Verano

La segunda mirada

  • Recorrido entre los protagonistas silenciosos de la colección permanente del Museo de Cádiz

“Un museo es un espacio para el disfrute, para reflexionar sobre la historia, para ir y volver”, afirma el director del Museo de Cádiz, Juan Alonso de la Sierra. Es lunes y el edificio de la plaza Mina, cerrado al público, nos recibe medio en penumbra. Esta afirmación parece ser especialmente factible en un centro como el gaditano, que hace gala de una “dimensión humana” y que invita a la recreación más que a la carrera:“Cada pieza es interesante, no hay nada secundario –comenta el responsable –. Si te centras en un objeto, por muy anecdótico que pueda parecerte, es capaz de contártelo todo”.

Así, más allá de sus grandes protagonistas, de los sarcófagos fenicios, de los cuadros de Zurbarán o Murillo, el Museo de Cádiz –institución dependiente de la Consejería de Cultura– cuenta con un despliegue único de señuelos para desencriptar el pasado.

Las piezas que repasamos en compañía de Juan Alonso de la Sierra son las protagonistas silenciosas de la colección permanente del Museo, más que dignas merecedoras de una segunda mirada.

“Sólo en esta vitrina –indica el director, frente a una colección de instrumentos líticos–, contemplamos una cronología mucho mayor que la que reúne todo el resto del museo. En general, la producción paleolítica nos resulta un poco árida porque no solemos tener la información necesaria para traducirla”.

En este caso, Juan Alonso muestra un bifaz encontrado en el Chaparral de Los Barrios , datado en el Achelense:“Es una época en la que el ser humano está descubriendo la manipulación del medio, algo que comenzó adaptando cantos rodados y que terminaría en la técnica de láminas de sílex. El bifaz –indica– está a medio camino:en este caso, vemos que está trabajado por las dos caras y que es resultado de una técnica que necesitaba aprendizaje, que se va transmitiendo. Se empieza a ver, además, un cierto interés estético, búsqueda de la simetría”.

“Cuesta no pararse, ¿eh?”, comenta Juan Alonso al pasar por delante de los sarcófagos. En la sala dedicada al mundo fenicio nos detenemos frente a una de las exposiciones de orfebrería. Los hallazgos de la zona gaditana son tan abundantes que todo invita a pensar en una producción local. Entre colgantes y anillas de oro, destaca un diminuto pendiente con la doble cabeza de halcón del dios egipcio Horus y un cestillo lleno de granos de cereal – probablemente, una medida–, símbolo de la abundancia:“Eran piezas que tenían un sentido mágico-religioso y que utilizaban tanto hombres como mujeres”, explica Juan Alonso de la Sierra. A su lado, en otro par de pendientes, observamos la reproducción de la barca solar, en un grabado similar al que contemplamos en el famoso thymiaterion –también presente en el Museo– y relacionado con simbología funeraria.

Juan Alonso escoge los fragmentos polícromos de pinturas murales  encontrados en La Caleta para introducirnos en el Gades del Alto Imperio romano. Un esquema decorativo que reproduce los modelos de las pinturas pompeyanas;en concreto, el correspondiente al llamado ‘tercer estilo’:recreaciones “más ilusionistas” en las que el artista enmarcaba la escena entre unos arcos y una guirnalda superior, en fondos de tonos rojizos –de un modo similar a las imágenes halladas, por ejemplo, en la Casa del Obispo–.“Los frescos de la época –explicaJuan Alonso de la Sierra– estaban pensados para que duraran tanto como fuera posible: los estucos se hacían con los morteros todavía blandos. El color se aplicaba en la última capa, cuando el material aún no estaba seco, con lo cual la piedra absorbía el tinte”.

El director del Museo señala, igualmente, un plato de cerámica romana de factura norteafricana, “elaborado con la técnica que llamamos de sigillata clara, distinta a la de tono más anaranjado que era frecuente en Europa”. El nivel de producción de cerámica en la Antigua Roma llegó a cotas que se pueden considerar industriales:“Los talleres, cada uno con su sello, estaban bien organizados, eran capaces de dar salida a miles de piezas”. En este caso, vemos cómo el artesano trataba de imitar el metal –sólo utilizado por las clases altas– con unas formas contundentes y lineales. A su lado, un cuenco en marmorata del sur de la Galia trató de dar réplica a la manufactura en mármol.

“Los romanos –contextualiza Juan Alonso– eran muy religiosos. En sus hogares contaban con reproducciones tanto de los dioses lares como de las grandes divinidades, en terracota pero también, como en este caso, en bronce”.

Una pequeña estatua de Júpiter, desprovisto de rayo pero con el águila a los pies, nos saluda desde una vitrina que parece reunir el legado de algún viajero de la época. Junto a él, vemos la placa de bronce de un bárbaro con gorro frigio y, tras ellos, el relieve con los pies de la Isis egipcia. Los dioses del Nilo, la lejana Anatolia y la tríada indoeuropea en apenas medio metro.

“Como sabéis –prosigue Juan Alonso, ya en la zona de Bellas Artes del Museo–, gran parte de nuestros fondos pictóricos proceden de la Desamortización de Mendizábal”. El director se detiene frente a El entierro de Cristo, de Fabrizio Santa fede:un pintor napolitano de finales del XVIy comienzos del XVII, seguidor de Caravaggio, que gozó de gran popularidad en la Corte española:“En el óleo –explica Juan Alonso de la Sierra–, La Magdalena nos mira y nos introduce en la diagonal del cuadro. Los ángeles, más etéreos, conforme a su condición celestial, parecen difuminarse. Resume el refinamiento de formas y expresiones del manierismo con el juego de luces del Barroco”.

De la producción del XIX, Juan Alonso menciona La adoración de la Cruz, de Madame Anselma – “una artista que nos recuerda el importante papel de la mujer gaditana en los siglos XVIIIy XIX y que terminó legando varias obras al Museo”– y La visita del cardenal, de José Gallegos (1869), una de las últimas piezas adquiridas por la pinacoteca, en 2007. “Sin olvidar –apunta–, la Vista de Cuenca, de Aureliano Beruete, que reinterpreta a Velázquez, El Greco y Goya en su plasmación del paisaje castellano”.

El estallido cromático de Felipe Abarzuza con su Paisaje de La Barrosa (1930) viene a cerrar el recorrido:“Influenciado por Sorolla –indica Juan Alonso–, Abarzuza superó lo que se hacía en la época en los círculos artísticos gaditanos. Su obra, en la que vemos cómo deja sin pintar partes del lienzo como si fueran los reflejos de la orilla, e

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