historias de algeciras

Algecireños en la Guerra de Cuba (y XXX)

  • Aún en las postrimerías del conflicto, la maquinaria burocrática ajena a las conversaciones diplomáticas seguía condenando a cientos de jóvenes algecireños con su traslado al frente

Y llegó el otoño de aquel aciago e infausto 1898, y con él cayeron las últimas hojas del árbol del imperio español. ¡Que lejos estaba aquel espíritu alegre y optimista del 24 de Abril de aquel mismo año!, cuando España le declaró la guerra a los Estados Unidos y los españoles espoleados por la prensa pesebrera, se echaron a la calle convencidos de la victoria sobre los "comedores de tocino". Pero poco a poco los yankées darían muestra de su gran poder militar y económico; tras unos primeros esperanzadores encuentros, durante los cuales el enemigo fue rechazado, sobrevino la debacle: el 1 de Mayo la escuadra española del Pacífico es destruida en Cavite; el 24 de Junio, ante el estupor en la península, Estados Unidos y los insurrectos concentran en la Isla de Cuba 22.000 hombres, componiendo la defensa española un total de 8.000 soldados. El día 1 de Julio, los soldados españoles dan una gran muestra de heroísmo en las batallas de El Caney y Las Lomas de San Juan; pero la alegría duró muy poco, días más tarde, la flota de Cervera sería destruida en la bahía de Santiago.

Todos estos acontecimientos fueron seguidos por todos los algecireños, pero muy especialmente por aquellas familias que tenían desplazados en Ultramar a sus seres queridos, como lo fueron los soldados: "Juan López Clavijo, domiciliado en el Acebuchal y que prestaba su servicio en el Regimiento de Infantería de Burgos, nº 36; el jornalero con domicilio en la calle Nueva o Matadero, Juan Cortés y Cortés; los también jornaleros, Salvador Ruiz Delgado, Joaquín Pérez Santos, Manuel Rodríguez Orozco, Isidro Martínez Pérez y Domingo Ortega García; el albañil, Juan Ocaña Téllez, en el número 18 de la calle de Jesús; el industrial Rafael González García, con domicilio en el número 43 de la calle Ruiz Tagle ó el huertano, Manuel García Fernández, que vivía en el número 45 de la calle Munición".

El 14 de septiembre de 1898 comienza la repatriación de los soldados españolesLa tramitación de las peticiones de ayuda no iban tan rápidas como el reclutamientoEl 10 de diciembre se firma en París la paz definitiva entre España y Estados Unidos

De seguro, y en función de la ansiedad suscitada, la preocupación por aquellos jóvenes algecireños, sería motivo de conversación diaria entre los asiduos, por ejemplo del estanco sito en la calle Río -antes Salmerón-, propiedad de Domingo Lamorda; ó también, entre los no pocos parroquianos que a la caída de la tarde se daban cita en la tienda de Baglietto, abierta en la calle Cristóbal Colón, 31; ó que decir de los también habituales que a las mismas horas que los anteriores, una vez finalizada su jornada laboral, se apoyaban -cual escaño en el congreso-, en el mostrador de la quincallería de Rodríguez y Jiménez, sita en la calle Ancha, aún faltaban pocos años para que pasara a denominarse Regino Martínez, unos de sus socios -Jiménez-, también lo era de Fillol, con quién compartía tienda de comestibles en la calle Real, en la que sin duda el preocupante asunto de Ultramar sería, como en el resto de la nación, principal tema de tertulia y preocupación.

De forma discreta, cuando el gobierno ve claramente el abismo de su errónea política, se pone en contacto con el gobierno francés -a través de su embajador en Washington Jules Cambon- solicitándole la mediación para la apertura de negociaciones con los norteamericanos; estas, comenzarían el 22 de Julio ¡tan sólo tres meses duró el envalentonamiento hispano! Un antiguo refrán castellano, decía "¡Hace falta cortar muchos cojones para aprender a capar!". Y si bien la clase de tropa estaba sobrada de redaños, en las poltronas gubernamentales, atrincherados tras gruesos expedientes, cobardes de baja estofa y altos cuellos, decidían sobre la vida de miles de hombres. Torticeramente y casi a escondidas, mientras los diplomáticos españoles y a través del mediador galo, intentaban llegar a un acuerdo que salvaguardara la hidalguía y de paso espurios intereses, la maquinaria administrativa militar desconectada -a sabiendas- de aquellos contactos, seguía trasladando al frente a inocentes jóvenes, como los algecireños: "Manuel Rodríguez Pérez, jornalero; Juan Sánchez, jornalero; Ramón Fajardo Solís, sin profesión definida; Damián Fernández, jornalero; Antonio Rondón Dorado; Felipe Sánchez Rodríguez, sin profesión definida; Juan García Robles, sin profesión definida; ó al calderero, con domicilio en la calle Río, número 13, Antonio García Escobar. Muchos de aquellos jóvenes que con su sangre taparon las vergüenzas de aquella clase política, no pudieron volver a su hogar; otros, como los también algecireños: "Juan Albarrán Redondo y José Maldonado Sánchez", vieron como su paso por el ejército de Ultramar, les facilitó el ingreso posteriormente en el cuerpo de carabineros.

