Historias de Algeciras

Los hijos de un héroe

  • La derrota de la Escuadra de Filipinas a manos de los Estados Unidos dejó sin padre a los vástagos del capitán Juan de la Concha

  • Su cuñado asumiría tan importante papel

Ilustración de la ballata de Cavite.

Ilustración de la ballata de Cavite.

Miró su reloj, aún no eran las 6 de aquella mañana de primavera de 1898. El capitán de fragata Juan de la Concha era un experto marino que había entregado gran parte de su vida al servicio de la Armada Nacional. Él sabía perfectamente lo que iba a acontecer nada más el sol encendiera la amanecida. Hombre acostumbrado a sufrir como profesional el olvido de los políticos de Madrid, conocía perfectamente la diferencia técnica entre los vetustos barcos hispanos y los modernos acorazados yanquis.

Miraba a los jóvenes marinos que nerviosos corrían de un lado a otro, esperando las órdenes de sus superiores. Muchos de aquellos inexpertos imberbes, pocos meses antes, se dedicaban a la tranquila actividad de la pesca en las cercanas bahías y ensenadas de sus pequeñas poblaciones, donde después de una jornada de trabajo vendían a sus vecinos el fruto robado al mar. Poco podían imaginar aquellos infelices el infierno que muy lejos de sus hogares, al otro lado del mundo, les aguardaba.

Y la mañana llegó, y con ella la luz del sol; y con el primer resplandor sonó el cañonazo que indicaba el comienzo del fin: la batalla naval de Cavite había comenzado. A miles de kilómetros de aquel infierno, en la ciudad de Algeciras, tres menores llamados Ana, Joaquín y Elvira, de seguro arropados por sus familiares, rezaban por su padre que en aquel momento luchaba a bordo del navío bajo su mando, llamado Don Juan de Austria, defendiendo un imperio que agonizaba.

El Don Juan de Austria era un crucero de segunda clase y construido en el arsenal de Cartagena. Fue botado el 23 de enero de 1887, entrando en servicio aquel mismo año. Este crucero, antes de ser comandado por el capitán de fragata Juan de la Concha, fue capitaneado por José Padriñán, experto marino de igual rango que De la Concha.

Un oscuro presagio acompañó al navío español Don Juan de Austria, junto a los también cruceros Don Antonio de Ulloa y Castilla, con destino a las Islas Filipinas al mando del capitán de navío Manuel de la Cámara. La prensa de la época denominó a aquella pequeña flota como la “Escuadra Negra”, dado que los cascos de los tres navíos no habían sido pintados del blanco colonial como era preceptivo, portando el negro color con el cual fueron botados.

Mientras estos hechos se producían, y cuando aún no se habían hecho evidentes las pretensiones de los Estados Unidos sobre las últimas posesiones españolas en Ultramar, en la lejana Algeciras, un preocupado padre y experto marino, debía de hacer frente a sus dos obligaciones: la familiar y la profesional.

La situación familiar de De la Concha le restaría sin duda muchas noches de sueño

El capitán de fragata Juan de la Concha Moreno tendría muy claro, dada su gran experiencia y según veía como los acontecimientos se estaban desarrollando, que la situación se agravaría sin poder predecir que podría acontecer en un corto futuro. La situación de su familia, sin duda, le restaría sueño y más de una noche de vigilia sería su precio.

Para cuando se produjo el hundimiento en el puerto de La Habana del acorazado norteamericano Maine, Juan de la Concha había contraído matrimonio en dos ocasiones. Con su primera mujer de nombre Ana Landa tuvo a su primera hija, de nombre Ana de la Concha Landa. Posteriormente, al quedar viudo, volvió a casarse con Elvira García Dacal y fruto de este segundo matrimonio nacieron sus hijos: Joaquín y Elvira Concha García.

Hombre responsable en lo personal y profesional, quiso antes de ocupar el destino que se la había asignado en la escuadra al mando del almirante Patricio Pantojo Pasarón, en las lejanas aguas de Filipinas, dejar resuelto el futuro de sus hijos. Para entonces, viudo por segunda vez, nombró como tutor de estos al que fuera vecino de Algeciras Enrique García Dacal, hermano de su difunta segunda esposa.

