La huerta y venta de Pelayo (y IV)

Historias de Algeciras

Las familias de posibles gustan de pasar los veranos y recuperarse de sus dolencias en este lugar "pintoresco y sano"

El autor recuerda sus encuentros con Alfonso Ros Vera, el último cabrero de Algeciras

La Piedra de Belmonte, de Román, en la propiedad de su hermana Lucía en Pelayo.
La Piedra de Belmonte, de Román, en la propiedad de su hermana Lucía en Pelayo.
Manuel Tapia Ledesma

Algeciras, 14 de julio 2019 - 04:05

Coincidente con las obras de la cía. Andalusia Water Company en Pelayo, el Ayuntamiento de Algeciras, prosigue con la subasta anual de la bellota en la Argamasilla, según lo recogido en sesión plenaria: “Se acordó el pliego de condiciones económicas para la subasta del fruto de la bellota de la Dehesa Argamasilla durante la próxima montanera”. A la citada subasta acudían tradicionalmente el alcalde, el Síndico primero y los representantes de la comisión de Policía Rural.

Con el paso del tiempo -y avanzando en las décadas-, una vez consolidadas las propiedades en la zona, esta pasó a ser un lugar “pintoresco y sano”, donde las familias con posibles gustaban de pasar el estío o recuperarse de las dolencias: “En el pintoresco sitio de Pelayo se encuentran pasando la presente temporada veraniega, don Luis Méndez y don José Valencia, director y cajero, respectivamente, del Banco Español de Crédito”. Del mismo modo aconteció con otras familias como: “También pasan el veraneo en el pintoresco Pelayo los señores de Bianchi […], se encuentra con fiebre en el huerto Las Columnas, de este termino donde pasa temporadas la distinguida señora del ilustrado abogado y rico propietario don Joaquín Bianchi Santacana”. Siguiente: “Se encuentran pasando temporada en el pintoresco sitio de Pelayo los distinguidos señores de Ruiz Rodríguez (don Otilio), acreditado comerciante”. Otilio Ruiz tenía el honor de ser proveedor oficial de la Casa Real española. También: “Se encuentra en Pelayo, bastante mejorada de su dolencia, la encantadora señorita Elena Glynn Rodríguez”. Incluso los protagonistas políticos de la época acudían a la Dehesa de la Argamasilla: “La hija mayor de don Sebastián Simino, concejal de este Excmo. Ayuntamiento y probo comerciante, se encuentra enferma, aunque no de gravedad afortunadamente se encuentra en el pintoresco sitio de Pelayo donde pasa temporada”. Y por supuesto lo más señalado de la burguesía local: “De Pelayo regresó don Luis Méndez Estéfano -ya mencionado-, director del Banco Español de Crédito. En su lugar ha marchado su hermano don Julio con su bella esposa e hijos […] Se encuentran pasando temporada en Pelayo los distinguidos señores de Sánchez (don José), digno Jefe de esta Central de Teléfonos […] Pasa temporada en Pelayo, la distinguida familia del responsable notario y abogado don José Jiménez Prieto”, etc.

Pero no todo era tan idílico en aquel bonito paraje: “El Juzgado de Instrucción de esta Ciudad ha abierto causa contra Juan Gutiérrez Caba, residente en el sitio de Pelayo; de este termino municipal por cortar alguna leña para sus necesidades, hubo de adquirirla de las propiedades comprendidas en el Cortijo de los Palos, El colono del cortijo, Eduardo Beneroso Sánchez, conocedor del hurto lo denunció al Juzgado Municipal”. O también: “El Juez de Instrucción de Algeciras pide se informe de la conducta de la vecina, Juana Vasallo González, domiciliada en Pelayo”.

El mimbre o Chorro de Pelayo, en la actualidad.
El mimbre o Chorro de Pelayo, en la actualidad.

