Manuel L. Fernández Guerrero

Lecciones de una pandemia

Tribuna abierta

Es necesario preguntarse qué lecciones hemos aprendido del drama vivido entre 2020 y 2022 y si éstas nos ayudarían a afrontar un futuro en el que con seguridad, vendrán serias amenazas sobre nuestra salud global

Un sanitario, con mono, mascarilla y guantes desechables durante la pandemia.
Un sanitario, con mono, mascarilla y guantes desechables durante la pandemia. / Erasmo Fenoy

29 de mayo 2024 - 02:00

En diciembre de 2019, de manera sorpresiva, surgió de la tenebrosa garganta de un murciélago o tal vez fugado de un laboratorio chino, un virus con prodigiosa capacidad de transmitirse entre seres humanos. Millones de personas se infectaron y se estima que unos 17 millones murieron en todo el mundo. En España, la pandemia determinó al menos 121.000 fallecimientos declarados y entre los supervivientes infectados, muchos aún soportan las consecuencias de la infección a largo plazo. La tremenda disrupción social, en términos económicos con caídas del PIB y pérdida de empleo, fue una consecuencia más de la pandemia que en algunos países, incluyendo España, fue amortiguada con inteligentes y generosas políticas públicas.

Pese a estas dolorosas cifras de mortalidad y el inestimable sufrimiento humano causado, las tasas de letalidad de esta pandemia han sido discretas -en torno al 1 o 2% de los infectados- si las comparamos con las observadas en anteriores brotes epidémicos producidos por coronavirus cifradas entre un 10 y un 30%, o la que pudiera causar una potencial pandemia causada por virus aviares de la gripe.

Un comerciante echa el cierre a su negocio en La Línea durante el confinamiento.
Un comerciante echa el cierre a su negocio en La Línea durante el confinamiento. / Jorge del Águila

En estos días, en ciertos estados de EEUU está en desarrollo una epidemia causada por un virus aviar que afecta a vacas lecheras y gatos alimentados con calostro que ha producido también algunos casos humanos. Esto constituye una clara indicación de la progresiva y portentosa capacidad de estos virus aviares para adaptarse y alcanzar nuevas especies de mamíferos hospedadores entre los que nosotros somos también posibles dianas. En estas circunstancias es necesario preguntarse qué lecciones hemos aprendido del drama vivido entre 2020 y 2022, y si estas nos ayudarían a afrontar un futuro en el que con seguridad, vendrán serias amenazas sobre nuestra salud global. Una epidemia pone en jaque a una sociedad y su análisis pone de manifiesto lo que realmente importa y el verdadero valor de nuestra organización social.

La primera de las lecciones aprendidas es que hay que “esperar lo inesperado” más allá de nuestras previsiones y reconocer que nuestro conocimiento es limitado y sujeto a error. Las epidemias, como tan lúcidamente comprendió Albert Camus, son como tragedias en tres actos.

La falta de equidad en la prestación de servicios hospitalarios, en especial con los más susceptibles y frágiles, como los ancianos en las residencias, es un hecho que nos avergüenza

Los signos tempranos son discretos o inaparentes, es difícil valorar la magnitud potencial del desastre y los responsables políticos y sanitarios, atentos a proteger los legítimos intereses económicos y asegurar la tranquilidad social, al principio ignoran las señales de alarma hasta que el número de enfermos y fallecidos hace imposible mirar hacia otro lado. Esto sin duda ocurrió en las primeras semanas de la COVID-19 y se hizo patente que el nivel de preparación previo era insuficiente. Existen datos que indican una reticencia de las autoridades de Wuhan, el epicentro de la enfermedad, para comunicar a las autoridades centrales y a la oficina regional de la OMS lo que estaba ocurriendo y cuando se decretó el confinamiento en la provincia de Hubei, a finales de enero de 2020, la pandemia estaba en expansión en todo el mundo.

Pero además, algunos gobiernos ignoraron ciertas normas básicas de racionalidad y transparencia, lo cual determinó un retraso en la toma de decisiones; hubo falta de leal colaboración entre países, muchos responsables políticos minaron la autoridad de la OMS y otros desoyeron las voces de prestigiosos científicos y epidemiólogos, sin abordar planes estratégicos para afrontar una pandemia. Ni siquiera se preocuparon por hacer algo tan simple como hacer acopio de mascarillas y otros sistemas de protección para sanitarios y el público en general.

