Tierra de palabras

Tiempo de flores

Un contacto pasajero y rápido con la belleza del mundo exterior les ayudará a vivir mejor en su fuero interno

Hay un proverbio chino que dice así: "Si quieres ser feliz una hora, bebe un vaso de vino; si quieres ser feliz un día, cásate; si quieres ser feliz toda tu vida, hazte jardinero".

En el ensayo que Santiago Beruete, antropólogo y doctor en Filosofía, hace sobre los jardines como reflejo de la sociedad a lo largo de la Historia, Jardinosofía, descubrimos que no solo estos espacios expresan una cosmovisión y un proyecto de sociedad sino también un ideal de vida y un modelo ético. Nos aporta el conocimiento de saber que los jardines "han constituido desde la antigüedad una metáfora intemporal de la buena vida, una representación sensible de la felicidad y un valioso documento de los sueños de perfección social".

Russell Page, uno de los paisajistas modernos más influyentes, a quien Beruete nombra, aporta la siguiente reflexión: "Es necesario sustraer a las personas, aunque no sea más que por un instante, de sus preocupaciones cotidianas. Un contacto pasajero y rápido con la belleza del mundo exterior les ayudará a vivir mejor en su fuero interno. No vean en esto ningún rasgo de sentimentalismo fácil: por el contrario, esta es la verdadera razón de ser de los jardines y los jardineros". A raíz de esta perspectiva que el paisajista expone, Beruete considera el jardín como una terapia filosófica, como una medicina o cuidado del alma, según la fórmula socrática. Así la práctica de la jardinería disciplina y fortalece el carácter, acalla el ego y remueve la conciencia profunda.

Michael de Montaigne aboga por consumir los últimos días con serena despreocupación y alegría sin descuidar el cultivo del propio huerto: "Quiero que obremos y prolonguemos las tareas de la vida tanto como sea posible; y que me halle la muerte plantando coles, más indiferente a ella y más aún a mi imperfecto jardín".

Algo así es lo que hizo la autora del libro que tengo entre manos y que habla del jardín como un lugar de resistencia. Hablo de Pía Pera y su Aún no se lo he dicho a mi jardín. Estudió Filosofía en la Universidad de Turín, se doctoró en Historia Rusa. Tiempo después, decepcionada, renunció a cualquier ambición académica y decidió hacerse cargo de una finca abandonada para transformarla en un maravilloso jardín. Al tiempo le diagnosticarán una enfermedad incurable que irá degradándole su cuerpo poco a poco; cuerpo que va perdiendo parte de su espesor... Un libro sencillo y delicado.

Salir al jardín supone siempre entrar en nosotros mismos.

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