Y la Arbonaida ondeó en la Plaza Alta
Campo chico
El día 3 de diciembre de 1977 la bandera blanca y verde se asomó por primera vez a la Plaza Alta
Había muchas esperanzas de que supiéramos aprovechar la oportunidad que se nos ofrecía
Andalucía alberga, en su conjunto, a uno de los pueblos más híbridos bajo las estrellas, lo que dificulta la posibilidad de disponer de un movimiento político nacionalista. Por si fuera poco, nuestra heterogeneidad se manifiesta hasta en los gestos y, desde luego, en el lenguaje. Hay no una sino unas cuantas hablas andaluzas, bastaría con colorear el mapa de Andalucía con las zonas donde se sesea, se cecea o ambas cosas, para tener al menos tres colores no necesariamente disjuntos ni liberados de subconjuntos de una tonalidad cromática distinta a la envolvente. El territorio estaba ahí desde que Dios dispuso que estuviera y es a esa área de la península ibérica a la que me refiero. Si bien acudir al nombre, a Andalucía, para denominarlo exige una cierta licencia de uso. Pues ni siquiera la territorialidad que hoy recibe ese nombre merece quedarse con él en exclusiva. El Algarve portugués no puede ser excluido, ni la región de Murcia tampoco, de una Andalucía in extenso. Y ya puestos, sólo una pequeña franja cantábrica escaparía de la denominación de que deriva Andalucía, pues Al Ándalus fue casi toda la España peninsular.
La Hispania romana comprende un periodo comparable al que mantuvo la presencia del islam: dos siglos antes de Cristo y algo más de cuatro después. Roma llega a Ampurias, en el extremo noreste, al Ampurdán, hacia el 218 a. de C., y su caída tiene lugar bien avanzado el siglo V. La España visigoda sigue, durante tres siglos, a la romana. En la que parece, según los especialistas, que se adquiere conciencia de Estado. Y llega el islam, ocupando algo más de la tercera parte de los más de veintiún siglos que van desde el comienzo de la romanización hasta nuestros días. Obviando todo lo sucedido, que es mucho obviar, antes del desembarco de Ampurias. No obstante, para el andalucismo político, nuestro singular nacionalismo, el islam es algo parecido a lo que entendemos por primus inter pares, o sea: lo único que merece tenerse en consideración.
Roma se benefició de la altura intelectual y artística de no pocos hispanos, amén de unos cuantos emperadores. Hispanos que, por cierto, en su mayoría nacieron en el tercio meridional de la península. No obstante, es imposible desgajar la historia de Andalucía de la de España, entendiendo por España lo que hoy llamamos España y Portugal. Porque así como Hispania (denominación romana) es exactamente lo mismo que Iberia (denominación griega), en ambos casos se está señalando al conjunto formado por esos dos países. Otra cosa es que las torpezas de los hombres y sus miserias hayan separado una unidad geográfica e histórica indiscutible. Es muy importante que lo sepamos, para que así no nos confundan ni nos confundamos. Los nacionalismos, incluso los descafeinados como el andaluz, con su tinte regional y sus jadeos universalistas, tergiversan todo lo que se les pone por delante.
Tengo idea de que fue en Algeciras, precisamente en el Casino, donde ondeó por primera vez la bandera blanquiverde en el Campo de Gibraltar. Al menos, no sé de que fuera en otra parte con la debida ostentosidad y en un edifico institucional. Fue al atardecer del día 3 de diciembre de 1977, víspera de la multitudinaria manifestación que en todos los rincones de la región tuvo lugar al día siguiente. Era alcalde José Ángel Cadelo Rivera, un hombre con inquietudes sociales que siempre estuvo bien dispuesto a servir a su pueblo. Fue ya concejal cuando tenía veintidós años, en la última corporación presidida por el legendario y gran alcalde Ángel Silva Cernuda. A Cadelo le tocó presidir el Consistorio en un tiempo de extraordinaria trascendencia y lo hizo con una actitud decidida y con una gran dignidad. Dimitió al ser convocadas las elecciones municipales de 1979, para formar parte de la candidatura de UCD, que fue la más votada después y a poca distancia de la ganadora. El Partido Comunista de España gobernaría con la ayuda del PSOE y del PSA (Partido Socialista de Andalucía/Partido Andalucista) liderado por Ángel Luis Jiménez, del que él y su hermano fueron los pioneros en Algeciras. La dimisión de Cadelo provocó que por un corto período de tiempo fuera alcalde accidental el profesor del Instituto Francisco Bravo García, una figura inolvidable para los que le conocimos y más para los que tuvimos el privilegio de ser alumnos suyos. Su nombre debiera ser el del Instituto hoy llamado Kursaal, del que lo fue todo y en el que estuvo desde sus comienzos.
El Ayuntamiento de una ciudad como Algeciras, habituada a militares y funcionarios, con una economía sumergida de dimensiones inconmensurables; en la que el plan de desarrollo de los últimos años de gobierno del general Franco había hecho milagros convirtiendo en industrial a una comarca que era poco más que un páramo tuvo, en cuanto se le presentó a los ciudadanos la oportunidad de votar y elegir a sus representantes, un primer alcalde comunista, Francisco Esteban Bautista. El PCE supo confeccionar una lista llena de gente de bien y de excelente factura, con personas conocidas, estimadas y fiables. Pudo más el corazón que la razón, y la verdad es que no nos fue mal. Había muchas esperanzas de que supiéramos aprovechar la oportunidad que se nos ofrecía y aunque los aspavientos y las salidas de tono formaban parte de aquel paisaje, no rebasaron los límites que aconseja la inteligencia. Algunos errores derivados de la mutua simpatía que se tenían Alejandro Rojas Marcos y el presidente Suárez, permitieron al PSOE andaluz, liderado por Rafael Escuredo, apoderarse de los símbolos andalucistas y protagonizar las movilizaciones que culminaron el 4 de diciembre de 1977 con una explosión popular sin precedentes.
El día 3 de diciembre de 1977 por la tarde tenía lugar en el Casino una conferencia sobre los pueblos blancos de la sierra gaditana y la planificación territorial de la provincia. El conferenciante era el entonces joven arquitecto onubense Jorge Montaner Roselló, activo militante del PSOE sevillano de la clandestinidad y afiliado desde 1974 a la todavía ilegal UGT. Montaner sería con el tiempo consejero de la Junta presidida por Escuredo y uno de sus hombres de confianza. La conferencia había sido organizada por su compañero y condiscípulo Enrique Salvo Medina, que fue quien diseñó, en su primer trabajo como arquitecto, el nuevo edificio de la sociedad. Corrían aires de agitación autonómica y Montaner llevaba una bandera de Andalucía. Salvo se la mostró a su amigo, el abogado Enrique Muñoz Méndez, y éste, sin mediar palabra ni gesto, subió al piso de arriba y la colocó en el balcón. Algo así, entonces y en una sociedad como el Casino, tradicionalmente ligada a la burguesía acomodada, era casi un acto revolucionario. De modo que hubo su aquel y algunos socios forcejearon con Enrique, pero no lograron su objetivo y la bandera blanca y verde, la Arbonaida (de "albulaida", mi tierra), se asomó a la Plaza Alta. Al mismo recinto que acogió a la primera mezquita que se construyó en la península y en el que se refundó la ciudad en los albores del siglo XVIII.
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