Monticello

Víctor J. Vázquez

vvazquez@us.es

Conservadurismo vacante

Recordaba Viereck la importancia civilizatoria de la supremacía del Derecho y de la redistribución de las oportunidades

No sé si hemos superado la era del extremismo acumulativo, ese tiempo en el que la radicalización del discurso de la izquierda ha sido presupuesto existencial de la extrema derecha, o viceversa, pues el producto no cambia aquí por el orden de los factores. Paradójicamente, durante estos años las ideologías no han sido puras, sino que han disfrutado de amplia licencia para el travestismo, ya que no es tanto la comunión en el pensamiento como en el odio lo que articula las facciones. En cualquier caso, hay forma de orientarse. Podríamos decir que hoy los que se dicen liberales están a la derecha, de la misma forma que se sitúan a la izquierda los que se sienten públicamente buenas personas. Esta clasificación, topológica, tiene, pese a su vacuidad política, dos consecuencias prácticas nocivas: la impunidad electoral de la izquierda por su desprecio a la libertad y la de la derecha por su desprecio a la moral. Es, desde luego, un mundo tenebroso el que proponen quienes consideran cualquier preocupación por las condiciones materiales del ciudadano un proyecto despótico; pero también lo es aquel propuesto por los que, desde el conocimiento de la santidad cívica, se sienten legitimados para tutelar el pensamiento de las personas. En todo caso, lo dramático es que ambos proyectos no están siendo excluyentes, sino que se cumplen de forma sincronizada. El auge del moralismo estatal y la histeria puritana censora corre así paralelo a la pauperización de los servicios estatales y al incremento de los índices de la desigualdad material. En el año 1940, el poeta estadounidense, Peter Viereck, publicaba en The Atlantic un célebre artículo titulado: Pero, si soy conservador, en el que alertaba frente a los delirios racistas de la época, pero también de la jerarquía de Santos que los marxistas querían imponer en los campus y de la pujanza de los libertarios que sólo nos dan la libertad de pasar hambre y estar desamparado. Recordaba Viereck la importancia civilizatoria de la supremacía del Derecho y de la redistribución de las oportunidades, y la obligación moral de conservar estos legados. Son también los nuestros, creo, tiempos para ser conservador en ese sentido. Ese hueco en la política española está vacante. Un conservadurismo de izquierdas exigiría pensar un amplio nosotros incompatible con el actual mesianismo de la identidad. Si la izquierda saliera de su propio timo sería también un problema para aquellos reaccionarios que saben que contra Irene Montero están viviendo mejor.

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