No recuerdo un día que no me haya puesto detrás de la pancarta contra el nacionalismo, los nacionalismos, cualquier nacionalismo. También del español, por supuesto. Venía de las lecturas antes que de otro sitio. Y del siglo XIX europeo, no sólo español. Digo que las guerras carlistas, finalmente, eran unas insurgencias en comparación con los dramas causados por los nacionalismos europeos hasta Sarajevo y la invasión de Polonia por el ejército nazi alemán. Hay un menudeo de anécdotas en las que no voy a entrar, y un despliegue absoluto de ignorancia.

En efecto, era verosímil aquello que rezaba que el nacionalismo se ‘curaba’ viajando, y leyendo. Una simplificación más, no cabe duda. Frente a lo odioso del ‘aquí’ y el ‘allá’. Del ser de aquí frente al no ser de aquí. El fútbol daba salida a estas pasiones, y el orgullo de la pertenencia. Hasta que algunos fueron descubriendo que la pertenencia era una forma de riqueza, un depósito de la historia. Digo Velázquez y Goya, Rosalía de Castro y Lorca, Luis Aragonés e Iríbar. Grazalema y Hondarribia, Valencia y Bilbao. Cádiz. Mil ejemplos más. Especialmente la riqueza monumental de las Castillas y Andalucía, los campos de cereales de Navarra, los cítricos valencianos, y el arroz; los textiles catalanes, los altos hornos vizcaínos… Regurgito esta bola de sentimientos y palabras con motivo de la convocatoria de elecciones al Parlamento vasco y la retirada de Urkullu. Porque tengo a este hombre por una persona digna. Con su palabra por delante, a la que no ha traicionado: “Lealtad a la Corona y respeto a la Constitución, al Estatuto de Autonomía de Gernika y las demás leyes vigentes”. Ha cumplido todas las palabras como un hombre digno. Y ha luchado por el logro de sus aspiraciones y sus sueños sin faltar al juramento: “Humilde ante Dios y la sociedad, en pie sobre la tierra vasca y bajo el Roble de Gernika con el recuerdo a nuestros antepasados, juro ante vosotros, representantes del pueblo, cumplir fielmente mi mandato, lo juro”. Insisto: un hombre digno.

Digo que no entro en cuestiones menores, partidarias, de la contienda política. Constato una figura ejemplar, un político de cuerpo entero, de gran estatura. Y no quiero establecer comparaciones con otros presidentes autonómicos españoles, ni en sus legados vergonzantes y mezquinos. Euskadi abre capítulo sobre esta ejecutoria intachable de hombre constitucional, profundamente vasco, representante de un partido histórico de más de un siglo. Y digno. Tarradellas y Urkullu serán citados como la materialización de la idea de una España autonómica, foral y constitucional. Ahora llegará lo que llegue, lo que voten los ciudadanos. Yo creo en el buen sentido, en la Constitución española.

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