Referente de la cultura de Algeciras

El librero que reinó en la calle Convento

  • Superviviente en los tiempos de Amazon, la imagen de Carlos Prieto en su cuidado tenderete en la acera es tan Algeciras como el reloj de La Palma

Carlos Prieto Bravo, en sus dominios.

Carlos Prieto Bravo, en sus dominios. / Isa Moreno

Las librerías no se abren, se fundan como las grandes instituciones, los países y las religiones. Algeciras tenía una que ejercía de templo del papel en los tiempos de Amazon desde un callejón semioculto en la calle Convento. Ni las grandes superficies ni la venta por internet consiguieron jamás doblegarla. En ella dirá la historia de la ciudad que reinaba Carlos Prieto Bravo, un linarense al que Juan Antonio Vallejo Nájera nombró "el premio Planeta de los libreros". Este fin de semana, este comerciante de libros vocacional erigido en referente de la cultura algecireña, tenía decidido echar el candado. Antes, de madrugada, se ha marchado él. Descanse en paz, Carlos Prieto, los hijos de El Libro Técnico te saludan.   

“Llegué aquí el año 71, para hacer la mili; me maravilló la ciudad, sus gentes, e intuí el gran futuro que tenía, hoy ya realidad, así que cuando me licencié, decidí quedarme a trabajar la venta de libros”, le contó allá por 2002 a Paco Prieto-Poza en un artículo publicado en Europa Sur, el periódico donde durante años instituyó una guía de novedades que deja para la hemeroteca un sinfín de reseñas. 

“Vender libros es algo más que una simple profesión”, decía Carlos Prieto, que conoció todas las caras de la moneda. Al principio se dedicaba a recorrer las calles con un catálogo bajo el brazo buscando a quien descubrirle la obra que necesitaba leer y no lo sabía. Eran, afirmaba, tiempos difíciles en los que no se podía perder una venta. Tanto es así que una vez, según narró, fue capaz de ir andando a San Roque para cumplir con un cliente cuando no tenía una peseta para el autobús.

Tras varios años de autónomo, en 1973 la librería técnica Gustavo Gili lo contrató como fijo. Seis años después, ya con menos apuros económicos, fundó El Libro Técnico. "Al principio era un cuchitril con sólo 17 metros cuadrados, por el que pagaba de alquiler 15.000 pesetas al mes. Lo compré en el 82 y amplié, adquiriendo el local anexo, tres años después. Hoy los 17 metros cuadrados del primer establecimiento han pasado a 300", detallaba. Carlos Prieto tuvo siempre claro lo que quería y eso le llevó a "arriesgar mucho a base de hipotecas. Siempre he tenido gran confianza en mis posibilidades y me lancé al todo o nada. Tuve suerte. En diez años liquidé trampas por un valor superior a los 16 millones de pesetas", le contó a Pakopi. 

Carlos Prieto fue un leal instigador de las ferias del libro. Pudo participar en un centenar. Su actitividad sirvió para alumbrar a un gran número de lectores en una ciudad acostumbrada a verle en los últimos años con su tenderete en la calle Convento, a pie de acera, en busca de amantes de los libros como él a los que guiaba al interior de su establecimiento para atraparlos para siempre. Para que ya no se fueran nunca. 

En 1988 creó la editorial Cuadernos del Al-Andalus, con los escritores Antonio Holgado, Domingo Faílde y el poeta Manolo Naranjo de asesores, sin recibir ni un céntimo de subvención oficial. Publicó Patente de Corso, de Faílde, Bambú, de Juanjo Téllez; Relatos Heterodoxos, de Juan M. Borrero; Corsos y Corsarios del Estrecho, de Mario Ocaña, y muchos más. 

La librería albergó durante muchos años una tertulia imposible en la que podía debatirse de cualquier tema. Pero él siempre acababa fuera, serio, frente al tenderete con una cuidada selección de ejemplares que pudiera llamar la atención de cualquier lector. Aquella mesa es tan Algeciras como el reloj de La Palma, el gol de Periquito en Vallejo o el traje y la corbata de Miguelín en Las Ventas. “Libros y calle son mis íntimos amigos, con ellos disfruto y en ella me buscan. Soy feliz ofreciéndolos, porque el libro es cultura y la cultura es vida”. Queda dicho. Hasta siempre, librero. 

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