En cuanto a la venta, ya consolidada con el nombre “prestado” por el huerto, se convierte en parada obligada, según se desprende de la siguiente descripción de un viaje Algeciras-Tarifa en diligencia: “Desde Algeciras la bella, desde la perla de más oriente de todo el Mediterráneo, hay varios medios de comunicación […], todos muy bien servidos y montados; el más antiguo y más original que a todos nos encanta, es La Madrileña, que nosotros cariñosamente llamamos de Nicolás (por su propietario Nicolás Marcet). A las 6,30 se va al Parador (plaza Juan de Lima); en el café contiguo esperan los populares Sánchez (conductores o mayorales), a los viajeros. Dan la voz de salida y acudimos a taquilla. Hay varios precios, pero como la empresa y viajeros componen por amistad una familia, todos pagan lo mismo y se acomodan como mejor les place en el coche. Los que por primera vez lo hacen, se felicitan de lo holgados y cómodos que van a hacer el viaje. ¡Que bien! ¡Que anchos y cómodos vamos a llegar a Tarifa!; más, al salir de los Barreros (calle de la Villa Vieja que comunica la calle Eladio Infantes con la CN-340, a la altura del antiguo bar El Hormiguero y Callejón de la Noria), para el coche, entra un compadre del mayoral que lo vi momentos antes en el café, tomando copas. Seguimos y a los pocos momentos otra parada, y sube otro; éste trae sacos, cestos y otros cachivaches que van quitando comodidad a los pasajeros que pagaron y soñaron con comodidades que sólo les dura unos instantes. En la venta de Los Guijos, vuelve a parar el coche y suben dos pasajeros; con dos costales llenos de no sé qué, que me obligan a llevar los pies cerca de las nubes, y el resto de mi humanidad a las profundidades del cabriolet. Pelayo, parada oficial; copa, café o lo que guste el viajero; pues, es una cantina muy surtida y bien servida; el lugar es encantador y de una belleza salvaje; la frondosidad de sus alcornocales que entre sus ramas deja ver al viajero como cinta cinematográfica, la belleza del estrecho, que llenan el espíritu de un placer que hace olvidar las liberalidades del mayoral. ¡Al coche, señorito!, grita uno; y todos nos volvemos a colocar como podemos, pero ni con una sombra de satisfacción de la que experimentamos al salir de Algeciras. Guadalmesí: parada y subida de un carabinero; cien metros más adelante otra parada, y aumento del pasaje, que vamos ya como sardinas en barrica. Dos horas transcurrieron estamos a la vista de Tarifa; parada y entonces todos los que no pagaron desocupan el coche, y éste más ligero y los paganos más holgados, en pocos momentos nos hallamos en la histórica Tarifa, en esa Hada encantada por el arrullo del cacique y de las olas menos bravas y salvajes del Océano y del Mediterráneo […], me despido a las puertas de la fonda Victoria o de Villanueva, siempre limpia y siempre brillante”. (TAPIA LEDESMA, M. Historias de Algeciras IV. Ed. Imagenta. 2018).

Mientras estas circunstancias se van desarrollando en una zona que poco a poco ve incrementado su número de vecinos, la estirpe creada por Francisco Ros, está suficientemente afincada en nuestra ciudad, y siempre relacionada con la actividad agropecuaria, tal fue el caso de Andrés Cuadro Ros, quién una vez casado, se convirtió en arrendador de un pedazo de la huerta llamada Mi Hacienda, propiedad de Victoria de Muro y Frías, hija del ex alcalde Rafael de Muro. Esta heredad en vida de su padre sufrió un grave incendio, estando asegurada en la Compañía La Urbana, siendo responsable en la delegación establecida en Algeciras Juan B. Guadalupe. Victoria de Muro arrendó de su finca los siguientes bienes: “3 pilas de estiércol para abono de las tierras, 30 fanegas de trigo, 2 fanegas de habas, 10 fanegas de maíz, 2 fanegas de cebada, 2 burras y 1 rucha, 2 vacas, 1 añoja, 1 becerra, 4 cochinos y 1 puerca; y además el poblado y la fruta que contiene en parte de huerta”. Otro fue, Simón Fuentes Ros quién era dueño de: “Una yegua de pelo negro cerrada, con hierro conocido. Una burra de pelo rubio, también cerrada, señalada de ambas orejas.= Una puerca de pelo pintada de año y medio. Una cuartilla de maíz de sembradura en la suerte de tierra conocida por la de Pardo en el sitio de la Acebuchal de [...], propiedad de Juan Agüera, que el Sr. Fuentes Ros tiene en arriendo, y 2 fanegas de trigo de sembradura en la referida suerte de Pardo. Dicho ganado también se encuentra en la mencionada suerte de tierra, y tanto este como el maíz y el trigo sembrado en la misma, se encuentra libre de todas responsabilidades. Simón Fuentes Ros –prosigue el documento- lo vendió todo a Martín González Guerrero, de 34 años, casado y jornalero, en 125 pesetas la yegua, 90 pesetas la burra, 50 pesetas la puerca, 60 pesetas el maíz y 160 pesetas el trigo, sumando un total de 485 pesetas”.

