Esta noche no has venido y creo que, por la hora que es, tampoco vendrás. Cada noche paseo con Mencey y pasamos por delante de la entrada del cortijo de San Bernabé. Estas noches atrás, te has acercado hasta los contenedores de basura situados a cincuenta metros de la cancela, con sigilo y mirando nervioso a tu alrededor, buscando comida entre esas bolsas que los más perezosos dejan en el suelo con tal de no levantar la tapa.

Esta noche no has venido y Mencey y yo te hemos echado de menos. La primera noche nos pareciste un gato grande, probablemente por la penumbra del barrio, pero nos fijamos bien en esas patas delgadas, en tu pelo acaramelado y en esa enorme cola frondosa y descubrimos que eras un zorro, un zorro jovencito y despistado, posiblemente hambriento. Un zorro en la ciudad.

Mencey no te ladró, se quedó mirando tu quietud y nos miraste. Fueron unos segundos y enseguida, nervioso, entraste en la parcela trasera del club Montepalma y allí te confundiste entre las matas. Intentamos volver a verte aquella primera noche pero no lo conseguimos y regresamos a casa con una sonrisa compartida.

Un zorro en la ciudad, atraído por la comodidad de no tener que cazar, necesitado, tal vez arrastrado por la falta de presas en su hábitat natural y dispuesto a cruzarse con los humanos.

Aquella primera noche recordé la conversación del zorro y El Principito (de Antoine de Saint Exupery): “Los hombres cazan zorros –dijo el animal–, pero también crían gallinas”. Volví a sonreír.

Aquella historia del encuentro nocturno con nuestro amigo, aquí a las puertas del cortijo de San Bernabé, se repitió por tres noches en una sola semana, pero ya hace unos días que no viene hasta aquí.

De hecho, esta noche nos hemos sentado en este poyete junto a la cancela, en silencio, esperanzados en volver a verlo por si se le ocurre aparecer. Yo quiero contemplarlo, astuto y grácil, pero no quiero que venga, prefiero recordarlo libre, autosuficiente y sin domesticar. Porque “domesticar es crear lazos”.

No sé si lo esperaremos otras noches, prefiero pensar que nunca más volverá, que no regresará, que no necesitará de las basuras humanas para sobrevivir y que seguirá trotando libre en busca de nuevas presas.

“Eres responsable de a quien has domesticado para siempre” –volvió a interpelar el zorro a el Principito– porque “tú sentirás necesidad de mí y yo sentiré necesidad de ti”. Así que esta noche, Mencey, porque ya está refrescando, nos volvemos sonrientes a casa con el convencimiento de que aquellos encuentros fueron solamente una oportunidad para recordarnos el valor de vivir en libertad, sin mansedumbre, y no permitir que nada ni nadie, nunca, nos domestiquen.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios