El Día de Algeciras, más que una fecha
Tribuna de opinión
El autor defiende la reciente efemérides como una oportunidad para la autocrítica y la reflexión sobre la ciudad
SOS Rinconcillo
Algeciras volvió a conmemorar el Día de la Ciudad el pasado 6 de septiembre. Una fecha que, año tras año, nos recuerda la constitución del Ayuntamiento como expresión palmaria de nuestro sistema democrático y plural. La celebración de este aniversario nunca puede ser una mala noticia. Es, de hecho, un ejercicio de memoria colectiva y una oportunidad para reflexionar sobre el camino recorrido y los retos pendientes. Porque si bien es motivo de orgullo que la ciudad se dé cita en torno a una fecha institucional, no deberíamos quedarnos en el ritual. El Día de Algeciras debería ser también un día de balance, de autocrítica y de compromiso.
La ciudad, con sus más de 120.000 habitantes, lleva décadas arrastrando problemas crónicos que no encuentran solución definitiva. No basta con la muletilla de la “herencia recibida” para justificar las carencias. El urbanismo desordenado, la falta de infraestructuras de transporte modernas, la inseguridad ciudadana, la escasez de vivienda asequible o el deterioro de espacios públicos no pueden seguir ocultándose bajo excusas que ya no convencen a nadie. Algeciras no necesita culpables, sino responsables; no necesita diagnósticos, sino tratamientos.
Sería injusto dibujar un panorama únicamente sombrío. En la actualidad, la ciudad es un mosaico de culturas que conviven en un espacio único: el Campo de Gibraltar. Pocas localidades en España pueden presumir de reunir en tan pocos kilómetros una diversidad tan amplia de acentos, religiones, músicas y sabores. Esa riqueza cultural es uno de los mayores activos que tenemos y debería traducirse en una política pública que la potencie, que la ponga en valor y que la defienda frente a los prejuicios.
Algeciras, además, cuenta con una generación joven que está pisando fuerte en todos los ámbitos sociales y culturales. Desde asociaciones vecinales que reivindican espacios para el deporte y la cultura, hasta colectivos que trabajan en proyectos de innovación social y tecnológica, pasando por profesionales y artistas que están llevando el nombre de la ciudad a escenarios nacionales e internacionales. Esa nueva hornada de algecireños es una garantía de futuro, siempre que la ciudad sepa retener y valorar su talento y no condenarlos a emigrar en busca de oportunidades.
El Puerto, motor indiscutible de la economía local, no puede ser la única carta en la baraja. Aunque es un gigante en el mapa logístico del sur de Europa, su potencial no se traslada con la misma intensidad al conjunto de la ciudadanía. La relación entre la ciudad y su puerto necesita un replanteamiento que acerque beneficios sociales, urbanísticos y culturales a los barrios. El muelle y las grúas son símbolos de progreso, pero no pueden convertirse en una muralla que separe a los algecireños de su propio mar.
El Día de Algeciras debería servir también para recordar que la democracia local no es un mero trámite administrativo. Tener un Ayuntamiento no significa solo tener concejales, presupuestos, plenos municipales y una hornada de funcionarios a sueldo. Significa, sobre todo, que la ciudad tiene voz propia, que puede decidir su rumbo y que debe exigir a sus dirigentes altura de miras. Celebrar cada 6 de septiembre la creación del Consistorio es celebrar que Algeciras no depende de designios lejanos, sino de la voluntad de su gente.
¿Qué hacer, entonces, para que este aniversario sea algo más que un acto protocolario? Algunas ideas podrían ayudar: apostar de manera real por la regeneración de los barrios más olvidados; abrir canales efectivos de participación ciudadana más allá de la consulta testimonial; recuperar el orgullo urbano a través del cuidado de los espacios públicos y diseñar una estrategia económica y empresarial que diversifique las fuentes de riqueza sin renunciar al Puerto, pero sin depender exclusivamente de él.
En definitiva, cada aniversario debería ser un recordatorio de que Algeciras no puede conformarse con la “medalla de la supervivencia”. Tiene las herramientas, el talento y la diversidad necesarias para convertirse en un referente de convivencia y progreso en el sur de Europa. El reto está en pasar del discurso a la acción. Porque las ciudades, como las personas, no se definen solo por su historia, sino también —y sobre todo— por su capacidad de reinventarse.
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