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Las inflacionarias luces que nos ponen los de Puente Genil jamás brillarán como nuestra ciudad cuando hacemos de algecireños

Obvio es que Algeciras no posee la belleza arquitectónica de otros lares y que ya hayamos asumido como costumbre el soportar los nada agraciados comentarios de algunos foráneos, los que no ven mas allá del primer escalón, sobre la supuesta fealdad de Algeciras. Qué le vamos a hacer, no todo el mundo puede ser de Toledo.

A tales refinados estetas les recomiendo encarecidamente la lectura de la columna que en este periódico publica Pepe Juan Yborra, y como ejemplo, la de hace un par de viernes, Campanas de Gloria. Ahí si que van a contemplar la belleza verdadera, en forma de palabra y sentimiento. El autor, como también la colaboradora de este medio, la profesora Ana Villaescusa, son claros ejemplos de la brillantez y el talento que abunda en nuestra ciudad.

Esa genialidad e ingenio especiales también surge en lo colectivo, como por ejemplo, cuando celebramos, como en ningún sitio se hace, la tarde de Nochebuena en la calle y entre amigos, o establecemos contacto con los Reyes Magos, con el estruendo de las latas. Las inflacionarias luces que nos ponen los de Puente Genil jamás brillarán tanto, como nuestra ciudad cuando hacemos de algecireños.

Es cierto que no tenemos palacios neobarrocos, pero la verdad que prefiero escuchar una copla canalla del Chipi. Y si me dan a elegir, me quedo siempre con la luminosa pintura de Blanca Orozco, la de la eterna sonrisa, a un precioso paseo marítimo atestado de guiris.

Tampoco albergamos la Biblioteca Nacional pero siempre se me pondrán los pelos de punta al pasar por donde el tenderete de Carlos, el Librero. Y no habrá de la ciudad, guías de viaje para turistas, pero tendremos los maravillosos textos escritos por el genial Pepe Vallecillo. Y quizá no tengamos al Loco de la Colina pero sí al verdadero Loco de la Colina, Jesús Melgar. Si ya recita algo Víctor Clavijo, el esteta empezará a preguntarse cómo puede nacer de aquí tanta excelencia.

Y para museos, tenemos el de la vida misma, que se refleja como en ningún sitio en lasfotografías de Foti del Aguila o en las crónicas de Luis del Castillo. Y quizá no tuvimos a Séneca como paisano, pero sí que lo era Antonio Duarte El Pota en la puerta del Cabsys, doctor en tauromaquia e historia. Y como un Dalí, a contracorriente, Miguelín, de espotáneo en Las Ventas en mayo del 68, con unas pelotas tan duras como el bronce de su estatua.Y ello sin necesidad de citar a los incunables que elevan el nombre de Algeciras al Monte Parnaso.

Que nadie dude que somos especiales. Feliz y Especial Navidad a todos, incluso a los críticos de arquitectura.

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