Campo Chico

Marín y las siete coronas

  • Hay siete escudos de Algeciras, en la Plaza Alta, que deben ser especialmente restaurados

Detalle de una trasera de un banco de la Plaza Alta.

Detalle de una trasera de un banco de la Plaza Alta.

Ayer se cumplieron tres años del fallecimiento de nuestro inolvidable Pepe Marín, pintor autodidacta, que con una corta estancia, siendo un niño, en la Escuela de Artes y Oficios Artísticos de Algeciras, en aquella sede histórica de la calle San Antonio, se dirigió, aprendiendo a pintar mientras lo hacía, a la pintura comercial. Su hondo, espontáneo e intuitivo sentido del arte se unió a su amor por su pueblo y su gente, haciéndole componer expresiones plásticas de su entorno natural.

Yo echo mucho de menos a Pepe, a ese querido personaje integrado en el ser y estar de Algeciras. Viví con él muchas escenas entrañables, vivencias irrepetibles con aquella extraordinaria pastorada de la Peña Miguelín, que llenó el tremendo vacío de unos años en los que no se sabía muy bien qué haríamos y, mientras tanto, unos pocos, como ellos, mantenían vivas unas tradiciones que iban camino de extinguirse.

Unos meses antes de su marcha, en el verano de 2016, Pepe vivía emocionado las vísperas de la exposición de su obra, que se abriría en la mañana del jueves día 2 de agosto, en la sala CajaSur de la calle Convento. La reciente desaparición, entonces, de la gran Ana María Espínola, pregonera en el pregón múltiple de la feria del año anterior, nos dolió mucho a ambos, como a cualquiera de nuestros paisanos. La Plaza Alta, un recinto que llevamos todos prendidos en el corazón, tenía para Pepe un punto de mira preferido.

Pepe Marín. Pepe Marín.

Pepe Marín.

El acceso desde los aledaños del Casino, que se enfrenta a la cuesta en donde principiaba la antigua calle Munición, permite una perspectiva en diagonal que se centra en la torre de la iglesia desde uno de sus ocho caminos trazados en el pavimento. Tal vez porque la síntesis que supone de la plaza es inmejorable; para Pepe, como para algunos otros pintores algecireños –López Canales, Ramón Puyol– ese ángulo ha sido, por lo general, el preferido a tantos otros que ofrece el lugar.

El ocho es un número muy recurrido en la plaza, como ha puesto de manifiesto Manuel Tapia Ledesma en sus tan celebradas Historias de Algeciras. Hay ocho bancos en su periferia, que pertenecen a la última gran reforma que se hizo en 1930. Puede acudirse a AEPA2015, pero un relato bastante completo de la evolución del recinto, desde su definición en el primer tercio del siglo XVIII por el ingeniero militar Jorge Próspero de Verboom, ha aparecido recientemente en Europa Sur (18 y 25 abril 2020), firmado por Antonio Torremocha que, como otros historiadores e investigadores de nuestra historia próxima, ha dedicado mucho tiempo a estudiar las particularidades de esta esencial referencia urbana.

No obstante, el quiosco de prensa de nuestra querida Rosa que, como ella, forma parte del paisaje, hace inaccesible la trasera de uno de los bancos. Son ya muchos los años transcurridos desde la primera instalación de esa estructura. Empezó por estar frente a la puerta de la iglesia, en 1950, durante poco tiempo, y acabó trasladándose, a petición de la autoridad eclesial, a su actual emplazamiento. Al principio fue un quiosco de helados, La Alicantina, que derivó hasta convertirse de la mano de sus promotores, Luis, alicantino, y Mercedes, sevillana, en un importante negocio, representativo de la ciudad, hoy situado en la esquina del callejón del Ritz (Joaquín Costa) con Carretas (General Castaños). Así que, puestos a entrar en consideraciones sobre la reciente restauración de los azulejos, son siete respaldos y no ocho los que hay que contar.

Contamos con el testimonio de un testigo presencial, Cristóbal Delgado Gómez, cronista de Algeciras

Hay siete escudos de Algeciras que deben ser especialmente restaurados, pues no sólo es el deterioro el tiempo sino también la intervención oficial, los que han operado sobre el primitivo aspecto de la trasera de los bancos. A los escudos les falta la corona que, como puede verse, ha sido desencajada de su sitio por medio de algún objeto punzante. Hay muy pocas referencias sobre este atentado llevado a cabo por el mismísimo ayuntamiento de la época, pero contamos con un testimonio facilitado por un testigo presencial, Cristóbal Delgado Gómez, cronista oficial de Algeciras desde 1962 hasta su muerte en 2006. Don Cristóbal, como le llamábamos todos, había nacido en la plaza baja en 1926 y tenía pues en 1931, cinco años.

En su libro Algeciras en blanco y negro afirma recordar (Fundación Municipal de Cultura, 2ª edición, p. 106) que “en el año 1931, al establecerse la Segunda República, se hicieron desaparecer las coronas reales que servían de remate a los escudos (…) un empleado municipal, provisto de un pequeño cincel iba recortando de los bancos de la Plaza Alta estos símbolos heráldicos”.

A ello se refiere Torremocha, en el trabajo citado: “Cuando en abril del año 1931 fue proclamada la II República, el Ayuntamiento ordenó que se picaran y eliminaran las coronas reales que remataban dichos escudos como una muestra más de la implacable dampnatio memoriae que tantas veces ha hecho su aparición a lo largo de la historia”.

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