Crónicas levantiscas
Juan M. Marqués Perales
Yoli, lo peor que nos ha pasado
Andaba mosca el sector de los minibares, infinity pools, toallas con forma de elefante y parcelitas donde plantar la tienda de campaña por el decreto de martillazo que Interior les va a obligar a cumplir a partir del mes de la Navidad. Lleva la donosa normita tres años posponiéndose por inquina de hoteleros y, cuando parecía que Marlaska había dicho sanseacabó, se le han vuelto a apretar las tuercas. Al señor ministro le corría la prisa porque tenía que presentar a fin de año el rendimiento laboral y en el suyo predominan fugas de prestidigitadores catalanes, aprietos migratorios catedralicios, purgas por traición y mentiras sobre muertes de subsaharianos en suelo melillense.
Acumula el bueno de Marlaska logros invertidos y paga los platos rotos, el pobre, de un Gobierno centrado en sí mismo. El asunto en cuestión da para broma, pero puede no ser divertido. Decía Interior que para combatir a maleantes y terroristas debían los hoteles, pisos turísticos y campings dejar de pedir solo el DNI y comenzar a recopilar datos de sus clientes algo más sensibles: números de cuenta y de tarjeta de crédito, dirección del hogar, parentesco entre los viajantes si ven que tienen a un mocito correteando por detrás y así hasta 42 peticiones entre las que aún no están equipo de fútbol ni comida favorita.
Las intimidades habrían de enviarlas los locales vacacionales al Ministerio para guardarlas a buen recaudo por si a alguno nos daba por hacer maldades y se nos ponía cara de trullo. La medida, decían, facilitaría el trabajo de la Policía. Bien. La medida, decían, facilitaría el trabajo de la Fiscalía. Bien. La protección de datos, decían, estaba garantizada y uno se echaba a temblar porque en casa conoce bien la función pública y sabe que se hacen cosas tremendas. El decretillo entrará finalmente en vigor, pero parece que no se obligará a los hoteles a indagar en nuestras vidas.
Positivo es que se pille al yihadista antes de que se inmole o que se enchirone al pedófilo sin que le haya dado tiempo a poner su mano encima a un crío. Me gustaba pensar que se hacía esto sin que en el Meliá me tuviesen que pedir la partida de bautismo. Las instituciones son ciberatacables y algún susto nos hemos llevado con alguna Administración. Se juguetea, como con el llamado pajaporte, con la protección general para dar soluciones a problemas no generalizados. Cómo no va a estar uno de acuerdo con que se controle el acceso al porno de los chavales si muchos acaban pensando que follar consiste en azotar y hacer un bukake. Pero si se lía parda, no me interesaría saber quién es el juez que ha renovado el carnecito cinco veces en un año o si mi mujer ha estado en el Palace con otro tipo. Prefiero que me lo diga. Mi mujer, digo. El juez, no. Marlaska, menos.
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