
La esquina
José Aguilar
¿Se arregló lo de Muface?
Tierra de palabras
Hay un proverbio chino que dice así: "Si quieres ser feliz una hora, bebe un vaso de vino; si quieres ser feliz un día, cásate; si quieres ser feliz toda tu vida, hazte jardinero".
En el ensayo que Santiago Beruete, antropólogo y doctor en Filosofía, hace sobre los jardines como reflejo de la sociedad a lo largo de la Historia, Jardinosofía, descubrimos que no solo estos espacios expresan una cosmovisión y un proyecto de sociedad sino también un ideal de vida y un modelo ético. Nos aporta el conocimiento de saber que los jardines "han constituido desde la antigüedad una metáfora intemporal de la buena vida, una representación sensible de la felicidad y un valioso documento de los sueños de perfección social".
Russell Page, uno de los paisajistas modernos más influyentes, a quien Beruete nombra, aporta la siguiente reflexión: "Es necesario sustraer a las personas, aunque no sea más que por un instante, de sus preocupaciones cotidianas. Un contacto pasajero y rápido con la belleza del mundo exterior les ayudará a vivir mejor en su fuero interno. No vean en esto ningún rasgo de sentimentalismo fácil: por el contrario, esta es la verdadera razón de ser de los jardines y los jardineros". A raíz de esta perspectiva que el paisajista expone, Beruete considera el jardín como una terapia filosófica, como una medicina o cuidado del alma, según la fórmula socrática. Así la práctica de la jardinería disciplina y fortalece el carácter, acalla el ego y remueve la conciencia profunda.
Michael de Montaigne aboga por consumir los últimos días con serena despreocupación y alegría sin descuidar el cultivo del propio huerto: "Quiero que obremos y prolonguemos las tareas de la vida tanto como sea posible; y que me halle la muerte plantando coles, más indiferente a ella y más aún a mi imperfecto jardín".
Algo así es lo que hizo la autora del libro que tengo entre manos y que habla del jardín como un lugar de resistencia. Hablo de Pía Pera y su Aún no se lo he dicho a mi jardín. Estudió Filosofía en la Universidad de Turín, se doctoró en Historia Rusa. Tiempo después, decepcionada, renunció a cualquier ambición académica y decidió hacerse cargo de una finca abandonada para transformarla en un maravilloso jardín. Al tiempo le diagnosticarán una enfermedad incurable que irá degradándole su cuerpo poco a poco; cuerpo que va perdiendo parte de su espesor... Un libro sencillo y delicado.
Salir al jardín supone siempre entrar en nosotros mismos.
También te puede interesar
La esquina
José Aguilar
¿Se arregló lo de Muface?
El balcón
Ignacio Martínez
Un Monopoly en Gaza
Ad Hoc
Manuel Sánchez Ledesma
Sobre el mérito
Las dos orillas
José Joaquín León
Gobierno en el exilio
Lo último
Visto y Oído
Melody
La tribuna
Eva Díaz Pérez
Zona catastrófica
Editorial
Montero y el rompecabezas de la financiación
Postdata
Rafael Padilla
Elogio de lo impuro