Historias de Algeciras

La madre de Regino Martínez (1815-1906)

  • Ángela Basso y Bocio falleció el 30 de enero de 1906 a los 91 años y antes había perdido a sus dos hijos, Ángel y Regino Martínez

  • Nació en Italia y en Cartagena conoció a su marido

En el centro la casa de doña Ángela Basso, madre de Regino Martínez

En el centro la casa de doña Ángela Basso, madre de Regino Martínez

Aquella fría mañana de enero de 1906, los pasillos del consistorio algecireño eran un hervidero de políticos locales que discutían acaloradamente los últimos acontecimientos más importantes para la ciudad: el primero, los resultados de las elecciones municipales que daban como ganador de las mismas a Juan González Olmedo; y en segundo lugar, la elección de la ciudad de Algeciras como sede de la Conferencia Internacional que se desarrollaría en nuestra ciudad en breves semanas, y que incomprensiblemente para algunos presidiría Emilio Santacana.

Todo aquel vendaval político acontecía en la Casa Consistorial al mismo tiempo que a pocos metros lindando en su fondo hacia Poniente –pared con pared–, en la casa número 31 que daba su frente a la calle Ancha, una anciana de 91 años entregaba su alma a Dios. Era el día 30 de enero de 1906, el nombre de la finada Dña. Ángela Basso y Bocio, aunque todo el pueblo de Algeciras la reconocía como la madre de Regino Martínez. Había nacido Doña Ángela, un lejano 1815 en la pequeña población italiana de Piedra Livel, de donde marchó hasta el levante español, conociendo en la zona de acogida al que sería su marido Regino Martínez Ortega, murciano de naturaleza él, avecindándose ella en la ciudad costera de Cartagena, donde se habría asentado su familia buscando un mejor futuro. Mientras la noticia del fallecimiento de tan popular y estimada señora era conocida por todo el vecindario, una gran cantidad de algecireños se acercarían hasta la casa mortuoria donde, como era tradicional velarían su cadáver y expresarían a sus allegados su más profundo pésame. De seguro don Manuel Flores, cura-párroco de la Iglesia de Ntra. Sra. de la Palma, rogaría una plegaria a sus habituales parroquianos en la misa vespertina, por el descanso eterno del alma de tan cristiana señora.

Doña Ángela Basso y Bocio, al igual que las mujeres de su época no tuvo una vida fácil; la emigración hasta tierras españolas en una época tan convulsa para Europa en general, pero muy especial para nuestro país, donde el régimen absolutista de Fernando VII se había impuesto por las armas a cualquier intento de reformismo en la nación fue muy sufrida para la población en general. Para cuando Doña Ángela decide contraer matrimonio en 1836, con el que sería su marido y posterior padre de sus hijos, el rey felón había fallecido tres años antes, quedando el trono en manos de una reina-madre con gran ambición de poder (María Cristina), y de una inexperta hija (Isabel II),víctima de su progenitora.

De regreso al frío presente de un día de enero algecireño de 1906, como era costumbre las campanas de la Palma darían los tristes toques de difuntos. Aquellos tañidos envolverían –además de las conversaciones políticas sobre la elección de Santacana–, el recuerdo en las mentes de los algecireños del también triste destino de los hijos de la infortunada fallecida: Ángel y Regino. Años atrás cuando su famoso hijo marchó con la intención de desarrollar su carrera musical, su madre ya se había quedado viuda; contando por tanto como única compañía con la de su hijo mayor Ángel, el que al parecer, se hizo a la muerte de su padre con el negocio familiar. Ángel Martínez Basso había contraído matrimonio en la iglesia de La Palma con Mercedes González Rivero con la que esperaba desarrollar una vida en común, pero desgraciadamente antes de que comenzara el nuevo siglo, el hijo mayor de Dña. Ángela Basso, falleció.

Conocida la triste noticia por el músico algecireño, rápidamente suspendió todos sus compromisos profesionales y marchó junto a su anciana madre. Durante algún tiempo, el calor y el cariño de sus convecinos pudieron paliar de algún modo el dolor reinante en aquella casa de la calle Ancha. Pero el destino le tenía reservado un nuevo revés en un corto futuro a doña Ángela Basso, sin respetar su avanzada edad. Dña Ángela estaba acompañada, pero Regino había sacrificado su carrera profesional.

Doña Ángela Basso, sintiéndose animada y acompañada con la presencia de su hijo menor, emprende –para mejorar su apenada existencia–, una obra de albañilería en su domicilio, solicitándo al ayuntamiento “licencia”, para abrir sendos huecos: “De 30 cm. en cuadro cada uno en su pared trasera para ganar en luz”, que por aquel entonces era medianera o colindera con la de la propia Casa Consistorial. En el mes de diciembre de 1900, nuevamente la tragedia ronda la casa de la panadería de la calle Ancha. Se hace publico que: “Se encuentra enfermo nuestro amigo Regino Martínez Basso. Hacemos fervientes votos por el restablecimiento a la salud de tan querido paisano”. A partir de ésta primera noticia, los hechos se suceden con gran rapidez. Desgraciadamente, días más tarde, la luctuosa noticia se extiende por toda la ciudad: “Recibimos la dolorosa nueva de haber fallecido D. Regino Martínez Basso, victima de traidora enfermedad. ¡Dios haya acogido en su seno el alma del que en vida fue hijo cariñosísimo y cumplido caballero!”.

