todavía hoy tiene el poso de las más fecundas innovaciones. Tras la de La Granja, le tocó el turno a la nueva parroquia del Espíritu Santo, en La Piñera y después vino San Antonio, en La Reconquista. Siempre decías que te pasaste media vida construyendo iglesias, para dejarlas en otras manos que continuaran las labores evangélicas. Fuiste un san Pedro familiar y querido: sobre muchas piedras erigiste templos y ejerciste de manera ejemplar la máxima del Génesis de crecer y multiplicarse.

Te conocí a mediados de los ochenta, cuando coincidimos en el claustro de profesores del antiguo instituto de Algeciras, que por aquel entonces se llamaba Mixto 2. Tuve la suerte de compartir contigo años de docencia y de compañerismo; tuve la dicha de trabajar con una gran persona. En ti se cumplía al pie de la letra el significado etimológico de tu oficio: fuiste el ejemplo de lo que debe ser un diácono, palabra que en latín pasó a denominarse como ministro. Fuiste siempre un servidor en el más noble significado del término. En todo momento actuabas como los mejores amigos: estabas presente pero a una prudente distancia. Sin insistencias ni apremios todos sabíamos que te teníamos. Cuando era necesario, tu voz pausada, con un acento caballa que nunca perdiste, actuaba como el mejor compañero de viaje. Nunca quisiste imponer nada, sino ayudar y estar ahí cuando hacías falta. Fuiste generoso, comprensivo, tolerante, amable, discreto, ejemplar. Fuiste colega y compañero, referente y aliado. Bendijiste nuestra casa cuando formé una familia; viniste a nuestra despedida de solteros que tanto Puri como yo celebramos juntos en el Guachi del Rinconcillo; nos casaste; bautizaste a nuestros dos hijos y has estado con nosotros en las alegrías y en las penas; en la salud y en la enfermedad.

Ya no podré verte más, ni hablar más contigo, ni oír tu voz pausada con ese acento caballa que se mantenía ahí, después de haber erigido tanto bien sobre tantas piedras. Te has ido como lo que siempre fuiste: un hombre bueno cuyo fin fue siempre hacer que la vida de los que te rodeaban fuera mejor. Gracias por todo, Vicente: diácono, ministro, servidor, amigo.

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