Tierra de palabras

Bajar la guardia

Vio a alguien del pasado que reconoció al momento. Tanta alegría le produjo que olvidó los consejos y bajó la guardia

Se despertó aturdido porque la noche anterior había trasnochado viendo en televisión un largo informe sobre ese virus que lo tiene todo puesto patas arriba. Después no concilió el sueño al llegar a la cama, tampoco le preocupó en exceso porque al día siguiente no era necesario madrugar; pero, aun así, la impaciencia cuando tuvo la luz apagada por querer que el sueño le venciera lo puso más nervioso ejerciendo el resultado contrario: los ojos como platos.

El desayuno pareció espabilarlo y decidió salir a dar una vuelta sin ni siquiera imaginar nada de nada. Desde la ventana revisó el termómetro de su terraza y observó que la temperatura había bajado considerablemente. Decidió sacar una rebeca del armario que al ponérsela le dejó un regusto a cerrado que entró de lleno y directo a sus fosas nasales. Una vez en la calle el olor parecía desprenderse como si a intervalos se lo llevase el viento que soplaba. Y como iba algo ocupado percibiendo aromas mezcla a cerrado, mezcla a naftalina, pasó un rato hasta darse cuenta de que se había olvidado ponerse la mascarilla. Fue entonces cuando comprendió por qué durante el corto trayecto recorrido todo con el que se cruzaba lo miraba como a un bicho raro. Deshizo sus pasos y volvió a casa a cogerla. Parecía mentira, pensó, que después de toda la brasa de la noche anterior en el programa justo esa mañana olvidase ponérsela. Segundos después lo achacó a sus despistes sin darle mayor importancia.

Aprovecharía para hacer algunas compras en otra barriada a unas cuantas manzanas de su casa. No tuvo claro si coger el autobús o el metro. Algo que antes de la pandemia no hubiese ni pensado ya que su transporte habitual siempre fue el metro; pero, claro, viendo las imágenes de la noche anterior en el informe de cómo estaban y lo que ir en ellos suponía de riesgo, la verdad es que le hizo dudar cualquiera de las dos posibilidades. Al final, el temor y la duda lo llevaron a quedarse más cerca a hacer las compras y dirigirse de un lugar a otro caminando. Cuando llegaba a los establecimientos que visitó usó los geles y mantuvo la distancia.

De vuelta a casa, vio a alguien de su pasado que reconoció al momento. Tanta alegría y euforia le produjo que olvidó todo lo aconsejado y bajó la guardia…

Días después llegó la fiebre y dejó de percibir el olor a cerrado de la rebeca.

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