Las atarazanas de la Algeciras medieval
Capítulo 25.- Abderrahmán III estaba convencido de la importancia estratégica de la ciudad para el Estrecho y estableció en su puerto la base de la flota en el año 914
El historiador Ibn Hayyán (siglo XI) refiere que al-Yazira al-Jadrá se convirtió en base de la escuadra que Abderrahmán III había mandado reunir, sin hacer mención a ninguna construcción relacionada con el mantenimiento de las embarcaciones de guerra. Sin embargo, al-Himyarí (siglo XIV) asegura que en Algeciras había un astillero para la construcción naval que fue edificado para sus fotas por el emir de los creyentes ‘Abd al-Rahmán III. Escribe que “lo hizo construir sólidamente y rodear de muros elevados.” Según Ibn Jaldún, en el año 915 Abderrahmán III en persona se presentó en Algeciras para pasar revista a los nuevos barcos construidos. A raíz de lo relatado por las fuentes árabes, se puede asegurar que el emir omeya, convencido de la importancia estratégica de la ciudad de Algeciras, hizo de su puerto la base de la flota que, desde el 914, operó en aguas del Estrecho.
Pero las atarazanas de la ciudad existían con anterioridad al siglo X. Probablemente habían sido construidas por los romanos o los bizantinos. La primera noticia que poseemos de estos arsenales está recogida por Ibn al-Qutiyya (siglo X) al relatar el desembarco de los sirios en el año 742. Refiere este historiador que cuando los sirios, que estaban sitiados en Ceuta, solicitaron la ayuda del gobernador de España, ‘Abd al-Malik ben Qatán, y ante la negativa de éste, construyeron unos cárabos y se apoderaron de los barcos mercantes que allí se hallaban; metieron en ellos hombres y los condujeron a la Atarazana de Algeciras.
En opinión del investigador Christophe Picard, las atarazanas de Sevilla, activas desde los tiempos de los ataques normandos (siglo IX), sufrieron una decadencia cuando, en el año 914, Abderrahmán III transfirió los navíos y sus equipamientos a Algeciras, nuevo centro del emirato en la lucha contra los fatimíes norteafricanos. En el siglo XI, los hammudíes, al establecer el reino taifa de Algeciras, transformaron las atarazanas en su alcázar, según relatan las fuentes árabes. Unos lustros antes, en el 1011, cuando los beréberes saquearon Algeciras, según Ben ‘Idarí, estos juntaron a los prisioneros en el arsenal (dar al-sina‘a) y, luego, los dejaron libres. De nuevo es mencionado el arsenal algecireño en las “memorias” de ‘Abd Alláh, rey zirí de Granada (siglo XI). Este soberano refiere que cuando desembarcaron los almorávides en Algeciras en el año 1086 lo hicieron en las atarazanas. En el siglo XII este arsenal continuaba en uso de acuerdo con el testimonio del ceutí al-Idrisí que hace referencia explícita a las atarazanas cuando dice que “(Algeciras) tiene tres puertas y un arsenal situado en el interior de la villa... Es un lugar donde se construyen navíos.” En 1285 el sultán meriní Abu Yusuf Ya‘qub, ante el temor de que los castellanos pudieran cortar las comunicaciones entre sus posesiones de ambas orillas del Estrecho, mandó construir barcos en las atarazanas de los puertos que estaban bajo su soberanía en al-Andalus y el Magreb, entre ellos el de Algeciras.
Una vez al-Yazira al-Jadrá en poder de los castellanos, en el mes de marzo del año 1344, las atarazanas continuaron en funcionamiento, pues sabemos que el concejo de la ciudad estaba obligado a mantener en sus arsenales y a sus expensas dos galeras para la flota del rey de Castilla. En el año 1360 era alcaide de las atarazanas un caballero llamado Martín Yáñez. Cinco años más tarde estaba a cargo de los arsenales algecireños un tal Ruy García. Tras la reconquista de la ciudad por los musulmanes en 1369 es posible que las atarazanas volvieran a ser utilizadas por los nazaríes como base para su escuadra. Lo cierto es que el viejo edificio sería destruido con el resto de la ciudad por Muhammad V en torno al año 1379 y el canal de acceso al arsenal cegado en opinión de Ortiz de Zúñiga. Si damos por cierta la existencia en los primeros siglos andalusíes de un estuario o zona inundable que ocupaba una parte del curso bajo del río de la Miel, las atarazanas que edificara o reconstruyera el emir Abderrahmán III en el año 914 (no se intituló califa hasta el año 929) y que, como recogen las fuentes, estuvieron en activo hasta la conquista cristiana, o más probablemente el puerto interior fortificado, se hallaría situado entre la calle conocida como Ojo del Muelle y el extremo meridional de la actual Plaza del Mercado, siendo el vano que dio nombre a la vía, ya desaparecido, la puerta de ingreso para las embarcaciones que accedían hasta el puerto interior desde la bahía. Este arco apuntado, que popularmente era conocido como el Ojo del Muelle por la forma que tenía una vez colmatado el vano con los aterramientos procedentes del mar, se conservó hasta el año 1918 cuando fue demolido para ampliar la calle que se iniciaba en él. Sus dimensiones eran de, aproximadamente, 6,5 o 7 metros de anchura por 9 o 10 de altura. Si prolongamos las jambas del Ojo del Muelle, en alguna de las fotografías conservadas de principios del siglo XX que muestran la intensa colmatación sufrida por el vano debido a los aportes de arenas marinas, se podrá comprobar que el mar penetraba en el interior de la puerta permitiendo el acceso de las embarcaciones hasta el puerto interior. Un vano de tan enormes dimensiones abierto directamente al mar no podía tener otra función que servir de ingreso a los navíos.
En la vecina ciudad portuaria de Gibraltar existieron unas atarazanas documentadas desde principios del siglo XIV cuyos restos se han localizado y excavado hace unas décadas y cuya puerta de ingreso todavía era visible a principios del siglo XVII. Alonso Hernández del Portillo, historiador y jurado de la ciudad, refiere que, en su tiempo, “las galeras las metían en este lugar (las atarazanas) por una puerta que hoy se ve cerrada cerca de la puerta del Mar. En tiempos pasados entraba la mar por esta puerta hasta la dicha atarazana, y aún dentro de ella.” Un paralelo de este arco monumental lo hallamos en Salé, cuya puerta de las antiguas atarazanas conocida como Bab al-Mrisa, construida entre 1260 y 1270, responde a los mismos esquemas que la puerta algecireña.
Sin embargo, el paralelo más antiguo del que se tiene constancia es el puerto fortifcado de la ciudad tunecina de Mahdia, edificada por los fatimíes en las primeras décadas del siglo X, consistente en una zona de aguas abrigadas logradas mediante la construcción de una muralla litoral que cerraba el espacio portuario. Para acceder al interior del puerto fortificado había que atravesar un gran arco abierto en la muralla similar al de Algeciras. En el transcurso de una intervención arqueológica realizada en un solar situado en la acera de la Marina de Algeciras, en la ribera izquierda de la desembocadura del desaparecido río de la Miel, se localizó una estructura rectangular construida con piedra ostionera de 3 por 18,40 metros orientada de Norte a Sur y los restos de un contrafuerte que presentaban aparejo a soga y tizón de clara factura omeya y que, sin duda, formaron parte de la muralla que separaba el puerto interior, antes mencionado, de la bahía.
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