En el ensanchamiento de la calle Calderón de la Barca, la que conduce desde la mitad de la calle de La Luz hasta la Plaza de la Paz en el tránsito usual desde la Luz al Mercado de Abasto, se abre una pequeña y coqueta plaza que carece de nombre y que aunque tiene forma de plazuela, no figura en el callejero local sino como el ensanche de la calle Calderón de la Barca. En esa plaza, donde cuatro naranjos vigilan sus esquinas, se levanta un muro de hormigón que guarda las vergüenzas del abandono de una de las viviendas señoriales del municipio.

Muchos son los pasos que han recorrido ese corto trayecto de Luz a la Paz. Y muchos han sido los que en los últimos 25 años han reparado en el mural que decora los industriales ladrillos que con pintura fue trabajado hace más de dos décadas para hacerlo lienzo. Allí, un mural del artista José Vicente Araujo perdura el transitar del tiempo que con la ayuda del sol, el viento y la lluvia, va degastando sus pigmentos cromáticos.

Son muchos los años y pocos los que conocen el porqué de ese mural, su significado y autoría. Lo cierto es que han pasado más de 25 años y aquel mural con pocas pretensiones pictóricas se ha convertido en una identidad, casi un emblema de la plaza. El mural es obra de José Vicente Araujo, que lo pintó por encargo de los dueños del Pub Hubi, que justo enfrente abría sus puertas. La idea de quienes regentaban el pubs era la de dar un poco de belleza al muro. José Vicente, que por aquel entonces comenzaba sus estudios de Bellas Artes en Sevilla se puso manos a la obra y con pintura de bote, acrílico concretamente, rellenó el boceto de la obra que preveía no durara más de 4 meses. Hoy reconoce que esa obra se aleja mucho de su estilo y que incluso le cuesta identificarla como suya. Cuando se creó no fue esquiva a la crítica. Hoy ya es parte de la propia monumentalidad.

No todo el mundo conoce de qué se trata aquel mural, qué representa. Algo que para los no muy duchos en la Historia del Arte pudiera costar los suyo, pero a poco que uno tenga unos meros conocimientos de los autores clásicos, la imagen del cuadro de Diego de Silva y Velázquez emerge evocando uno de los cuadros más extraños del autor sevillano El triunfo de Baco más conocido como Los borrachos. Claro está, es una libre, pero que muy libre interpretación de aquella obra fechada entre 1626-1629. Así, el cuadro mitológico de Velázquez, que es en sí mismo, quizás una burla a los Dioses retratando una escena tabernaria, aparece en el mural tarifeño como un retazo de carácter modernista, donde el paisaje campestre, es cambiado -claro está- por una paisaje marino. En el mural de Araujo, Baco no aparece rodeado de espesura silvestre, sino de la luminosidad del mar y la arena blanca.

Los borrachos de Velázquez es consecuencia de la influencia de su viaje a Italia abandonando el tenebrismo y profundizando en nuevas exploraciones del color. En la obra de Araujo los personajes se reducen de los ocho originales a seis. Uno de ellos se convierte en perro que posa a los pies de Baco. En el cuadro original Velázquez parece mofarse de la propia mitología, José Vicente parece recrearse en ella y compone una escena donde el joven soldado coronado del pintor sevillano es sustituido por un Minotauro, y el personaje que en cuadro original acompaña a Baco se convierte en una especie de robot, mientras que el de su izquierda mantiene el desnudo y pose, pero adquiere rostro de lobo. El resto de personajes, que en Velázquez podrían representar soldados, en el mural parecen fusionarse en un único personaje de rostro grave que parece vigilar al observador.

Los borrachos de José Vicente Araujo perdura en el tiempo ganándole la batalla al tiempo. Respetado por los actos vandálicos y la vorágine publicitaria sin pudor por plantar carteles en cualquier parte.Realmente Los borrachos de José Vicente, son más El triunfo de Baco.