Sufrir

27 de octubre 2025 - 03:07

Se aferra a mi brazo con la fuerza de la desesperación más honda y sentida. Aprieta sus dedos. Me hace daño. Estalla en un llanto sin consuelo. ¿Por qué tiene una enfermedad terminal? ¿Por qué va a morir? ¿Por qué las autoridades no permiten que vengan sus hijos para despedirse? Ha trabajado en este país como una bestia para conseguir algo de bienestar para su familia. ¿Qué delito ha cometido para morir? ¡Es injusto!

La calmo como puedo con argumentos poco sólidos. El único con fundamento se refiere, una vez más, a quienes mandan aquí y especialmente en Europa: dejaron de ser humanos hace tiempo, por esa razón no quieren que vengan sus hijos. Son seres o entes que se acuestan y se levantan, incluso algunos se asean, pero perdieron el corazón por una cosa ridícula que ellos llaman poder.

Mis restantes razonamientos no eran muy lúcidos, aunque permitieron darle a esta mujer española, de treinta y pocos años, algo de paz por el fallecimiento de su amiga inmigrante. De fondo, además del drama de la inmigración y del descaro con el que ya algunos legisladores se han convertido en xenófobos –véanse las novedades sobre asilo, que son una nueva forma de condena, el laberinto del arraigo por formación, problemas en el ámbito sanitario dentro de los centros de salud, los engaños de algunos empresarios sin escrúpulos frente a otros honestos– debe haber algo más.

Hay algunas personas, incluso generaciones enteras, que no acaban de soportar esa mezcla desmedida de alegrías y penas que lleva aparejada la existencia. Es comprensible. Aún más si alguien muere en una soledad familiar absoluta como ocurre en demasiadas ocasiones al colectivo de personas de otros países. La legislación antihumana impide que alguien pueda venir para ser el último consuelo. La razón casi siempre es la misma: si vienen es para quedarse, aunque estén de luto, me dijo un “gracioso” ese mismo día en el que me quejé de tanta frialdad y burocracia. La vida es como es y así hay que aceptarla incluso desde la rebeldía más absoluta.

En fin, vivir puede resultar apasionante, maravilloso, pero no está exento de dificultades, especialmente si te “toca” en los sectores que soportan las mayores cargas de desigualdad. Lo grandioso es conseguir que, a pesar del sufrimiento, sigamos creyendo. Lo he comprobado, que hay espacios grandes y pequeños para sentir algo parecido a la paz interior que no tiene nada que ver con esa palabra ya frívola llamada felicidad.

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