Opinar es gratis. Pero, como todo lo gratis, en ocasiones, suele salir muy caro. Lo políticamente correcto está asfixiando a la libertad de expresión sin que apenas percibamos que así es. Así lo siento yo. Como si fuera una fina niebla que entra en el pensamiento, modifica conductas, moldea palabras, recorta la creatividad, el sentido del humor y, sobre todo, elabora en torno a nuestra vida cotidiana un molesto corsé de pensamiento único en el que ya no cabe más que lo políticamente correcto.

¿Se han dado cuenta de que cada vez hay menos cómicos que se atrevan a hacer crítica? Eso sí, siempre nos quedará el Carnaval de Cádiz, aunque sea en junio, donde el Arte con letra mayúscula se viste de pueblo para salir a la calle y soltar verdades como puños a diestro y siniestro. Todo ofende, todo es un escándalo, todo es censurable, todo es para llevarse las manos a la cabeza y rasgarse las vestiduras. Qué agotamiento.

Yo misma acabo de sorprenderme recientemente autocensurando un paso de baile que alude al mundo taurino… Hasta que me paré, me miré y me di cuenta de que estaba rodeada por esa nebulosa llamada lo políticamente correcto y que esa nebulosa me estaba asfixiando, me estaba modificando de manera sigilosa y, lo peor, estaba coartando mi libertad expresiva y creativa… Díganme que no piensan muy mucho qué decir y cómo decirlo ante determinados temas, en según qué foros y no les creeré.

Si desean practicar deporte de riesgo, opinen. Curiosamente las sociedades más desarrolladas en las que reina la libertad de expresión se dirigen hacia un estado latente, casi invisible, de intransigencia. No soy fumadora, pero si fumas en este país eres poco menos que un delincuente que echa humo por la calle, un apestado y un contaminador, poco menos que alguien deleznable. Ya mismo ni en el domicilio particular podrán hacerlo. Pero, eso sí, seguimos vendiendo cajetillas de tabaco, con sus correspondientes impuestos. Camino vamos, los carnívoros, de convertirnos en unos asesinos de animales y pronto auguro que tendremos que ir a confesar antes de encender la barbacoa. Yo adoro a los animales. Pero, no, no los meto en mi cama ni les compro vestiditos ni los considero mejores que algunas personas ni mucho menos a la altura de mis hijos en mis afectos. En mi opinión, esto se sale de madre últimamente. Pero, claro, sé que me la estoy jugando por opinar… La violencia verbal en defensa de las verdades de cada cual son el pan nuestro de cada día. Opinen de modo diferente y verán cómo en cuestión de segundos, los pensamientos únicos no dejan lugar al suyo, lo asfixian, lo vapulean y lo intentan poner de rodillas.

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