Los ricos también lloran

La única razón que le obliga a dejar su amado Barcelona es la misma de siempre: el poderoso caballero don dinero

Nunca hubiéramos podido imaginar que el final de la carrera profesional de Leo Messi en el Barcelona, el jugador más grande de este siglo en uno de los colosos del fútbol internacional, tuviera el estrambote caricaturesco de su comparecencia en la sala de prensa del Camp Nou, rodeado de su familia y lo más granado del más que un club (o eso era antes), gimoteando como un chiquillo tras darse de bruces con la pared del fair play financiero que, hasta hace un cuarto de hora, parecía estar diseñado sólo para evitar el asalto a los cielos de los clubes secundarios de la competición. En aquel fondo rojo y azul, mientras el futbolista en el atril desgranaba sus atropellados argumentos, un aire como de derrota dominaba el ambiente, como si con el jugador también se fuera algo de ese aura de buque insignia del catalanismo.

Por supuesto que cada uno es muy libre de administrar sus emociones cuando y donde quiere, pero no parece muy razonable tamaña llantina, partiendo de un tipo que ha venido ganando más de cien millones de euros al año para ruina de su club, que según su propia declaración el acuerdo que proponía dejaba el salario en cincuenta millones (tampoco está mal) y que el mismo día de la despedida ya se barruntaban nuevos destinos con sueldos igualmente estratosféricos. Digo yo que una manera fácil de ahorrarse el disgusto hubiera sido equiparar su sueldo, al alza, con relación al de los jugadores mejor pagados de la plantilla, al estilo de lo acordado por Pau Gasol con el mismo club tras su extenso periplo triunfal en la NBA. Naturalmente, nada de eso ha hecho, por lo que hemos de colegir la única razón que le obliga a dejar su amado Barcelona es la misma de siempre: el poderoso caballero don dinero.

En realidad, la salida de Messi del fútbol español no es más que la constatación dolorosa de que el fútbol, tal como lo hemos conocido, en la era de la globalización, está siendo devorado por el dinero, y si antes esta realidad era muy palpable en el aspecto interno ahora vemos como el escenario se ha trasladado al plano internacional. Da un poco de pena, pese a todo, ver a todo un FC Barcelona, con un presidente nuevo y agresivo, sucumbir ante la cruda realidad de su ruina, esbozando con la boca chica razones políticas que nadie cree, mientras aplaude con la mirada perdida al ídolo (ra,ra,ra, ya lo cantaba Benito Moreno) que se va calentito con su mochila a otra parte.

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