La capilla, veterinarios y monjas
Campo chico
La capilla de la Alameda, la iglesita de los marineros, había sido construida junto al río de la Miel en 1776
Tras el saqueo de 1931, la capilla estuvo abandonada y sus bienes muebles trasladados a la capilla de San Antón
La capilla del Cristo de la Alameda, a la que ya me referí en la anterior entrega de este espacio, sufrió un abandono secular desde que fue saqueada en 1931, como otros muchísimos templos y recintos religiosos de toda España. La iglesia parroquial de Nuestra Señora de la Palma, sería la más castigada en esos saqueos de los que no se libró ni siquiera la capilla del Hospital Civil. Las imágenes fueron arrastradas por las calles de Algeciras el día 12 de mayo; menos de un mes después de la proclamación de la Segunda República, el anterior 14 de abril.
Los desórdenes se iniciaron en Madrid el domingo día 10 de mayo de 1931 y pronto se extendieron por toda España, singularmente por Andalucía. En Algeciras todos los edificios religiosos fueron saqueados. Una testigo presencial, Isabelita Luque Matías, que aunque había estudiado Enfermería y Partos –como su madre– en la Facultad de Medicina de Cádiz, era cajera de La Africana, y que al día siguiente cumpliría veintiún años, me contó que paseando con su madre, casualmente vio cómo desde las ventanas del Colegio de las Monjas de la calle Panadería, se arrojaban a la calle imágenes, ornamentos, telas y objetos entre los que se distinguían trabajos de costura y bordados de las alumnas. El colegio quedó interiormente arrasado hasta el mes de enero del año siguiente, en que empezaron las monjas a recuperarlo.
La capilla de la Alameda, la iglesita de los marineros, había sido construida junto al río de la Miel en 1776 y diseñada y mantenida por el cura Domingo Pérez. Cerca de ella atracaban y se refugiaba los pequeños barcos de pesca. Los marineros acudían a rezar o a tener un rato de recogimiento en ese pequeño y sagrado recinto que sobrevivía con sus donativos. El Cristo de la Piedad (el de la Alameda), la Virgen de los Dolores y San Juan Evangelista eran las imágenes veneradas en la capilla y sus paredes estaban llenas de exvotos y amuletos. Tuvo especial relevancia durante el tercer sitio de Gibraltar, conocido como el gran asedio, en 1779; casi cuatro años de bloqueo naval acompañados ocasionalmente por bombardeos desde las baterías flotantes, ideadas por el ingeniero militar francés, Jean-Claude d´Arçon, y construidas en Algeciras. Era el tercer intento fallido, tras los de 1704 y 1727, de recuperar el territorio usurpado por Inglaterra. D’Arçon (1733-1800) era un prestigioso militar, autor de una obra famosa: Considérations militaires et politiques sur les fortifications (Consideraciones militares y políticas sobre fortificaciones). Estaba entonces a las órdenes del mariscal Victor de Broglie que sería, años después, en 1794, guillotinado durante el transcurso de la Revolución Francesa.
Tras el saqueo de 1931, la capilla estuvo abandonada y sus imágenes y bienes muebles trasladados a la capilla de San Antón o de la Caridad. En 1804 la convirtieron en almacén y luego, ya en la posguerra, en taller de reparación de neumáticos; así la conocimos los de mi generación. A principios de 2002 fue restaurada por iniciativa del Ayuntamiento y habilitada como museo de Arte Sacro. Pronto se cerró, debido a problemas de humedades y filtraciones de agua. En 2007 se hizo un nuevo intento de remodelación y recientemente se ha vuelto a insistir con el ya viejo propósito de habilitarla como extensión del Museo Municipal.
Ya he contado que Isabel Matías Rosales, la madre de Isabelita, viuda, de algo menos de cincuenta años, había llegado a Algeciras más de veinte años antes, con tres niños, de edades entre los tres y los diez años, a ocupar una plaza de partera (entonces se decía profesora en partos). Su marido, Antonio Luque Conde era, como ella, de Córdoba. Antonio había estudiado veterinaria en la vieja Escuela de su ciudad natal y pertenecía a una extensa familia de la burguesía cordobesa. Los pioneros de los estudios de veterinaria en España, Hipólito Estévez y Segismundo Malats eran veterinarios militares formados en la prestigiosa Escuela de Veterinaria de Alfort, en los alrededores de Paris, una institución fundada en 1765 por Claude Bourgelat. Fueron los encargados de dirigir los estudios de veterinaria en una Escuela creada en Madrid con una especie de sección delegada en Córdoba. Como ocurre con la Facultad de Medicina de Cádiz en su ámbito de conocimientos, la de Veterinaria de Córdoba es una de las primeras instituciones de la especialidad, de carácter protouniversitario de España. La Escuela de Alfort se creó por traslado de la de Paris (1765), la segunda de la historia tras la de Lyon (1762).
