La esquina
José Aguilar
Tragedia total, miseria política
La melodía sonaba de fondo e intenté ignorarla. Como cuando pones el modo off en una conversación que no te interesa. Pero, en esta ocasión, no pude desoír lo que estaba sucediendo, así que me rendí y sin oposición alguna, el silencio se apoderó de mi voz. Hice ver que había sido de manera natural y no como si las notas de aquella canción, una a una, taladrase cada poro de mi piel. Y la suya. No importa cuándo o cuántas veces la escuchemos. Siempre es así.
Empezamos a tatarearla para hacernos creer la una a la otra que no estábamos recordando lo mismo. Que esa letra no nos estaba trasladando de nuevo a esos años en los que el trauma, la pena y la incertidumbre eran nuestra constante diaria.
Y, entonces, miré al cielo, y en un reclamo a que el más allá me escuchase, formulé la pregunta que paseaba por mi mente. Que lleva haciéndolo 19 años: Mamá, ¿Volveré a verte?
Y no sé si considerarlo una respuesta, pero justo en ese momento pasamos por una salida de carretera con el número 7. Era su número. Era, quizás, la señal que estaba esperando.
La canción: En cambio no, de Laura Pausini, habla sobre decir lo que sientes a tus seres queridos antes de que “se vayan”, porque después puede ser demasiado tarde. Es muy terapéutica, tanto si expresaste un día lo que sentías, como si no lo hiciste. De las dos formas, la letra te abraza y te va acunando hasta sentirte esa niña a la que su madre le cepillaba el pelo o la arropaba antes de dormir.
No dije nada en voz alta y miré de reojos a mi hermana para comprobar que ese aura que se creó en esos tres minutos y cincuenta y cuatro segundos de canción era tan real como yo la había sentido. Y puede que sí, o puede que no, pero esos ratitos son los que traen a mi madre de vuelta. Son los que me erizan la piel y me invitan a seguir creyendo. No solo a creer y a soñar que algún día me reencontraré con ella, sino a amar la vida a través de estos instantes de magia. A través de los ojos de dos hermanas, que, siendo notablemente diferentes, las une, por y para siempre, la madre que las parió. Y eso, amigos míos, es inquebrantable. Como la fe. Esa que me grita a pleno pulmón que sí, que algún día volveré a verte, mamá.
También te puede interesar