El sonido está presente por todas partes, en nuestro interior y en lo que nos rodea. Solo necesitamos escuchar atentamente, con una serena y profunda actitud, para así poder participar del coro de la vida que continuamente nos canta al oído y al que nosotros, acaso sin a veces saberlo, cantamos.

Aunque en algunas ocasiones pudiese parecérnoslo, no somos notas disonantes; es solo cuestión de conocer el instrumento con el cual nos dotaron y aprender a afinarlo. Y para llegar a encontrar la sintonía sería necesario primero templarlo con el resto de los instrumentos, hacerlo uno. Y para templarlo sería imprescindible aprender a escuchar primero. Y antes de ponernos en sintonía con el resto, hacer que no exista distancia entre nosotros y nuestro instrumento, que seamos solo uno llegando así a conocer todo su particular engranaje: nuestro sonoro cuerpo, sus movimientos y desajustes, escriturar en pulcros pentagramas nuestros sentimientos, darle cabida a nuestra intuición entre silencios… Escuchar como forma de enseñanza, para poder permitir que surja el sonido más verdadero y sinfónico, ese que permanece intacto debajo de tanto ruido con el que protegemos y defendemos a nuestro fragmentado personaje. Porque es en sí la identificación con el caótico ruido interno lo que nos impide formar parte del coro de la vida. Debemos afinar con la precisión del delicado instrumentista la cuerda que nos une entre el cielo y la tierra ya que una cuerda demasiado tensa podría romperse y demasiado suelta perdería su esencia.

Las vibraciones, cuando están afinadas y armonizadas, poseen una pureza que nos pone en contacto con esencias verdaderas. Nuestras palabras buscan resonancia en forma de escucha, comprensión y conexión. La resonancia nos armoniza con verdades profundas y nos abre a algo más grande. Al escuchar profundamente y expresarnos con honestidad creamos una mayor sintonía en nuestras vidas.

Si somos capaces de percibir el sonido del balanceo al caer la hoja, entenderemos por qué cae sin apenas hacer ruido. Si percibimos el aleteo del pájaro, podremos volar con él a lugares lejanos y hermosos sin movernos del sitio. Si conseguimos percibir el eco de cómo se estremece el mundo ante el sonido del abrazo, si somos capaz de reproducir su latido, habrá esperanza para nosotros en la tierra.

Neguemos ser un simple sonido ilusorio. Neguemos ser un sonido disociado y sombrío superpuesto sobre un mundo moribundo. Liberemos nuestra mente y con ella nuestro verdadero sonido y así contemplaremos un sonido y un mundo liberados de tantos ensordecedores miedos.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios