Ha ido creciendo con su trilogía (La chusma selecta, Los Sumisos y La ciudad invisible) y se ha convertido en un animal de la puesta en escena. Ya era un músico y poeta de primerísimo nivel y, ahora, su trabajo desde la dirección del grupo le ha otorgado un efecto diferenciador sobre el resto de autores.

Lo que Antonio Martínez Ares hace en sus trabajos, y siempre desde el más profundo respeto y admiración por lo que hace el resto, es algo diferente: ve la obra como algo absolutamente global -tanto en su creación como en su evolución sobre el escenario en los días de concurso- y su dominio de la escena le ha servido para embarcar a los espectadores en una historia con guion mordaz. Una historia que, en esta ocasión, ha tenido tres entregas maravillosas.

Porque sabe actuar sobre las emociones del respetable. Y es que puede permanecer impertérrito, mirando al infinito, mientras el patio de butacas aplaude en pie una sangría a Kichi o le pega un mazazo a la hermandad de La Macarena con la exhumación de Queipo de Llano. Martínez Ares es, además de un compositor de los grandísimos que ha dado la historia del Carnaval de Cádiz, un actor como la copa de un pino. Sabe jugar con los tiempos y, por encima de todo, es un provocador, un irreverente, un valiente entre tanta mansedumbre, capaz de levantar simpatías y antipatías por igual, que es justo la dualidad que define a los auténticos líderes.

Yo siempre he sido martinista, pero he rechazado a aquellos que en los teatros se guardan las palmas para los suyos sin reconocer el talento del resto. He disfrutado muchísimo con Aragón, el filósofo incansable, y me confieso admirador de Bienvenido, cuyos postulados creativos están, en mi opinión, bastante cercanos a los planteamientos conceptuales que nos propone Martínez Ares.

Lo vi hace unos meses con Los Sumisos en el teatro Juan Luis Galiardo, de San Roque, y su dominio del tempo de la actuación, la forma de estructurarla -con un guion dotado de introducción, nudo y desenlace-, y, por encima de todo, su capacidad de interactuar con el público nos muestran a las claras que estamos ante un autor con grandes dotes escénicas.

En la final del concurso del Falla del pasado viernes, Martínez Ares consiguió su noveno primer premio, pero no satisfecho con cerrar su última trilogía de comparsas con rotundo éxito, sembró la incertidumbre sin abrir la boca, simplemente con un epílogo en el que separaba su camino del de esos copleros que salían de las profundidades de Cádiz mientras él caminaba taciturno en rumbo contrario.

Y todo ello, porque las historias que él cuenta tienen forma de presentaciones, pasodobles, cuplés y popurrís pero, realmente, fundidos entre sí, tejen el argumento de esas historias que sólo él sabe trasladar desde su cabeza a las tablas. Desde su talento, a los corazones.

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