Tierra de palabras

Protectoras

Desde la ventana de la cocina observaba entusiasmada el proceso de aprendizaje de las dos crías

En cada ventana de la casa encuentro un privilegiado observatorio de pájaros. Desde allí, sin levantar sospecha, aprendo de sus comportamientos y rasgos distintivos. Ahora ando enredada en el estudio, que no por muchas veces avistado deja de ser sorprendente, de un mirlo hembra y sus dos crías. Las empecé a ver hace poco, cuando solo eran capaces de levantar a escasísimos metros del suelo el regordete cuerpo; ahora son expertas en subir de un solo trazo de vuelo a las ramas más bajas de los árboles. Como ya soy una más para ellas en el paisaje, igual me las puedo encontrar culminando en el montón de hojas que he barrido o apoyadas en la madera del recogedor que uso. Temo que se confíen demasiado porque no todo con lo que se encuentren va a ser de tanta confianza. Hay un gato sin hogar que amamanta cerca y de vez en cuando, ahora que no hay perros, se cuela y temo que las pille desprevenidas. Pero siempre que el gato merodea coincide con un chillido constante de la madre que interpreto como que les advierte del peligro. La sabia naturaleza que tantas veces infravaloramos y queremos actuar por nuestra cuenta, la mayoría de las veces metiendo la pata.

La otra tarde, las dos crías se apoyaban en el borde de un barreño que tengo lleno de agua para que todos beban. Jugueteaban las dos a ser mayores, metiendo el pico para beber solas y dándose después la vuelta para meter las plumas de la cola y acto seguido sacudirlas aseándose. Desde la ventana de la cocina, paralizados todos los quehaceres, observaba entusiasmada el proceso de aprendizaje de las dos crías. Cuando comenzaba a oscurecer solo quedaba una de ellas petrificada en el borde y empecé a preocuparme si su madre se habría ido y pasaría la noche sola… No se movía ni se inmutaba ni piaba. De repente, apareció una tórtola que venía a beber agua y la cría al oír su canto de aterrizaje se asustó y saltó rápidamente a las macetas que hay justo al lado para esconderse. No hizo falta guarecerse porque antes de que la tórtola pudiese posarse en el barreño, apareció en escena la madre y se cruzó como un rayo entre ella y su cría, haciéndola variar el vuelo bruscamente y salir despavorida de aquella defensa implacable. Y yo dudando de dónde estaría…; siempre atenta y cerca.

Pienso en Beatriz y sus sirenas. El inhumano zarpazo pudo con su defensa.

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