Enrique García, quien gozaba de la confianza de su cuñado Juan de la Concha, contaba con 56 años, militar también de profesión, se había retirado con el grado de coronel del arma de Infantería. De estado civil viudo, estuvo casado con Franca Ortega Benítez, quien al fallecer dejó huérfanos a los menores Victoria, Enriqueta y Franca García Ortega, siendo por tanto éstas dos últimas primas hermanas de los hijos de Juan de la Concha y su fallecida segunda esposa –Elvira– y hermana del coronel retirado Enrique García Dacal.

Tras consultar con su hermano político y amigo, y obtener su compromiso para con sus menores hijos, Juan de la Concha pudo marcharse tranquilo a cumplir su destino para con la nación a la que había prestado juramento de fidelidad años atrás dejando a sus vástagos a cargo de su cuñado, quien había aceptado la responsabilidad de ser tutor de los hijos de su difunta hermana y de la primera mujer de Juan de la Concha. García Dacal era residente en Algeciras y estaba domiciliado en el número 12 de la calle Cristóbal Colón o Larga; además de un pasado muy honroso como militar, era un conocido propietario de nuestra ciudad, pues tenía parte –y en nombre de sus hijas–, 51 fanegas de tierra, pertenecientes al cortijo situado en la Dehesa del Acebuchal. Dicha propiedad estaba ubicada al Poniente junto al río de Palmones, dejando al Levante el mar.

En el número 12 de la calle Larga o Colón, tenía su domicilio Enrique García Dacal. En el número 12 de la calle Larga o Colón, tenía su domicilio Enrique García Dacal.

En el número 12 de la calle Larga o Colón, tenía su domicilio Enrique García Dacal.

Aquella finca que administraba en parte Enrique García Dacal, cuñado del capitán de fragata Juan de la Concha, futuro héroe en la batalla de Cavite, llegó a sus menores hijas por herencia de su difunta esposa Franca Ortega. La desafortunada la había heredado a su vez de su madre –y abuela de las tres menores– Catalina Benítez Fernández. Doña Catalina Benítez, suegra de Enrique García, falleció el 30 de enero de 1893 en nuestra ciudad, donde había venido al mundo en 1823, coincidiendo con la restauración del absolutismo en nuestro país; y, por tanto, con el fin de la aventura liberal de Rafael de Riego que había comenzado tres años antes (1820), teniendo Algeciras un lugar muy destacado en aquella epopeya histórica.

La suegra de Enrique García Dacal, Catalina Benítez, viuda y con domicilio en el número 20 de la calle San Felipe, había contraído en su juventud matrimonio en la iglesia de Ntra. Sra. de la Palma con el también algecireño Antonio Ortega Ortigosa, los cuales tuvieron varios hijos, llamados: Antonio, Juan, Mercedes, Franca (casada con García Dacal), María y Victoria Ortega Benítez. Aquel laborioso matrimonio había comprado aquellas fanegas en la Dehesa del Acebuchal en la década de los años cincuenta del siglo XIX a los también vecinos de Algeciras: Juan Borrego en 1851 y seis años más tarde en 1857 a José Vera Vega.

Tras el fallecimiento del matrimonio compuesto por Catalina Benítez y su esposo Antonio Ortega, aquella propiedad del Acebuchal pasó a los hijos vivos de estos y a los nietos –representados por su padre Enrique García Dacal–, en nombre de su difunta madre Franca Ortega Benítez. La herencia y su responsabilidad como tutor de los hijos del capitán de fragata y cuñado creaba una situación difícil de casar con la legislación vigente en aquella España de finales del siglo XIX, pues coincidían en la figura de la misma persona –Enrique García Dacal– el posible acceso a ambos bienes patrimoniales. Por un lado el que beneficia a sus hijos; y por el otro, el referido al citado marino destinado en las aguas de Filipinas. Pero la esperanza de que su cuñado regresara sano y salvo, despojándole del compromiso adquirido para con los hijos de aquél, zanjaba el asunto.

