La tribuna

Un Machado muy anticlerical

Un Machado muy anticlerical
Rosell
Francisco Núñez Roldán
- Escritor

Apocos autores releo con más gusto que a Antonio Machado. Toda su obra vale la pena. Era, más que un poeta, un fino pensador que rimaba. Ahí están los varios apotegmas y refranes que ha fijado en el habla cotidiana. Qué mayor acierto y gloria para un escritor. Premios Nobel literarios tenemos de quienes apenas nadie recuerda una línea de su poesía. No es el caso de Machado. Y últimamente se ha celebrado una más o menos exposición apadrinada por figuras y figurillas de la literatura y la política. Lo de más o menos va porque el evento llega hasta la muerte de Antonio, como si Manuel, que vivió nueve años más, hubiera dejado de escribir y existir a la vez que su hermano. En la muestra aparece la vida de ambos, su obra, sus inspiraciones, sus compromisos; en especial los de Antonio en la Guerra Civil.

La poesía de Antonio tiene una aparente sencillez que la hace hincarse en el lector, quien se identifica pronto con el sentido que el verso transmite. De ahí que la atinada melancolía, contemplación y estoicismo del poeta se hermane con el pensamiento de quien lo lee. Es una poesía de engañosa simpleza que sintetiza en verso lo que a veces hemos pensado y no sabíamos cómo resumir. De ahí su acierto.

Pero hay un Machado de honda carga política e ideológica que se atisba en algunos poemas y aparece a fondo en sus escritos en la guerra, en especial en los diarios Ahora, La Vanguarida, y sobre todo en la revista mensual Hora de España, totalmente afecta al Gobierno del Frente Popular. En esos poco divulgados artículos, y antes, en la correspondencia machadiana, tampoco muy conocida por sus corifeos, asoma un pensador antirreligioso y antieclesial a fondo, por más que pensemos que Machado sería deísta o quizá panteísta, más que ateo. Pero su inquina hacia la Iglesia es palmaria. Ya en una autobiografía, en 1913, hace clara manifestación: “Estimo oportuno combatir a la Iglesia católica y proclamar el derecho del pueblo a la conciencia, y estoy convencido de que España morirá por asfixia espiritual si no rompe ese lazo de hierro”. Luego, en carta a Unamuno ese mismo año, se refiere a Baeza como “Una población rural, encanallada por la Iglesia y completamente hueca”. Más adelante se lamenta de que haya quien afirme que ha descendido la religiosidad en España, lo cual ve desastroso porque “Sin sentimiento religioso ¿Cómo vamos a sacudir el lazo de hierro de la Iglesia Católica que nos asfixia, esta iglesia espiritualmente huera pero de organización formidable?”

La sugerencia machadiana de un sentimiento no ya antirreligioso sino antieclesial y anticlerical para luchar contra la religión dominante en España y su organización social lo entendieron, lo habían entendido ya perfectamente las izquierdas antes y durante la Guerra Civil, y así produjo la ola de asesinatos de religiosos o gentes piadosas que se dio. Acertaba Machado en cuanto a que se precisaba un espíritu religioso –pero de signo contrario– para luchar contra una religión, sus manifestaciones y representantes. Un laicismo más consumado habría derivado en indiferencia hacia el hecho pío, y la reacción habría sido mucho menos virulenta contra personas, bienes y edificios eclesiales. Paradójicamente se necesitaba un concepto religioso de la existencia para luchar contra una religión. El indiferente –significativamente tan abominado por la Iglesia– es en efecto mucho más difícil de encender a favor o en contra del fenómeno religioso. El odium fidei que tanto mató y destruyó en la guerra era indudablemente contra una religión que competía con las otras religiones laicas, no menos amuebladas de misas, herejes, jerarquías e inquisiciones, por más que se llamaran asambleas, disidentes, comisarios o purgas políticas. Antonio Machado, con su habitual perspicacia, había dado con la clave de ese envite espiritual que dirigido hacia un lado o hacia su contrario es capaz de perpetrar paraísos o infiernos.

También te puede interesar

Lo último

stats