La palabra es la forma que tiene el ser humano de expresar y dar sentido a sus pensamientos y sentimientos. Y cuando escribes, no sólo piensas en lo que vas a decir, también piensas en cómo hacerlo.

Parte enorme de la comunicación sin duda está en las palabras escritas, en los pensamientos pulidos a través de la redacción. Tu forma de darte a expresar, de narrar o inventar historias.

Desde el 26 de mayo del pasado año he compartido todos los martes mi punto de vista con los lectores de Europa Sur en sus páginas de Opinión. He intentado exponer mis ideas sobre la actualidad que nos rodea en este tiempo de pandemia, pero hoy por razones personales y políticas me tengo que despedir con un "hasta siempre".

Este tiempo he disfrutado contando mis percepciones, ideas y conocimientos sobre determinados temas de actualidad. Kierkegaard decía en su libro Mi punto de vista, que arriesgarse es perder momentáneamente el equilibrio, pero no arriesgarse es perderse uno mismo. Y como no he querido perderme he expuesto mi punto de vista sobre los temas que me preocupan y me comprometen.

Por supuesto, voy a echar de menos esos artículos, porque la letra es lo que somos, es la epidermis del espíritu, del ánimo y del impulso, y me ayudan a encontrar las respuestas a las muchas preguntas que se me acumulan. Y esa creo que es una buena señal, porque hay que desconfiar de quien siempre tiene respuestas para todo o quiere tener siempre la razón.

En la vida cotidiana, los seres humanos realizamos juicios, comentarios y opiniones sobre la realidad social, cuyos fundamentos no van más allá del sentido común. Sin embargo, hay personas que quieren imponer sus opiniones y creencias. Querer tener razón es la enfermedad crónica de la humanidad y es seguramente una de las causas que más han enfrentado a las personas, las naciones y las religiones.

Pero hay una cura, la escucha. Escuchar con interés a las personas, aunque lo que digan esté en contra de la propia opinión, es la prueba máxima de la empatía, el respeto y la aceptación, claves todas para vivir en paz. Escuchar a los demás les hace sentirse valorados, entendidos, importantes. Tal vez eso sea todo lo que se necesita de verdad para que algunos renuncien a imponer opiniones y creencias.

Ahora estoy preocupada por superar estos momentos desalentadores que vivimos con la pandemia, porque hemos perdido amigos y familiares por el coronavirus. Por eso, hay que vivir como si fuera el último día, pero haciendo planes como si faltaran mil años para el final. Es una receta que funciona, aunque no siempre.

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