Confabulario
Manuel Gregorio González
Zapater y Goya
Brindis al sol
Ha pasado más de un siglo desde que surgieron aquellas voces críticas nacidas al calor del llamado desastre del 98. Pero aún es posible imaginar las caras irritadas y gestos airados de un buen número de españoles cansados de vivir inmersos en un descalabro continuo, provocado por una clase política incapaz solventar los problemas de la vida pública española. En este aspecto, no es exagerado establecer un cierto paralelismo entre aquellos estados de ánimo y los que experimenta gran parte de la población española en estos días. El mismo vacío e incomprensión separa a estos y aquellos españoles de sus respectivos gobernantes. Y también hay algo que los diferencia: a pesar del fatalismo reinante en aquel funesto fin de siglo, un grupo de españoles, alejados por convicción de los políticos profesionales, sintieron la llamada de una obligación moral de denuncia. No se resignaron a permanecer aletargados ante tantas calamidades –entre las cuales la pérdida de Cuba y las Filipinas era lo de menos– y decidieron dar cuenta, cada uno por su lado, de las causas de tantos “males de la patria.” Fue una reacción minoritaria, espontánea y dispersa, apenas conectada por algo más que la prensa y los ateneos societarios. Fue la escritura y la palabra el único medio elegido para difundir preocupaciones que crecían, cada vez más, ante la inercia y la corrupción reinante en los partidos tradicionales. Dada la carga crítica y edificante que determinó el sentido de sus escritos, se les denominó regeneracionistas (que podría considerarse una versión hispana del término intelectual, por esos mismos años impuesto en Francia). Sus huellas perduraron hasta el inicio de la Segunda República. La Institución Libre de Enseñanza y la plataforma política ideada por Ortega, Marañón y Pérez de Ayala, tal vez fuesen sus últimas llamaradas de esperanza. En la historia política de España se les ha asignado un papel más bien voluntarioso y testimonial, quizás porque su compromiso político no trascendió de lo facilitado por el aula, el libro y el periódico. Pero entre sus nombres figuraron Joaquín Costa, Macías Picavea, Lucas Mellada, Damián Isern, Rafael Altamira, Rafael Salillas, entre otros, con obras que merecen ser nuevamente leídas, por si acaso despiertan y movilizan a una nueva generación de regeneracionistas españoles que, desolados ante el panorama político actual, decidieran coordinarse con las voces críticas ya existentes y plantar cara ante el nuevo desastre que acecha. Ojalá supieran evitar un nuevo 98.
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