También en la Dehesa de la Argamasilla, no lejos de la finca de Pelayo, estaba domiciliado Antonio Moreno Ros, propietario del huerto denominado “Canuto del Arca”, conteniendo, según la documentación consultada: “Arboleda frutal, estando cercado de caserío, horno y choza: tiene de cabida 2 hectáreas y 57 áreas y 57 centiáreas”. Practicando la misma actividad agropecuaria encontramos a Simón Ros Marín, quién también era propietario de 17 cabras beleñas de leche y una chiva de diferentes señales, una vaca suiza de leche de 10 años, berrenda, con las dos orejas rajadas y herrada con las letras S.R. (Simón Ros), y un becerro de cuatro meses de color negro sin marca ni señal”. De todo lo cual se desprendió para pagar una deuda de 1.000 pesetas, contraída con el vecino de Algeciras Juan Jimeno Abril”. Este último miembro de la familia era arrendatario de un huerto denominado Puntal del Bujeo de las Puertas”, junto a la Garganta de Marchenilla -no lejos de la Argamasilla-, propiedad de Lucía Román Cozárnego, hermana del célebre algecireño José Román Cozárnego, terreno éste donde el genial artista pintaría su famosa caricatura en piedra dedicada al torero Juan Belmonte.

En otro contexto de la actividad comercial algecireña, también encontramos al apellido Ros, en este caso en la compra de un establecimiento de bebidas denominado La Alegría, sito en la calle Rafael de Muro (Sacramento), esquina Castelar (Panadería) y por el que Ignacio Maró Ros pagó a su anterior dueño, la cantidad de 250 pesetas. Lógicamente aquel apellido traído desde Benadalid -por aquella rama- estuvo presente en todos los episodios históricos en los que participó nuestra ciudad, como lo fue por ejemplo, la Guerra de Cuba: “Juan Moreno Ros, que domiciliado en la -siempre presente- Argamasilla, fue reclutado para luchar en Ultramar, siendo destinado al Regimiento de Infantería de España, número 46, con la suerte de ser uno de los pocos soldados algecireños que volvieron con vida del conflicto, según lo demuestra su reclamación a la Tesorería del Estado -años después- por una deuda de clases pasivas, según recogió La Gaceta (actual B.O.E.), en 1915”.

A finales de los años sesenta del pasado siglo XX, un niño de apenas 10 años gustaba de sentarse en un poyete cercano a su casa, junto a un viejo cabrero que, apoyado en su bastón, le contaba sus historias, teniendo como testigo a una noble perrita blanca con manchas negras llamada Linda. La mente del anciano se trasladaba en el tiempo y recordaba cuando con su rebaño proveniente de la zona de Pajarete y Fuente del Piojo, atravesaba una cañá rodeada de espigas de trigo conocida como la Bajadilla para llegar -tras dejar atrás el Hotel Garrido-, a la Charca donde daba de beber a sus cabras. Aquel anciano que, apoyado en su bastón, contaba sus recuerdos a un niño que los oía con los ojos y oídos abiertos se llamaba Alfonso Ros Vera, quién afirmaba que su familia “venía de la parte de Pelayo”; y el niño asombrado ante tales historias es el autor de este relato, que peinando canas recuerda con afecto las entrañables historias de quién fuera -quizá- el último cabrero que transitó con su rebaño por las calles de Algeciras.

stats