Manuel Herrera-Usagre

Camino del cara a cara Trump-Kamala

La tribuna

8483310 2024-09-07
Camino del cara a cara Trump-Kamala

07 de septiembre 2024 - 03:06

Fue una mañana de fin de semana cuando Kamala Harris recibió la llamada del presidente Biden, preparaba tortitas mientras hacían puzles en familia. La candidata lo recordaba en la entrevista. Fingida o no, la escenografía transmitía la sensación de esperada noticia, recibida sin sorpresa, sin tristeza ni entusiasmo, casi dentro de la cotidianidad de alguien que lleva esperando este momento pacientemente. Su momento.

Dos recientes entrevistas han marcado la agenda de la semana. La de Kamala Harris es la primera que concede en meses, y la de Donald Trump se realizó con un popular podcaster y youtuber, Lex Fridman.

Kamala Harris representa todo lo contrario a Donald Trump. Harris tiene unos orígenes sociales con más capital cultural y social que económico. Sus padres fueron profesores de Universidad, pero ya su abuelo materno fue un diplomático y eminente servidor público para los gobiernos de India y Zambia. Trump, por el contrario, nació en una cuna de oro neoyorquina levantada gracias al emporio inmobiliario que fraguó su padre. Harris trabajó durante años como fiscal del distrito de San Francisco y como fiscal general en California persiguiendo pandillas, mafias y delincuentes con, según muchas voces, severa mano de hierro. Trump lleva décadas evitando juicios y condenas por numerosos delitos de guante blanco a lo largo de su carrera como empresario. También por su doble vida en el ámbito familiar, que le ha traído algún que otro disgusto. Harris y Trump se enfrentarán el próximo 10 de septiembre en su primer cara a cara. Y es literal porque jamás han coincidido físicamente en el mismo sitio.

Harris llevaba meses alejada de los focos. Es cierto que como vicepresidenta tenía poco que hacer, salvo en contados momentos ceremoniales y protocolarios. Pero cuando cometía errores en alguna entrevista, no los superaba. En su lugar, se retiraba y volvía a tardar meses en dar otra entrevista o rueda de prensa. Había una sensación generalizada de huida de los focos. Ha sabido manejar los tiempos y no le ha importado esperar hasta el final. A su vez, parecía segura, paciente, esperando a que todo el mundo viese que el rey estaba desnudo. En esta entrevista, quiso dirigirse a las clases medias americanas, evitando hacer mención sobre su origen racial en una nueva estrategia que evita colocar su condición de mujer, como hizo Hillary Clinton, ni su condición multi-étnica, como hizo Obama, en un asunto de campaña. Perdió, una vez más, la oportunidad de mostrase más crítica con Israel y más empática con el pueblo palestino lo que sin duda le costará caro entre el sector más joven.

Donald Trump, por el contrario, venía de una espiral de eventos, polémicas, imputaciones, entrevistas exclusivas y mítines políticos. Su supervivencia la ha confiado a su permanente presencia mediática. Mientras, en su propia red social, el ex presidente encuentra un espacio menos expuesto que X o Facebook, donde compartir toneladas de contenido falso, más radical e incendiario. Necesita mantener viva la moral de su tropa y la rabia de sus bases más fundamentalistas.

En su última entrevista, su discurso parece cansado y permanentemente frustrado por no competir con Biden. Repite sin cesar los mismos mensajes, con las mismas palabras una y otra vez. En los mítines frente a una cada vez menos enérgica audiencia, se para en aspectos banales y anecdóticos, buscando revitalizar al público, como haría un auténtico maestro de ceremonias que nada tiene que ofrecer más que eso. Parece estar convencido de que, lo que le hará ganar, no serán aburridas propuestas electorales; será contar historias de barcos eléctricos y tiburones. Cada vez que vuelve al guión, donde sus colaboradores intentan colar alguna propuesta, su energía baja, su tono se vuelve más oscuro y su mensaje más desesperanzador. Yo o el caos.

Las opciones no pueden ser más distantes. Una candidata que quiere reforzar su imagen de mujer de familia y un candidato, lleno de resentimiento, que aboga por el miedo para ganar las elecciones. Sesenta días son aún una eternidad y muchas cosas pueden pasar. Entre ellas su primer cara a cara.

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