Regino Martínez había fallecido la noche del domingo 27 de enero de 1901, a la edad de 56 años. La noticia fue un duro golpe para toda la sociedad algecireña. El padre del finado, D. Regino Martínez Ortega había dejado en su testamento claramente reseñado –como si de un mal presagio se tratara–: “...que su esposa se hiciera cargo de la imagen de una Virgen Dolorosa, conjuntamente con su vitrina”, vaticinándole su desgraciado futuro. Sin duda la anciana mujer se acercaría nuevamente a la mencionada imagen por tercera vez, para encontrar –en el último tramo de su vida–, el necesario consuelo por la pérdida de su segundo hijo. Regino nombraba a su madre con total cariño como “mi vieja”, como él la llamaba “me tiene disgustado y hoy no se encuentra bien”, respondía a los que por ella le preguntaban”. Cuando alguien se atrevía á reconvenirle de modo amistoso, por su apartamiento del mundo de las artes, respondía: “Es que tengo una madre anciana, muy anciana que reclama mis cuidados, y no quiero ni pensar siquiera que podría morir durante una de mis ausencias”.

Aquella atribulada madre que había sentido todo el cariño de su pueblo adoptivo tras la muerte de su reconocido hijo, fue testigo de como la calle donde ella residía pasaba a denominarse con el nombre de quién trajo al mundo 56 años atrás. Esta popular, querida y admirada octogenaria arrastraba desde el siglo anterior todo el dolor que le había generado la pérdida de su esposo en primer lugar, su hijo Ángel posteriormente, y por último su popular hijo Regino. Afortunadamente, el destino ó la fe que profesaba no permitieron que en sus últimos años de vida le acompañara la soledad, sintiéndose por tanto arropada por su nieto Juan Martínez González –hijo de su desaparecido primogénito Ángel, fruto del matrimonio de éste con Mercedes González Rivero–, posteriormente su querido nieto Juan contrajo a su vez matrimonio con Cipriana Gómez Rodríguez, la que se convirtió en su nieta política, naciendo de esta unión Ángela Martínez Gómez, su biznieta, el último gran regalo que le dedicó la vida quizás para resarcirla de tanto dolor por la pérdida de sus seres queridos y que le sirvió de entrañable compañía hasta su fallecimiento en 1906. Abuela, nieto, nieta política y biznieta, formaban un núcleo unido que seguían residiendo en la casa familiar del número 31 de la calle cuyo nombre para los algecireños era Regino Martínez, pero para los componentes de aquel pequeño clan recordaba al hijo, al tío y al tío-abuelo Regino.

Y llegó 5 años más tarde el triste y frío mes de enero con el que comenzábamos este relato. Y tan bien con él día 30 de aquel fatídico mes para aquella familia –recordemos que su malogrado hijo músico había fallecido el 27 de enero de 1901–, si la pobre, para entonces nonagenaria Ángela, no se hubiera agarrado a la vida tres días más hubiera fallecido exactamente el mismo mes y el mismo día que su querido hijo Regino. El destino así lo quiso y como ella expresaría documentalmente entregó aquel día “su alma á Dios”.

Ángela Basso y Bocio, mujer previsora donde las hubiera, meses antes dejaría plasmada su última voluntad dejándole a sus descendientes las siguientes propiedades: “La mitad de una casa compartida con su nieto don Juan Martínez situada en la calle de Regino Martínez de esta ciudad –antes Ancha–, número 31 con diversas habitaciones, patios, cuadras, almacenes, horno y tres asientos de atahona enclavados en el mismo edificio y demás oficinas propias de esta industria. Un huerto nombrado del Escribano en la Dehesa del Novillero de este término, al pié del cerro llamado del Campanario: tiene 4 fanegas de cabida de tierras cercadas; tiene también casa de mampostería y está poblado de árboles frutales contando con agua inmediata. Un cortijo de tierras nombrado Tesorillo en la Dehesa del Novillero de este término, con cabida de 195 fanegas […], teniendo un caserío compuesto de varias dependencias para los usos de la finca. Un pedazo de tierra montuosa á la que está unido el cerro llamado del Escribano, en la Dehesa del Novillero en este término, con una cabida aproximada de 5 fanegas. Y la mitad de una suerte de tierra que formó parte del Cortijo nombrado del Campanario, situado en la Dehesa de este término, teniendo dicha media suerte 5 fanegas de cabida”.

Nada más hacerse cargo de la propiedad dejada por su abuela Doña Ángela, su nieto Juan Martínez “arrendó á Andrés Parra Nadal, 36 años, casado, molinero, la panadería sita en el número 31, planta baja de la calle Regino Martínez”. El contrato se establecería por 5 años que comenzarían á correr y contarse desde el día del presente mes y terminaría igual día del año 1911. El precio de este arrendamiento sería el de 10 pesetas diarias que abonaría cada día Parra a Martínez en su domicilio, sin prestar excusa alguna y en efectivo. Parra no podría subarrendar en forma alguna el negocio de panadería establecido en los bajos de la finca, pero sí el piso alto de la misma á excepción de la habitación existente en el mismo destinada á granero, la cual solo podría ser subarrendada para habitación pero nunca para almacén sin el consentimiento expreso de Martínez. Sería obligación de Parra conservar por su cuenta y cargo y en el mismo buen estado en que se encuentró tanto la finca que se arrendó como los enseres, útiles y efectos que forman el negocio de panadería, no pudiendo efectuar ninguna clase de obras sin expresa autorización de Martínez.

Tras la muerte de Doña Ángela Basso y Bocio, proseguía en arriendo la actividad de la industria que con tanto esfuerzo levantó su difunto esposo. El negocio familiar de los Martínez-Basso se transformaba al mismo tiempo que la ciudad de Algeciras se abría al nuevo siglo que acababa de comenzar, sin olvidar en el recuerdo a aquella querida familia que habitó el número 31 de la calle Ancha o Regino Martínez.

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