La redistribución del bienestar es una clave capital en la muerte de la democracia. No la hay sin Servicios Públicos; algunos dirán que el Imperio de la Ley y esas cosas, pero de más está si uno es esclavo de la precariedad y la estructura social no permite un equilibrio, la Ley se convierte entonces en herramienta del Poder y su peso cae siempre sobre los mismos.

Notamos la agonía democrática en hechos como tener que pedir cita para ser atendidos en la Administración y el alargamiento de los trámites; en que la digitalización no haya supuesto una mejora sustancial y generalizada en todas las gestiones; en la falta de colegios en las zonas rurales; en la falta de transportes públicos en la mayor parte del territorio; en la falta de oficinas bancarias, medio obligado para gestionar cobros y pagos; en tener que desplazarnos forzosamente para algunos papeleos; en la falta de Centros de Salud o de urgencias y hospitalizaciones menores; en la falta de calidad en estos servicios...

Nada de esto afecta a la población cada vez más concentrada que disfruta del poder económico. Estas cosas se las hacen otros, usted se las come. Peor: usted paga más impuestos que ellos, porque el 21% de su nivel adquisitivo no es comparable al de esas clases ricas, y sin embargo el Estado en vez de devolverle este esfuerzo con recursos se esfuerza cada vez más en externalizar, privatizar o suprimirlos, o sea, encima ese dinero servirá para hacerlos más ricos aún. Eso no es lo que dice la Constitución, no se deje engañar por portabanderas que sólo leen lo que emociona a sus frágiles neuronas protosociales.

Es un vicio circular, porque dejar los pueblos abandonados supone romper sus estructuras económicas, con lo que la vida urbana (de los ricos) se impone con sus dos únicas clases: triunfadores y asalariadas. El Estado no es una empresa, la falta de carga de trabajo (suponiendo que sea así) de un funcionario de la Administración, un profesor o una médica donde Cristo perdió el mechero, se compensa con una vida más dura y aislada que no todo el mundo querría para sí, y a cambio, además, los colegios, las tiendas, los Ayuntamientos, los bares, tienen “clientes” y lo rural: vida.

Revolución hoy sería juzgar por lo penal a todo político que contribuya conscientemente al deterioro de lo Público, porque eso es ir contra la libertad y la justicia, ese punto de encuentro donde el mercado deja vivir a quienes son sus consumidores potenciales. Concentrar el consumo en los poderosos, limitar el de los pobres a baratijas, separar cada vez más esos mundos contribuye al desarrollo de la venganza popular fascista (el mito que guio a la Europa pobre de los 30) y lo que es peor: al colapso lento de la propia economía, pues diversificar la capacidad de consumo genera beneficios más repartidos, más lentos pero estructurales. La estupidez egoísta del aquí y ahora, del lujo porque sí, arruina todo lo humano.

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