Desgraciadamente los hechos no se sucedieron como él esperaba y la peor de las noticias sacudió el número 20 de la calle Cristóbal Colón, donde esperaban información los hijos de Juan de la Concha, junto a sus primos, tío y al mismo tiempo tutor. La prensa llegada por el moderno ferrocarril de la compañía inglesa había hecho llegar impreso hasta nuestra ciudad el escueto telegrama que el almirante Patricio Montojo había dirigido al Presidente de Gobierno: "Tengo el sentimiento de poner en conocimiento de VE que la Escuadra de Filipinas ha sido destruida por la americana […] Se calcula que las pérdidas ascenderán á unas 400 bajas [..], Ha sido un desastre que lamento profundamente. Lo presentí y anuncié, siempre por la falta absoluta de fuerzas y recursos. Manila, á primero de mayo de 1898. Patricio Montojo".

Nuevamente la falta de previsión mandaba a la muerte a decenas de hombres, pensaría el militar retirado, con la rabia contenida, mientras terminaba de leer aquella primera página del diario madrileño. Las noticias sobre el navío comandado por el que fuera marido de su hermana no podían ser más desalentadoras: había recibido 13 disparos directos de cañón por parte de los navíos norteamericanos. Días posteriores se confirmó la noticia: el capitán de fragata y padre de sus sobrinos había fallecido durante el combate al lado de un buen número de hombres bajo su mando. Su comportamiento y el de los marinos fue heroico.

La herencia y el rol como tutor de García Dacal creaban una situación complicada

En pleno luto por la pérdida de su cuñado, un amigo y representante en Manila del capitán De la Concha llamado Matías González Mondragón le informa al Consejo de Familia, que previamente se había nombrado, de la existencia de unos terrenos propiedad del fallecido, sitos en el municipio de Bautista, provincia de Pangasinán. El citado Consejo estaba presidido por el comandante retirado Enrique Alcoba de la Hoz, con domicilio en el número 4 de la calle Cristóbal Colón, y por tanto vecino del tutor.

Pasó el tiempo y el viejo coronel falleció. Para entonces la que fuera su cuñada, de nombre Victoria, decide comprar la participación de su hermana María, convirtiéndose en la propietaria mayoritaria. Los hijos del difunto coronel aún mantenían su parte del Cortijo del Acebuchal. En cuanto a sus primos, los hijos del heroico capitán De la Concha –aún menores– quizá por familiaridad al coincidir el segundo apellido, o simple amistad, estos encuentran en la figura del médico afincado en Algeciras Salvador Rocafort Ramos a la persona ideal para ejercer como tutor y reclamar al Estado la cantidad que en concepto de pensión les correspondían por la muerte en combate de su padre.

Salvador Rocafort vivía en el número 14 de la calle Cánovas del Castillo (Real), posteriormente cambiaría su domicilio a calle Jerez. Este conocido personaje de la Algeciras de la época gozaba de gran respeto entre sus conciudadanos. Buena prueba de su honestidad se observa cuando la también ejemplar vecina algecireña Dolores Fernández Benítez le cita en su domicilio de calle Ancha, y le propone que sea testigo de la donación que haría tras su muerte al Asilo de Ancianos de nuestra ciudad, legándole una suerte de tierra conocida como Cortijo del Algarrobo (Pelayo). En aquel encuentro también estuvo presente el zapatero algecireño Manuel Benítez Padilla, quien tenía su establecimiento en el número 3 de la calle Real, vecino por lo tanto del citado galeno. Benítez Padilla sumó al legado del cortijo la nada despreciable cantidad para la época de 1.000 pesetas. Estando presente, como así le fue reclamado por los presentes, el citado médico para que el deseo de ambos se hiciera realidad en un corto futuro, como así fue.

De lo acontecido en Algeciras y a estas familias y personajes emparentados por la sangre unos y por el destino otros, no deja de ser paradójico que una parte de la familia se relacione con la suerte del Acebuchal, como se ha podido observar documentalmente; mientras que la otra rama, por el apellido del comandante del Don Juan de Austria, coincida –casualidad o no– con el topónimo de la Concha; y a la vez, ambas denominaciones –¡cosas del destino!– se encuentren dentro del contexto y marco geográfico de la playa del Rinconcillo, manteniéndose hoy día sus populares topónimos de la Concha y el Acebuchal.

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