Sin información a la ciudadanía

En el segundo acto la gente demanda explicaciones realistas e incluso morales que al final generan la respuesta pública. Esta evolución puede hacer este acto tan disruptivo como la misma enfermedad. La falta de equidad en la prestación de servicios hospitalarios, en especial con los más susceptibles y frágiles, como los ancianos en las residencias, es un hecho que nos avergüenza y es absolutamente necesario combatir la inequidad y cuidar a los más débiles.

En Reino Unido y EEUU, el 46 y el 48% del público estuvo expuesto a informaciones falsas

Incluso la mejor ciencia no puede ser aplicada sin un conocimiento básico de la gente desde fuentes autorizadas y fiables. Hemos asistido a una lamentable campaña de información tendenciosa y desconfianza en la ciencia y en la política en medios y redes sociales en las que opiniones individuales pretendían tener el mismo peso y credibilidad que la mejor evidencia científica en boca de reconocidos especialistas, lo que motivó críticas, desapego y desobediencia civil.

Según la prestigiosa revista Lancet, en Reino Unido y EEUU el 46 y el 48% del público estuvo expuesto a informaciones falsas y hasta el 43% de los videos de YouTube contenían información falseada. Y todo esto, en una sociedad desarrollada en la que hasta el papa Francisco ha dicho que la información veraz es un derecho humano. Es de esperar que una información comprometida con la verdad, basada en la mejor evidencia científica, determine conductas pro-sociales, cohesión ante la adversidad, protección de los demás y ayuda mutua.

Un enfermo de Covid-19, en un hospital.
Un enfermo de Covid-19, en un hospital. / Efe

El largo periodo de confinamiento, para muchísimas personas en condiciones muy duras, puso a prueba nuestra capacidad de resistencia ante la fatalidad en una situación de tensión con aislamiento y pérdida de relaciones sociales, de particular gravedad entre personas mayores y adolescentes, cuyas consecuencias a largo plazo son aún desconocidas. Pero, además, la muerte de seres queridos y la incertidumbre llevaron a muchas personas a un estado de melancolía del que solo se pudo salir gracias a esa capacidad de adaptación a la adversidad que modernamente llamamos resiliencia. La resiliencia es un producto de la historia y la evolución aprendido de nuestros antepasados que soportaron pestes, catástrofes, hambre y guerra y nos empuja a colaborar unos con otros.

El tercer acto

El tercer acto del drama concluye con la resolución de la peste. El 5 de mayo de 2023, hace poco más de un año, la OMS declaró el final de la pandemia. Las epidemias habitualmente terminan resolviéndose, bien por las acciones llevadas a cabo o porque la población adquiere un nivel de inmunidad protectora significativo y los individuos susceptibles y frágiles han desaparecido. Son las víctimas de la epidemia. En el caso de la Covid-19 por ambas circunstancias.

La sociedad española, sus autoridades y sus profesionales sanitarios, en suma todos nosotros, pasada una fase inicial de desconcierto, hicimos lo mejor que pudimos con el conocimiento que teníamos y con el que fuimos adquiriendo. Vacunas, fármacos, cuidados intensivos perfeccionados y, por qué no decirlo, la gente que salía a sus balcones y ventanas a cantar Resistiré con el Dúo Dinámico, han contribuido felizmente al final de la pesadilla.

Peatones con mascarillas, en la calle Alfonso XI de Algeciras.
Peatones con mascarillas, en la calle Alfonso XI de Algeciras. / Erasmo Fenoy

No obstante, hay que permanecer vigilantes ante lo inesperado: es necesario cuidar y proteger nuestro sistema público de salud, valorar y potenciar la medicina primaria y familiar y la salud mental, así como establecer redes eficaces de alerta epidemiológica, fortalecer la colaboración entre academia, industria y gobiernos, la autoridad global de la OMS, proteger la equidad, luchar contra la pobreza y vigilar las interacciones entre el mundo animal y los seres humanos y, de enorme importancia, cuidar el medio ambiente a nivel global.

No es aventurado pronosticar, que una de las mayores amenazas biológicas para nuestra supervivencia en el planeta, se puede estar ahora gestando en las profundidades de las selvas, en los paupérrimos arrabales de las grandes ciudades o en los gigantescos gallineros y granjas de Asia. Quién sabe si también en laboratorios secretos de guerra biológica. Si llega ese momento, que nadie pueda decir que faltamos al principio ético y moral sobre el que Camus sostenía la defensa contra todas las pestes: que cada uno haga bien y honradamente su trabajo.

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