No es que esperase otra cosa distinta. La generalidad de los políticos españoles está encantado de conocerse. Pero el presidente del Gobierno del Reino de España, Pedro Sánchez, es campeón universal de triunfalismo y nula autocrítica. Hasta las crónicas de medios que le son afines señalaban ayer su visión de exagerado optimismo y escaso reconocimiento de los errores.

Sánchez nos dijo hace un año que habíamos vencido al virus. Ojalá. El Covid-19 vive su quinta ola, con una variante delta que contagia en segundos y que impide que la situación sanitaria se normalice y se afiance la recuperación económica.

Ayer, nos proclamó campeones olímpicos en vacunación y crecimiento económico: "Les doy un dato que define lo que es España, un país que va primero en vacunación y lidera la previsión de crecimiento económico". La tasa de muertos por habitante y las cifras que nos acreditan como el país de la Eurozona en el que más retrocedió el PIB en 2020 no existen, pese a que explica en buena medida que el crecimiento relativo sea mayor.

Se colgó la "medalla de oro de la vacunación", como si fuese un éxito propio. Las dosis las compra la UE y la diligencia en la administración es atribuible a las comunidades autónomas. Andalucía, por cierto, tiene administradas casi el 99% de las dosis entregadas y si la ratio de vacunación no es mayor es porque no llegan las suficientes dosis para la región más poblada de España.

La recuperación, por bien que les dejen las previsiones del Fondo Monetario Internacional (FMI), por citar las últimas conocidas -que por cierto son menos optimistas que las del Gobierno de España-, todavía está en ciernes y no sólo depende de que mejore una situación sanitaria que aun con 26 millones y medio de españoles vacunados sigue siendo preocupante. Y sus consecuencias económicas aterradoras en un país turísticos y de servicios.

Para conseguir, además, un rebote que no sea gaseoso y se disipe enseguida, España necesita una aplicación de los fondos europeos para la recuperación que tenga sentido estructural, huya del derroche y el capricho.

Entrados en el primer semestre de 2021 todavía no hay una aplicación práctica de los 140.000 millones logrados en el reparto europeo y los planes de no escuchar más que su propio criterio e implementarlo con puro interés partidista conducen a un pesimismo sustentado en la gestión que de otras crisis hicieron gobiernos socialistas: deuda, déficit y paro. Desaprovechar el impulso de esa financiación nos situaría ante un inevitable ajuste duro y no suave pasada la euforia de gasto pospandémico.

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