Obituario

Pilar López García, in memoriam

  • Una de las primeras mujeres que fue funcionaria de aduanas

Pilar López García.

Pilar López García.

Se nos ha muerto Pilar López García, funcionaria de aduanas, una de las primeras mujeres que lo fue. Era un poco mayor, como lo somos sus compañeros del Instituto, los que disfrutamos del resplandor mágico de sus inmensos ojos verdes. Fui yo quien le llevó la máquina de escribir a la gran sala donde se celebraban la oposiciones, allá por los primeros años sesenta. No sé si era una underwood o una hispano olivetti, pero tenía un carro interminable y pesaba como un castigo. Es fácil que el nombre y los apellidos de nuestra querida Pili, le diga poco a nuestros paisanos. Eso de ser mujer, de esa edad y haber dedicado su vida a la atención a los suyos, reúnen una personalidad que pasa desapercibida. Sin embargo, esa mujer repartió felicidad a sus alrededores a espuertas, tenía tanta alegría en su corazón que le sobraban parabienes para los demás, para su hermana Ángeles y para su segunda familia, la de los Rovira, que llegaron hasta ella a través de un buen paso que un gran día dio con mucho acierto, uno de ellos, llamado Juan.

Quisiera yo desvelar desde este medio en el que estoy habitualmente, lo que Pilar significó para sus compañeros y admiradores. Hace un rato, Santiago Sarmiento, me escribía que con ella se iba su juventud; le contesté que la de todos. La de los pocos que quedamos de esa generación mágica que ingresó en el Instituto en los años cincuenta y proyecto en sus vidas el sentimiento profundo de su pertenencia a una ciudad, Algeciras, y a una comarca necesitada de gente así como ellos. Apenas si había, antes de ellos, quienes estuvieran en condiciones de dignificarla. Pues bien, Pilar era la mejor. No sólo sacaba matrícula de honor hasta en los recreos sino que era algo así como a lo querías parecerte. Vivía de jovencita, frente al parque, en aquellas casas corridas, de una altura, que iban desde El Piñero, en la esquina de la calle Ancha, hasta la otra esquina, justo enfrente del bar Fajardo y de la tienda de coloniales de Aurelio López. En una casa grande con un espléndido balcón desde donde veíamos en primer plano los formidables árboles del parque. A pocos metros del cuartel de Infantería del Calvario, un caserón militar que se asentaba desde la primera mitad del siglo XIX en el depósito arqueológico andalusí, hoy desvelado.

Como por allí se ponía la feria, la casa de Pili y de su hermana pequeña, Ángeles, tenía un protagonismo destacado entre nuestras referencias urbanas. Como la de su vecino, Armengol Viñas Castro, otro de los mejores. Ingeniero de Caminos de los de antes, de esos pocos que conseguían alcanzar un título universitario reservado a los más brillantes. No sé yo si es que criarse en ese entorno te preparaba para estar en el pelotón de cabeza, pero el caso es que Armengol y Pilar, eran síntesis personificada de nuestras metas. Nunca conocí a estudiantes de la categoría de esos paisanos nuestros de los que pocos saben ya algo y, sin embargo, tanto contribuyeron a dar lustre a nuestra imagen. Armengol y Pilar eran, además, guapísimos. Él se nos murió hace bastantes años, demasiado joven, cuando era director del puerto de Cádiz, y Pilar se nos va ahora. Esos ojos verdes suyos que iluminaban nuestros sueños se quedaron para sus sobrinos, a los que ayudó a ser y por los que no tuvo tiempo para otros. Permanecerá en nuestros corazones, en donde se instaló de modo indeleble desde que fuimos jóvenes junto a ella.

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