El proceso que conduce a la implantación de los estudios universitarios de medicina en Cádiz es una interesante concatenación de iniciativas: Colegio de Practicantes de la Armada (1728), Real Colegio de Cirugía (1748), Real Colegio de Medicina y Cirugía (1791), Escuela Especial de Ciencias de Curar (1821), nuevamente Real Colegio de Medicina y Cirugía (1823) y Colegio Nacional de Medicina y Cirugía (1836) que se suprime en 1843. Por R.O. de 17 de julio de 1844 se constituye la Facultad de Ciencias Médicas de Cádiz, y en octubre de 1845 se transforma en la Facultad de Medicina de la Universidad Literaria de Sevilla, como única Facultad de Medicina de esa universidad, hasta que se crea la Escuela Libre de Medicina de Sevilla en 1868. En 1917 se crea la Facultad de Medicina en la ciudad de Sevilla, derivada de la de Cádiz y convive con ésta hasta que en 1979 se crea la Universidad de Cádiz.
Malats y Estévez son, por R.O. de 15 de marzo de 1792, los directores primero y segundo, respectivamente, de una Escuela de Veterinaria integrada en el ámbito de la enseñanza militar. Casi al mismo tiempo, como sucede en otros muchos contextos de la enseñanza superior, nace la concepción civil de esos estudios. Tiene que ver en ello el decimocuarto Duque de Medina Sidonia, Pedro de Alcántara Alonso de Guzmán el Bueno; descendiente directo del famoso leonés, Alonso Pérez de Guzmán, protagonista en Tarifa de la no menos famosa gesta frente a la morería (meriníes y nazaríes) defensores de las aspiraciones del infante Don Juan, hermano del rey Sancho IV el Bravo. Guzmán el Bueno moriría en Gaucín, en combate, en 1309, dejando tras de sí el conocido ducado que toma el nombre de la bella ciudad gaditana y uno de los linajes andaluces (gaditanos) más importantes e influyentes. El fallecimiento de Pedro de Alcántara en 1779, deja en espera la versión civil, paralela a la militar, de los estudios de veterinaria, que pronto retomaría Bernardo Rodríguez, hombre de confianza del Duque.
Antonio Luque Conde estudiaría en la Escuela de Veterinaria de Córdoba, poco después de la creación de los estudios, en la última década del siglo XIX, mucho antes de que se construyera para ese fin el espléndido edificio, hoy Rectorado, de estilo neomudéjar. Nuestro veterinario murió muy joven, con poco más de cuarenta años, después de haber ejercido en varias ciudades gaditanas. En Córdoba nacería su primer hijo, Antonio, a principios del siglo XX, que sería practicante en Algeciras y padre de dos médicos, Antonio y José Luque Pérez. El segundo de los hijos de Antonio e Isabel, José, nació en Setenil de las Bodegas y la tercera, Isabelita, en San Fernando. Antonio murió en Chiclana en 1913 y su viuda e hijos, siendo estos muy pequeños, se instalaron, ya de por vida, en Algeciras. Isabelita a la que me he referido y lo seguiré haciendo, se casó en 1936 con Ignacio, el fundador, un par de años después, de Los Rosales.
Isabel Matías Rosales y sus hijos vivieron muchos años en la calle de la Alameda, en los Callejones, como el primer alcalde constitucional de Algeciras, Francisco Esteban Bautista, y nuestro torero de plata por excelencia, el gran Antonio Duarte Manso, el Pota chico. También su tío Antonio Duarte Acuña, el Pota grande, que permitía que pernoctara un indigente en el rellano inferior de la escalera interior de su casa. El último de los Pota, el Niño Duarte, nació en esa calle, a medio camino entre la iglesia de San Antón y la capilla del Cristo. A la de San Antón la gente se refería como de la Caridad, por ser en realidad, la capilla del hospital, e incluso del Carmen, por albergar una imagen de esta advocación mariana, antes de que se construyera la actual de ese nombre. Doña Isabel Matías fue la partera que asistió a la madre de Antoñito el Pota, en su feliz alumbramiento. En la casa de los Luque vivió el hijo mayor de nuestra partera durante muchos años. Él y sus hijos frecuentaban una antigua y noble barbería cercana que, en los últimos tiempos de decadencia de la zona baja de la ciudad, de los aledaños de la plaza y de los callejones, mantenía el tipo como buenamente podía, entre humedades y grietas. El maestro barbero se llamaba también Luque, aunque nada tenía que ver con nuestros personajes. La calle de la Alameda, arteria viaria fundamental de los Callejones, fue siempre para Isabelita, su calle.
Las Misioneras de la Inmaculada Concepción, a las que siempre se aludió como las monjas, sin más, se hicieron cargo del hospital civil, el 23 de mayo de 1889; pronto hará casi exactamente 133 años. A su llegada crearon una escuela para la educación de las niñas pobres. Tomaron cinco pequeñas casas de una altura, que acabaron convirtiéndose en todo un edificio entre las calles Panadería, donde estaba la entrada principal, y de las Huertas, el callejoncillo Catana y el último tramo de la calle Matadero. Las cinco casitas albergaban las clases y las hermanas vivían en el hospital. Ese mismo año, en septiembre, se inician los trámites para la ampliación del Colegio y en 1917 ya se nombra una segunda superiora, sólo a efectos de las hermanas consagradas a la docencia, independiente del hospital. Es necesario llegar a 1947 para que el Colegio de las Monjas empiece a funcionar con cierta entidad. Su labor ha sido extraordinaria, llegando a disponer de una Escuela de Magisterio que ha formado a no pocas de nuestras más relevante maestras.
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