
Quousque tandem
Luis Chacón
Releer a Wodehouse
Ignoro aún en qué quedará la cosa porque la política tiene hoy la costumbre de la anunciación doble, es decir, la de la convocatoria de periodistas mal pagados para anunciar que en unos meses anunciarán algo. Pero se conoce que la Junta de mi Andalucía venerada quiere proteger como a un pobrecito el habla de esta bendita tierra, que no es habla, sino hablas. Dice Moreno Bonilla que “el habla andaluza” es el reflejo del alma de los andaluces. Lindísimo, pero lejos, muy lejos, de aquello que dijo la Zambrano de que los andaluces expresan en copla su metafísica del alma.
El asunto no invita a mucha broma, así que conviene dar hachazo de rigurosidad a la ocurrencia, porque dice el acuerdo firmado con Rojas Marcos que se fomentará el uso del “habla andaluza” en instituciones, medios de comunicación, universidades y colegios. No sé, yo siempre que he puesto Canal Sur he visto a mucha señora con acento maravilloso y en la escuela aprendí a decir quillo con la naturalidad con la que uno se mea vivo. También he escuchado a Jesús Aguirre decir en el Parlamento imprecentable y Lola Flores gritó en prime time “¡Si me queréis argo, irse!”. No se le ocurre a uno algo que fomente más el andaluz como seña de identidad que el don de la espontaneidad.
Tal vez lo que se pretenda ahora sea que a mi sobrino gaditano la profe le haga un examen oral de las aspiraciones fonéticas del granadino y no que las descubra harto de Negrita cuando tenga 18 años y vaya haciendo eses por la calle Elvira; puede que se quiera introducir en el vocabulario del pipiolo onubense follaicovivo o malafollá y crear la única habla andaluza a la que se refieren sus señorías; o quién sabe si certificar un título oficial para exigir al enfermero burgalés el B1 de andaluz.
Uno de los defectos de la clase política paisana, porque al charcutero de Lepe le da igual, es la comparación casi enfermiza con el gallego, el catalán o el vasco. Hay por los pasillos institucionales anhelo de lengua propia como si la necesitásemos para aplacar un ridículo complejo de inferioridad. El éxito de este bendito dialecto es precisamente su escasa institucionalización porque el andaluz son las hablas de la calle y la naturalidad, de la turra al madrileño en la feria y del “mira cómo son las playas de mi Cadi” a la aragonesa que se quiere conquistar con gallardía y mucha cara. Seña de identidad no es la promoción constante y cansina en Canal Sur ni actos de reivindicación empalagosa. Seña de identidad es irte a una txosna de Bilbao, decirle no ni ná a un vasco y que no olvide en su vida cómo de una triple negación puede nacer la más categórica de las afirmaciones.
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