CAPÍTULO 1

Esvásticas en el sur

  • El Campo de Gibraltar es desde tiempo inmemorial escenario de momentos históricos, como punto de estratégico y de encuentro entre dos continentes, del Mediterráneo y el Atlántico, de religiones y culturas. La II Guerra Mundial y sus años posteriores constituyeron un capítulo especialmente destacado, con la presencia de espías de las potencias mundiales y de numerosos dirigentes nazis que, tras el conflicto, buscaban aquí refugio. El periodista y escritor gaditano Wayne Jamison describe todos estos acontecimientos en su nuevo libro, Esvásticas en el sur, que hoy se presenta a las 19:30 en el Museo Cruz Herrrera, en La Línea. Ofrecemos a nuestros lectores el inicio del primer capítulo.

Liana Romero, Ana Colombo, Manuel Romero y Larissa Swirski (de izquierda a derecha).

Liana Romero, Ana Colombo, Manuel Romero y Larissa Swirski (de izquierda a derecha).

Fumaban sentadas en un muro, con los pies colgando y sintiendo la brisa en sus rostros. Frente a ellas, el mar, que vestía un azul más intenso de lo habitual. Y al fondo, la costa española y Gibraltar. Las vistas desde ese lugar sobre la playa de Benzú, en Ceuta, eran privilegiadas.

-Venga, va, anímate. Verás cómo no te arrepientes.

-Ya te he dicho que no lo veo claro, Anita. Déjame que me lo piense un poco más. ¡No seas pesada!

La bella italiana Ana Colombo trabajaba para los servicios secretos nazis en Tánger, donde tenían a sus agentes del Abwehr (la inteligencia militar alemana), y quería que su amiga Larissa Swirski hiciese lo mismo. Llevaba tiempo intentando convencerla. Sabía que era una mujer que cumplía más que de sobra los requisitos para ser una buena espía. Era inteligente, audaz y decidida, dominaba seis idiomas y no parecía tenerle miedo a nada. Todo ello, sumado a un magnetismo que sabía explotar cuando y como quería, la convertía en la candidata perfecta. Se lo propuso por primera vez al poco de conocerse en Ceuta. Larissa llegó allí con la Segunda Guerra Mundial ya en marcha. Su marido, el sevillano Manuel Romero, había sido destinado a la Comandancia de Marina ceutí y ella no dudó en acompañarle. En aquella época, recién iniciada la década de los 40, tampoco hubiese estado bien visto lo contrario.

Larissa había nacido en Rusia, en el seno de una familia de sangre azul. Su padre era uno de los boyardos (noble de alto rango) del zar Nicolás II. Sus descendientes siguen hoy en día luchando porque se les reconozca formalmente como miembros de los Romanov, gracias a un complejo -y curiosísimo- nexo con dicha dinastía cuya explicación necesitaría de un extenso relato que nos distraería demasiado del objetivo principal de este capítulo.

Nuestra protagonista disfrutó de una niñez privilegiada hasta que estalló la revolución bolchevique. Perdió a sus padres y sus propiedades, y tuvo que huir de Rusia junto a sus abuelos y su hermana, con quienes se instaló en Berlín. Entonces era una niña de 9 años de edad. Fue una experiencia que tiempo después resultó determinante en su decisión de luchar contra el comunismo de la mano de los nazis. Tuvieron que salir a toda prisa de su país, embarcando en Yalta en un buque de guerra que el mismísimo Jorge V de Inglaterra había mandado para su rescate y el de otros nobles de aquel país.

La Primera Guerra Mundial había terminado hacía poco y Alemania ya pagaba las consecuencias de su derrota. Aun así, Berlín permitió a Larissa empezar a cultivarse. Estudió idiomas, cultura universal y música. A los 17 años ya hablaba ruso, alemán e inglés y empezaba a manejarse en francés. También empezó Medicina, pero lo dejó poco después; por lo visto, en cuanto comprobó que se mareaba solo con realizar prácticas en un quirófano simulado.

También probó en el cine. Cuentan que fue descubierta por el estudio de cine UFA y filmó varias películas con el mismo. Fue entonces cuando se inició en el mundo de la fotografía, que pasó con rapidez de pasión a convertirse en su principal ocupación. Consiguió reunir un importante equipo de cámaras alemán, puntero en la época, que se llevó consigo cuando se mudó a París con su abuela y su hermana. En la capital francesa abrió un estudio fotográfico que fue referencia, sobre todo en la alta sociedad, y por el que pasaron numerosas figuras y personalidades de la época, como el actor Rodolfo Valentino, la actriz Pola Negri o la bailarina, cantante y actriz Josephine Baker. Fue en esa época cuando conocieron a un jovencísimo Dalí, que ya empezaba a destacar como pintor, y al que acabaría uniendo una intensa amistad.

Veraneaban en Cannes, punto de encuentro casi obligado para los miembros de la alta sociedad europea de los años 20 y 30 del siglo XX. Residían en la lujosa Villa Menival, que sigue existiendo hoy en día. Uno de esos veranos conoció al marinero español Manuel Romero Hume. Fue un flechazo. Ese primer encuentro tuvo lugar un día a la seis de la tarde y él le pidió matrimonio seis horas después, a las diez de la noche. Se casaron y apenas un año después nació Helena.

Antes de seguir con la historia de Larissa, merece la pena detenerse en algunos detalles de la vida de su marido Manuel Romero, ya que ayudan también a contextualizar el ambiente en el que creció ella, que podía ser calificado de casi cualquier cosa menos de tranquilo. Romero fue un destacado militar de la Marina. Entre sus mejores amigos figuraba Ramón Franco, reconocido piloto y hermano del dictador, cuya vida estuvo marcada por dos episodios muy concretos, más allá de su pasado republicano: ser impulsor y tripulante del vuelo del Plus Ultra que por primera vez viajó entre España y América (1926), lo que le valió ser considerado un héroe de la época, y cómo murió. Fue en octubre de 1938, al estrellarse el hidroavión de fabricación italiana que pilotaba poco después de partir de Pollensa. El supuesto accidente dio pie a numerosas especulaciones, entre ellas que pudo haber fallecido víctima de un sabotaje.

En ese vuelo estaba previsto que le acompañase Manuel Romero, según relata para este libro su hija, que aún recuerda cómo esa misma madrugada, poco antes de la hora prevista para el despegue, su padre llegó a casa exhausto tras una noche de intensos bombardeos y se retiró a descansar. El cansancio hizo que perdiese el vuelo y se salvase de una muerte casi segura.

Volvemos a Larissa. Los servicios secretos alemanes estaban empeñados en reclutarla. Ya dominaba casi a la perfección seis idiomas, gozaba de una inteligencia privilegiada y sabía controlar sus emociones. Era la candidata ideal para ellos, pero se dejaba querer, incluso cuando era su amiga del alma, Ana Colombo, quien le pedía que diese el paso. Anita, que era como gustaba llamarla, ya estaba considerada una espía pata negra, de las que no dudaba en arriesgar su vida si era necesario para conseguir información valiosa. Nada que ver con esas otras que hacían su trabajo en cócteles de embajada o al calor de unas caras sábanas de satén.

Pero Larissa acabó cediendo. Tampoco es de extrañar, ya que aquella bella joven de origen eslavo, nariz aguileña y mirada penetrante estaba resentida con el régimen de su país por haberle arrebatado su familia, sus amigos y su patria, además de sus pertenencias. Corría ya la segunda mitad del año 1941. Alemania había atacado la URSS.

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