Tierra de palabras

Bienestar

Los niños me enseñan a tomarme las cosas menos en serio y despiertan un sentido del humor que creía perdido

Aunque yo misma algunas veces pueda llegar a enredarme en situaciones que pretenden hacerme sucumbir ante el malestar o la duda, bien es cierto que cuando estoy con los niños mi principal objetivo es su bienestar. Y es ahí donde pongo toda mi atención para llevarlo a la práctica día tras día. Si aprendo del valor del silencio, la calma y la tranquilidad; si intento vivir sin prisa, respirar profundo y no esquivar momentos de recogimiento para la reflexión y más para el sentir… es principalmente ansiando conseguir mi bienestar y así tener algo auténtico que ofrecer a los más pequeños.

El contacto con los niños te hace conectar con el tuyo, ese que fuiste y que quizás se moldeó haciendo de ti lo que otros quisieron que fueras, apartado del mundo de los mayores porque creían que así protegerían tu reino, pero que al contrario lo que hicieron es no prepararte para el mundo que nada tenía que ver con tu reino creado y protegido. Descubrir que esa escuela donde la letra con sangre entraba inoculaba un clima de temor por ser preguntada y no saberte la lección o por no cumplir con las expectativas que otros dejaron caer sobre tus hombros. Saber que ese tipo de enseñanza debería ser sustituida por esa otra donde aprender sea un deleite. Y aunque a veces el disco duro pretenda reproducir información pasada que por tus venas corre y pueda despertar en ti la rigidez adormecida del espíritu de la señorita Rottenmeier, rápidamente aparece a salvarte el sanador espíritu de Heidi desmoronando todas las normas que en aquella época se empeñaron en imponernos.

Entre los niños tengo a mis grandes maestros. Me enseñan a tomarme las cosas menos en serio y despiertan mi sentido del humor que creía perdido por completo. Han tenido una paciencia infinita conmigo, empezando por mi hija cuando era niña. Y aunque sé que en el camino extravié gran parte de la prístina pureza infantil, lo oculto piadosamente y ellos que son tan sumamente generosos me lo consienten.

Hace unos días, uno de ellos rompió el silencio que sobrevolaba por encima de sus quehaceres y desde la más absoluta espontaneidad soltó que sus padres se estaban separando. Los otros tres compañeros frenaron en seco sus grafitos y atendieron a sus explicaciones. Los ojos y las palabras de uno de ellos expresaron conocimiento sobre la materia tratada; las otras dos miradas se asomaron silenciosas al abismo que supone imaginar roto un mundo ahora idílico.

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