Pero los políticos norteamericanos, sabedores de su fuerza, no estaban por la labor de zanjar el asunto sin convertirlo en una muestra de su capacidad frente al mundo -y ante sus electores-, prolongando para ello el sacrificio humano de uno y otro bando. El día 30 de julio, el presidente Mckinley y el embajador francés, llegan a un acuerdo sobre Cuba y España, pero la guerra seguía continuando su sangrienta escalada. Un viejo y sabio algecireño analizaría la situación de España frente al conflicto, mediante la popular frase algecireña: "¡Anda peor que el Chigüala! ". Siendo el tal Chigüala -junto a Juanito Bandera-, un querido personaje local, no nacido en Algeciras que se caracterizaba por padecer desde su nacimiento una atrofia en ambos pies, que le obligaba a caminar de un modo muy peculiar, aunque sin duda, con más dignidad que la política española de aquellos años.

Aún en tan avanzada fecha, se sigue enviando a los mozos al matadero de Ultramar, como los algecireños: "José Núñez Núñez, del campo, con domicilio en Secano, número 12; José Luis Domínguez Sánchez, sin profesión definida, con residencia en calle Sagasta (hoy, San Antonio), 15; el jornalero, José Rodríguez García, con domicilio en calle Munición, 45; Francisco González Rosado, con domicilio en el número 9, de la calle Alfonso XI, y de profesión jornalero; Francisco Sánchez Piñero, sin profesión definida; Fernando Romero Pérez, jornalero; ó el albañil, Andrés García Carrasco, vecino de la calle Batería de Santiago, número 6". Y llega Septiembre, y se hace pública la triste realidad: "El día 10 se llevará a cabo la primera reunión de la Comisión Conjunta para tratar la evacuación de las tropas españolas y la entrega de la Isla de Puerto Rico al gobierno americano".

Cuatro días más tarde comienza la repatriación de los soldados españoles. Cuba habría de esperar al 1 de Enero, para su entrega oficial. Si bien en Algeciras se estaba convencido, como en el resto del país, que el valor y el patriotismo de los soldados estaba más que demostrado -como así llegaron a reconocer los norteamericanos-, pérdidas de imperios aparte, las familias de los futuros repatriados, sentirían un gozo especial, sabedoras de la "posible" pronta llegada de sus hijos; padres, madres, esposas y hermanos esperaban el pronto retorno, como la de los soldados algecireños: "Domingo Campos Fernández, jornalero; Juan Martínez Lozano, jornalero; Fernando Ortega Arjona, jornalero; José Sánchez Pascual, jornalero; Juan Martínez Arroyo, sin profesión definida; Salvador Fernández Torres, jornalero; Faustino Rodríguez Pérez, jornalero; José Santos Izquierdo, jornalero; Francisco Carmona Pérez, jornalero; Manuel Sánchez Sampere, sin profesión definida; Antonio Rondón Dazaro, domiciliado en calle Río, primo de Antonio Rondón Dorado; Ramón Pelegrina Capeli, industrial, con domicilio en calle Cruz Blanca, 12; Julio Ríos Moriche, del campo, domiciliado en el sitio de El Rodeo, sirvió en Cuba en el Regimiento de Extremadura, 15; el carrero, Juan García García, sirvió en Cuba en el Regimiento de España, número 46, tenía su domicilio en calle Los Barreros; José Rodríguez Vázquez, del campo, domicilio en calle Nueva 5, prestó servicios en Cuba como soldado del Regimiento de Infantería de Cuba número 65; Juan García Silva, jornalero; José Blanes Santiago, prestó servicios de Guardia Civil en Cuba. Comandancia de la Guardia Civil de Algeciras, posteriormente fue destinado al Tesorillo; y el que posteriormente ingresaría en el cuerpo de carabineros, Juan García Silva". Y la población española, y por tanto la algecireña, ha de ver como los gestos definen a los individuos: "Día 26 de Noviembre. El general Ramón Blanco renuncia a su cargo para no ser el último general de Cuba. Es sustituido por el general Adolfo Jiménez Castellanos". Este último, sí supo afrontar su responsabilidad -en caso de que la tuviera-, frente a la historia. Y en el colmo de la desfachatez y la injusticia, el día 11 de octubre, un mes antes de la "marcha" del general Blanco: "Un consejo de guerra incoado en Madrid imputa al almirante Cervera á su segundo José Paredes, la pérdida de la escuadra". De cuyo heroico relato, se dio cuenta en capítulos anteriores de esta serie.

