En su muy recomendable blog, Luis Moa escribe: "Dice Juan Carlos que se arrepiente de haber abdicado. ¿Cuándo abdicó, realmente? Cuando firmó la ley de memoria histórica". La evidente imprecisión revela, sin embargo, una gran verdad. La ley de Memoria Histórica, la de Zapatero y no digamos la que está en el horno, tiene el objetivo general de deslegitimar para siempre a una derecha que, por mucho barniz que se eche por encima, nunca podrá borrar cómo en bloque, desde el tradicionalismo hasta las lindes de la socialdemocracia, colaboró de principio a fin con el franquismo. Pero su objetivo primero y concretísimo es la Monarquía, como se ha puesto de manifiesto en los últimos años con una crudeza que no repara en malos modales, desaires, ninguneos y humillaciones por parte del Gobierno y de sus cómplices, que no socios. La sesgada memoria histórica que se nos quiere imponer desventra sin más a la Monarquía. La por tantos motivos nefasta II República es elevada a un nivel de mitificación y falsificación que convierte en usurpador y aspirante a la guillotina a cualquier otro régimen surgido de su catastrófico final.

Es incomprensible que el PP, al que nada de esto se le puede escapar, no sólo mantuviera desde el Gobierno una ley que hace añicos el fundamento y el patrimonio de la Transición, también que incluso ahora, cuando sus efectos más perversos están a la vista de todos, se niegue en Andalucía a la revocación de la secuela andaluza que amplifica y ahonda todos los efectos perniciosos de la ley española de 2007. Más aún, que esa obcecación en abstenerse de todo lo que pueda molestar a la izquierda, le lleve a incumplir de nuevo el pacto de investidura suscrito con Vox. En él se contemplaba la sustitución de esa ley andaluza por una de Concordia -nombre sugerido en su momento por el propio PP- cuyos términos habían sido acordados previamente. El dislate del voto en contra del PP parece no tener más razón de fondo que evitar cualquier movimiento que pueda obstaculizar un futuro entendimiento con el PSOE. A fin de cuentas, ya sabemos por Cayetana Álvarez de Toledo que a Pablo Casado no le interesa en absoluto la batalla cultural, que es el nombre que hoy adopta el debate de ideas. Y si así es Casado, ¿qué puede decirse del sorayista Juanma Moreno? El gusano que roe los cimientos del sistema democrático y envenena la convivencia está a salvo con él.

MÁS ARTÍCULOS DE OPINIÓN Ir a la sección Opinión »

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios