Esencia
Rocío García Boza
¡Volveré a verte?
Gafas de cerca
Entre otros asuntos iniciáticos que con la observación del hermano mayor iban abriéndome a una vida deslumbrante y más allá de lo inmediato, a lo largo de esas largas edades tras la Primera Comunión en las que somos brotes en grandes tiestos necesitados del agua fina del asombro de conocer y así crecer, escuchaba a Simon y Garfunkel gracias a Luis Miguel. El pasado domingo por la tarde se metió muy en otoño, y me puse The Dangling Conversation (La conversación pendiente), una pieza rara del dúo neoyorquino, que va sobre la dificultad de comunicarse y conectar con alguien a pesar de tener intereses comunes. El caso es que en algún verso –es un poema, no una mera letra— dice “Ella lee a su Emily Dickinson, y yo a mi Robert Frost”. (Quizá resulte cursi darle aquí un párrafo a la literatura, pero correré el riesgo: cada vez soporto peor al “ignorante a mucha honra”. Fuera, bicho; ¡a lo tuyo, a huir!)
El propio Robert Frost es un poeta constituyente de EEUU, que escribió Reparar el muro, donde, por cierto, se habla de diferencias e incomunicación entre semejantes cercanos. Famosa es su frase: “Buenos muros, buenos vecinos” o, si prefieren, “Altas verjas hacen buenos vecinos”. Estoy bastante de acuerdo, pero en las casas de comunidad. En política es inaceptable: no queremos democracia para que los electos fabriquen materiales con que erigir murallas entre las gentes a quienes se deben, los ciudadanos, construyéndose urbanizaciones privadas con los más prósperos, a cambio de su pequeña enorme ayuda para mantenerse agarrado al trono de su palacio, aun siendo técnicamente “un perdedor”. Es lo que está haciendo con denuedo nuestro presidente, Pedro Sánchez, con quienes más han sido votados, los candidatos del PP. Y, en el sentido contrario, con la quinta formación de Cataluña.
Parece que, como se pregunta el vecino obsesionado con enfoscar y reforzar muros en el poema de Frost, Sánchez no tiene en cuenta que las de PP y PSOE son dos parcelas sin animales que puedan invadir y eliminar hierbas aquí o allí, sino que ambas sólo poseen árboles: uno un manzanar, su lindero un pinar. Podrían sin miedo abatir muros, y no recrecerlos. Pero esto es España, y antes que arreglarse entre los más representativos, los grandes partidos suelen preferir a cualquiera. Hasta un enemigo del solar común, un confinante victimista y exigente, aun siendo rico y aun estando en minoría en su terruño. En España, un pacto de Estado con el “enemigo oficial” significaría la propia muerte política. ¿Partitocracia e hiperliderazgo? ¿Era eso?
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