Quousque tandem
Luis Chacón
Y el PSOE creó el mundo
Cambio de sentido
Ya han visto las imágenes. A vista de pájaro, bajo el punto de mira, las gentes que se agolpan en torno a los camiones de comida y que después corren del fuego abierto que tira a matar contra ellas, parecen hormigas. Recuerda la escena, tantas veces vista de niña, del trozo de pan que en la merienda campestre cae al suelo, al que acuden ipso facto miríadas de afanosos insectos a los que les podemos montar, de un pisotón o un simple golpe de ramita, un perfecto apocalipsis. Con estas imágenes, la denominada Fuerza de Defensa Israelí muestra que pueden matar (y matan) como quien mata moscas. El matiz es que no hablamos de invertebrados, sino de seres humanos, al menos 118, masacrados (más de 700 heridos) el pasado jueves mientras trataban de conseguir un poco harina para que sus hijos no se sigan muriendo de hambre. Hay que sumarlos a los muchos más de 30.000 aniquilados en Gaza desde octubre. Mil ojos por ojo, mil dientes por diente. Esta cifra, que crece por cientos día a día, supera ya la de grandes matanzas y limpiezas étnicas llevadas a cabo en el siglo XX. Aquellas nos helaron la sangre. Esta actual parece que solo hiela la sangre de los cuerpos, aún calientes, que la derraman sobre la blanca harina.
Ojalá algún día futuro se hable, con grandísima vergüenza, de la indolencia de la opinión pública y la comunidad internacional ante lo que estamos permitiendo hacer a Israel en Gaza. Sería indicativo de que algo hemos aprendido de las durísimas lecciones de la historia y de que no hemos dejado de ser humanos. Temo que no sea así. Estos hechos demuestran que no hemos aprendido nada, nada bueno. ¿Qué ha aprendido el Estado de Israel de las expulsiones y persecuciones al pueblo judío y del Holocausto? ¿Qué han aprendido Estados Unidos y Europa? ¿Qué hemos aprendido cada cual? A la vista de la atrocidad que está llevando a cabo Netanyahu, arropado por la boca chica de la opinión pública, la industria armamentística y los paños calientes de EEUU y Europa, cabe inferir que la historia se vuelve a repetir con saña antigua e indiscriminada sed de venganza. Si no arreglamos esto y otros asuntos similares que atañen –válgame Jung– a la sombra agazapada y al inconsciente colectivo, no habrá esperanza para la Humanidad, dicho sea el término en toda su acepción. A Putin y su reciente amenaza de acabar con la civilización me remito. “¿Y qué puedo hacer yo, que me llamo Donnadie?”, nos preguntamos a menudo. No cerrar los ojos, tal vez. Ni el corazón. Ni la boca.
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