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En España hubo una conjura por la regeneración. Tras una brutal crisis económica, y ante la corrupción política y la degradación institucional, dos partidos políticos, Ciudadanos y Podemos, con líderes jóvenes y con un original empeño transversal, consiguieron quebrar la lógica bipartidista del sistema, enarbolando la bandera de la salud pública. Ambos proyectos son ya historia política y no pervive su regeneracionismo como legado, sino un cierto narcisismo, antinacionalista en un caso, revolucionario en el otro, del que aún sacan provecho algunos de sus antiguos líderes. En todo caso, por el camino hay toda una generación que, no sin adanismo, puso verdadera buena fe, y en muchos casos su compromiso y gran talento, en ese momento regeneracionista. Una generación hoy en cierta medida condenada a una distancia cínica, a una melancolía, con respecto a aquel fracaso. Porque el regeneracionismo no fracasó por la quiebra de estas formaciones políticas. Su fracaso lo constata el hecho de que, después de años de retórica por la regeneración, un ministro de justicia fue designado magistrado del Tribunal Constitucional, siendo su antecesora nombrada fiscal general del Estado. Fracasó porque el CIS opera como un brazo partidista, y se ha perdido el respeto también a una institución como el Consejo de Estado o a la mínima neutralidad que es exigible a RTVE. Y fracasó porque esto lo perpetra un gobierno de coalición con la connivencia de una formación, Sumar, esqueje superviviente de aquel 15M, y exponente perfecto, por ello, del descreimiento en la virtud de las instituciones. Y es también pura expresión de este fracaso la resiliencia a su propia corrupción, entre vítores cortesanos, de una oligarquía ensimismada en la Comunidad Madrid que puede operar sin coste político y forjar un liderazgo carismático bajo la pura lógica del provecho propio y el desprecio ajeno. La consolidación de un hábitat, sin alternancia política, donde la opinión publicada colabora para evitar la necesaria rendición de cuentas ante, entre otros, hechos tan significativos como el enriquecimiento familiar por contratos públicos sanitarios bajo un estado de alarma. Nuestro impulso regeneracionista nació contra la degradación institucional, la corrupción y crisis económica. Se ha demostrado que, en realidad, sólo la quiebra del bienestar material nos moviliza. Es sólo cuando nuestra economía deje de crecer, cuando la indignación política podrá tomar cuerpo. Pero claro, esta vez, las conjuras no serán ya tan creíbles después de todo lo que cada uno de nosotros hemos tolerado a los nuestros.
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