T ENGO un amigo que en sus otras vidas bien pudo haber sido filósofo de Grecia, íntimo de San Juan y místico como el poeta, discípulo de Bach, un paseante solitario, novelista, pintor impresionista, un excéntrico lisboeta, criador de pájaros, músico de Jazz, anacoreta… y muchas cosas más que probablemente se me escapan; porque de lo que estoy realmente segura es de que esa que lo habita, es un alma pateada y vieja. Y le llamo amigo quizá sin demasiados argumentos, aunque el ramillete de los pocos que atesoro sea suficientemente sólido, al menos para mí; sin necesidad de demostraciones porque no las demanda y además le incomodan. Es de esa rara especie de seres que quieren vivir sin hacer ruido, pero su arrebatado silencio, su deliciosa y delicada manera de acercarse a las cosas simplemente rozándolas, levanta una polvareda de estruendos a su paso sin que para nada sea su propósito, o por lo menos de una manera consentida.

Sigo teniendo interés por aprender de sus gustos, incluso pareciéndome innecesario que él lo tenga por aprender de los míos. Amigo es quien te ayuda a hacerte la vida más amable, quien te aporta una perspectiva distinta de las cosas, quien te abre el campo de visión a veces tan obtuso. Así que, aunque no suelo verlo, cada vez que algunas de sus siempre acertadas recomendaciones privadas o públicas llegan a mis manos, oídos o vista, es como si algo de él se me mostrara y es así como realmente creo que voy conociéndolo. No es una amistad al uso, no tomamos café cada semana, pero no por ello le quita un ápice de valor y magia.

Siguiendo mis pasos, con el sol a mi espalda y la montaña de frente como inamovible brújula, me encontré amorosamente desmenuzada la vida de Aspasia de Mileto que me iba llenando el camino de aromas y que él me recomendó que escuchara. Aspasia, la bella bienvenida, famosa por su dominio de la oratoria y de la retórica; "libre de origen por haber sido hija de un hombre adinerado que quiso darle una alta formación, acorde con su inteligencia; libre por naturaleza y por derecho, porque todo su ser se sintió libre; libre porque aprendió qué es la nobleza en el trato, hacia uno mismo y hacia el otro".

Quizás estas humildes palabras que ahora escribo, esta sincera minucia que no sé incluso si llegará a sus manos, sea una muestra de agradecimiento pública por todas sus desinteresadas enseñanzas.

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