En nuestra ciudad, para alegría de sus familias, los repatriados algecireños seguían llegando tras pasar por las amargas vicisitudes de toda guerra, siendo estos, entre otros: "Antonio Delgado León, sin profesión definida; Antonio Andrade Andrade, sin profesión definida; Fernando Camacho Benítez, quién posteriormente ingresaría en el cuerpo de carabineros; Fernando Ortega Enríquez, sin profesión definida; Domingo Rivero Blanco, jornalero; José Jiménez Vaca, quién estuvo en el Batallón de Infantería Provisional de Puerto Rico, 1; José Meléndez Artiaga, jornalero; Diego Serrano Díaz, cochero; José Sevilla Jorge, albañil; Sebastián Martín Flores, jornalero; Antonio Zurita Sánchez, jornalero; Antonio García Escobar; José Maldonado González; José Rojano Ruiz, empleado; José Cabrera García, alfarero; Juan Valencia Domínguez, soldado que fue del Batallón de Infantería Regimiento de Álava, 56; Fernando Camacho Benítez; ó, José Luís Domínguez Sánchez, quién posteriormente trabajaría en la sucursal del Banco de España -primera sede- en el número 10 de la calle Sagasta o San Antonio". Desgraciadamente, aunque las secuelas del conflicto quedarían impresas en sus mentes y en sus cuerpos, tal fue el caso del también algecireño Antonio Avellaneda Torres, de cuyos asuntos legales se tuvo que ocupar su esposa Teresa Torres Román, ó Trinidad Guardia Guardia, madre y heredera de su hijo fallecido en combate Antonio García Guardia". Todo ello, sería visto desde la impotencia y la experiencia en la milicia como la del coronel algecireño: "Antonio García Mesa, casado con Dña. Carlota Moreno Soldán, y domiciliados ambos en el número 9 de la calle Cánovas del Castillo, o Real".

Sin duda alguna, la oficina administrativa a la que se vió obligado el Ejército a abrir en el número 4 de la calle Alfonso XI -independiente de la establecida en la Casa Consistorial-, recibiría aquellos días multitud de solicitudes de todo tipo para acogerse a cualquier derecho a que hubiere a lugar. Desgraciadamente para los repatriados, la velocidad de tramitación para las peticiones, no era la misma que para los reclutamientos que llevaron a los peticionarios a los diferentes frentes de Ultramar. Tal era la situación de abandono en la que se encontraban los excombatientes, que un reo ajusticiado en Cádiz, llamado Pérez Gallego, dividió su testamento en tres partes: "Correspondiendo la mayor á la Suscripción Nacional de ayuda para los repatriados". Añadiendo el documento consultado: "Estos son los hijos de España, yankées asquerosos deberíamos decir á McKinley, Morgan y compañía". Y en cuanto al reo: "Dios haya perdonado al desgraciado que así ha muerto borrando con este hermoso rasgo de patriotismo, y su cristiana muerte en pasadas culpas".

Y llegó la paz, no sin concesiones ni humillaciones. El día 10 de diciembre, se firma la paz definitiva en París entre España y Estados Unidos, cediendo España: Cuba, Puerto Rico y Filipinas por 20 millones de dólares. La nación había perdido un imperio, pero las familias algecireñas habían recuperado a sus hijos, a sus maridos o a sus hermanos. La delegación española encabezada por Montero Ríos - a quién Algeciras honrara, poniéndole su nombre a una de sus calles en el barrio de la Caridad-, tuvo que tragarse una y otra vez la prepotencia yankée; no había cabida para la negociación: o derrota sin condiciones o guerra. Y España, la altiva España, firmó. Pero lejos de aquella mesa parisina de iniquidad, la otra España, la humilde, la de los pobres soldados que habían sobrevivido al desastre, intentaba recuperar sus vidas; unos marcharían en busca de un nuevo futuro en el cono sur sudamericano, alejados del infierno caribeño; los más, procurarían adaptarse a la nueva situación aferrándose al olvido, pero desgraciadamente la guerra de África, que en los años siguientes se intensificaría, se lo pondría muy difícil. Pero esa es otra historia.

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